Sabia

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Con su mano firme y potente, la mujer frente a mí me agarró por la nuca provocando un chispazo de dolor por todas mis extremidades. Gruñí en dolor con sus ojos grisáceos clavados en mí con furia.

—¿Qué haces tu aquí, discípulo de Hades y Perséfone? No eres digno de pisar la tierra de los mortales con tus inmundas patas...

No había ningún otro momento comparado a aquel. Deseaba con todas mis fuerzas que Perséfone apareciera con sus túnicas sombrías de entre los matorrales a defenderme. Lamentablemente eso no ocurrió.
La diosa Atenea me soltó ante mis estridentes chillidos y me apuntó con su bastón recubiertos con brillantes hojas de oro y un ópalo brillante en la puntilla amenazándome como si fuera a usarlo de garrote.

Mi mirada se desvió de la recia suya al revisar las pisadas de aquellos humanos que se desvanecieron entre la arena y el mar, con las manos entrelazadas y con la melodía de la risa saliendo de sus bocas.

Atenea pareció suavizar sus facciones, solo un poco. La diosa de la sabiduría desconocía por mucho lo que el amor significaba.
—Solo vine por ella, mi señora... Mi ama me lo ha permitido...

Atenea regresó la mirada hacia el camino de pisadas y arqueó las cejas confundida. No era capaz de creer aún en su más profunda sabiduría.
—No sé porque Perséfone te lo ha permitido. Eres una criatura del inframundo. Deberías estar cuidando de los muertos que entran y salen, no aquí persiguiendo a una simple mortal...

—He hecho aquello durante más de seiscientos años... —reclamé en medio de gruñidos en mi mente.

—Y lo seguirás haciendo hasta los fines de los tiempos. Es tu único propósito, perro —ella volvió a apuntarme con su bastón el cuál emitió un brillo extraño y se fue dividiendo en dos en un movimiento parecido al de una serpiente. El bastón se dividió en dos y poco a poco se fueron transformando en dos cobras doradas de ojos brillantes, siseando embravecidas hacia mí—. Pagarás con sangre haber incumplido con tu obligación. Cómo Perséfone y Hades son tan blandos contigo, yo misma dictaré tu castigo.

Y ambas serpientes bufaron cuando ella terminó de hablar.
Yo gruñí en respuesta. Ganaría la pelea y correría de vuelta donde Esther se encontraba.

2. Suspiros del Averno [BG #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora