El juguete

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— Lo siento —él no se movía. Sostenía mis mejillas con fuerza, dolía mucho pero sus ojos mostraban un dolor aún mayor.

Mi pecho se movía de arriba a abajo por el miedo, estaba inquieto y no sabía qué responder.

— Sasori yo... —sus manos soltaron un poco el agarre del cinturón y se le notaba que estaba temblando— no me mires así, quiero hacerlo. No me hagas sentir culpable.

— Hazlo —respiré pesadamente como pude— yo te lo pedí, es mi problema.

Sus pupilas se dilataron como quien se drogara, fue impresionante verlo así.

— Voy a tratarte como mi maldita puta Sasori —gruño en mis labios antes de morderlos con fuerza— te quitaré esa cara de inocencia, no voy a parar aunque me lo digas —volvió a juntar sus labios con los míos, que delicioso era— espero que entiendas que no vas a poder caminar mañana.

Era una mezcla de miedo y morbo. No, yo era un morboso que tenía miedo. No era miedo de lo que Deidara pudiera hacerme sino de distraerme de lo que en realidad quería. Yo no dejaba de pensar en él, había pasado el día entero esperando un mensaje o una llamada y aún así quería dejarme follar toda la noche. ¿Cómo podía pretender que Deidara pensara algo diferente de mí?

Sus deseos lo dominaban siempre, todos esos hombres que sabía que metía en secreto a su apartamento y los gemidos que podíamos escuchar por las paredes, era horrible para mi el vivir así pero él lo valía. Quería creer de alguna forma que mis sentimientos hacia él podrían no solo ser correspondidos sino también cambiarlo, que dejaría de ser un rompecorazones que buscaba a cualquiera para meter en su cama y me miraría a mi solamente.

Sus manos ya me habían arrancado la camisa y sus dedos se movían con desespero sobre mi pantalón para desabrocharlo pero yo no lo disfrutaba. Me gustaba su manera de ser agresivo, de ser dominante pero yo era un mal sumiso, no es algo que me excitara realmente. La incertidumbre no me dejaba sentir placer, pero él pareció darse cuenta al bajar mis pantalones y ver mi ropa interior. Me miró a los ojos con esa maldita burla que tanto detestaba.

— Soy demasiado para ti —se puso de pié— me das lástima.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y me dieron ganas de llorar de nuevo pero no quería hacerlo frente a él, no iba a permitirme ser un niño en ese momento.

— ¿Estás bromeando? No es culpa mía que no me la hayas parado

Su semblante se iluminó y se mordió el labio con fuerza.

— Cállate la puta boca —volvió a abofetearme— cállate o haré que te calles.

No dije nada, iba a partírseme la voz.

— Así me gusta —acarició mi enrojecida mejilla y me hizo mirarlo— me encanta que tengas ganas de llorar —soltó un suspiro pesado y dio unos pasos atrás. Se quitó a camisa y cuando el cabello le calló sobre los hombros mi miembro comenzó a despertar.

— Patético —dijo al quitarse el pantalón, su ropa interior estaba perfecta sin ninguna señal de excitación.

Me sentí patético. Traté de mover las manos pero las esposas no me dejaron y el cinturón me estaba raspando la piel del cuello. Mi erección era confusa, verlo casi desnudo me llenaba de deleite pero el daño que me estaba haciendo no me gustaba, no sabía qué hacer.

— ¿Quieres mi verga? —se bajó los pantaloncillos y comenzó a tocarse.

Claro que la quería.

— No.

— Jaja, así me gusta —se acercó y me pasó los dedos por el cabello y se masturbaba con la otra mano— porque quiero hacértelo a la fuerza.

Lo que se quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora