Alma mía

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Las luces del departamento se encendieron, bañando el lugar de una luz blanca; ya estaba casi restaurado, el enorme hoyo en la ventana había desaparecido casi por completo, los muebles aún tenían algunos golpes y rasguños, pero era notoria la eficiencia de quienes se encargaron de arreglarlo. Miguel entró a paso lento, recorrió el lugar observando todo a su alrededor; había algunos cubiertos, vasos y platos en el suelo, se dedicó a recogerlos y colocarlos en el fregadero.
Caminó hacia el área de la sala, todo estaba lleno de tierra y escombros, un suspiro pesado salió de sus labios al ver los rasguños que había dejado marcado Miguelito sobre el estante de libros.

—Hice un trato con el dueño del edificio, arreglaba todo el piso y no habría ningún problema contigo, pero ya no puedes volver—. Hiro avanzó tras el a paso lento mientras observaba el avance de los arreglos.

—¿porque ahora soy peligroso para todos no?... A este paso sería mejor regresarme a Santa Cecilia—. Llevó sus manos a los bolsillos de su pantalón, volteó a ver a Hiro con notorio enojo y prosiguió su camino hacia su habitación, en el camino pateó unos trozos de escombro.

—No quise decir eso..—. El comportamiento defensivo de Miguel comenzaba a dolerle, pero sabía perfectamente que se lo había ganado.

Miguel caminó hacia su cama, se sentó y observó todo a su alrededor, comenzó a organizar todas sus pertenencias dentro de sus maletas de viaje, incluso guardó algunos libros en su mochila; su laptop, partituras, libros, algunos recuerdos de su país, y algunos recuerdos que había juntado para su familia, todo lo fue guardando a cómo pudiera caber. Caminó por la habitación buscando algún objeto que se le podría haber olvidado guardar.

—Marco.. ¿me puedes hacer un favor?—.

—¿pa que soy bueno carnal?—. Con un pequeño as de luz dorada, un pequeño cuervo apareció frente a Miguel.

—guarda una de las maletas—. Miguel esbozó una sonrisa sutil ante la respuesta de Marco.

—mmm puedo aparecerlas en la casa del come arroz ese, es más fácil—. Marco se paró sobre las maletas y de un parpadeo desaparecieron junto con el cuervo.

Miguel tomó su mochila, al salir de la habitación se giró un momento para recorrerla con la vista esperando no olvidar nada, al bajar la mirada pudo notar que en el suelo, detrás de la mesa de noche había una pequeña libreta, se acercó y la tomó. Era una pequeña libreta de pasta dura en color negro con rojo, en la portada tenía escrito el nombre de Marco, para el era completamente desconocida, pero si tenía el nombre de su compañero entonces sería prudente guardarla. La hojeó un momento y pudo notar que tenían canciones y partituras. En una de las hojas vio el título de una canción, la cual desconocía por completo pero que le hacía sentir un extraña y nada agradable sensación.

—Miguel, tenemos que irnos—. Hiro esperaba en la puerta de la habitación.

—ah... si, ya voy, solo que casi olvido una libreta...—. Se levantó y guardó dicha libreta en su mochila.
Salió de la habitación atrás de Hiro y continuó caminando si dirigirle palabra alguna todo el resto del viaje hacia la casa del Asiático.
Ambos abordaron el metro en dirección a una parada cercana al restaurante de la tía de Hiro.
El silencio entre aquellos jóvenes fue roto por el asiático, aunque el comentario no pintaba nada agradable para el latino.

—Miguel, mi tía va a preguntar sobre todo el incidente, por favor, no menciones nada más que algo atacó tu departamento y quedaste inconsciente y herido, te rescataron y el líder de BH6 te dejó a nuestro cargo—. Hiro mantenía su mirada en el movimiento de los objetos a través de la ventana del vagón del metro.

Miguel frunció el ceño y esbozó una sutil sonrisa sarcástica.
—descuida, diré todas las maravillas que desees para que tu tía te idolatre... "héroe"...—.

Boleros de Soledad (Higuel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora