Prólogo

7.2K 276 50
                                    

Prólogo



La vida a bordo de la "Estrella de plata" no empezaba hasta las siete, pero ella siempre se despertaba dos horas antes. El maestro le aseguraba que con el tiempo se acostumbraría a los horarios de la nave, pero lo dudaba. Después de tantos meses a bordo, su organismo seguía resistiéndose, y seguramente seguiría así durante el resto de su vida.

Por suerte, no era algo que le preocupase en exceso.

Apoyó la mano sobre el pequeño globo lumínico que dejaba cada noche junto al cabecero de la cama, levitando a tan solo un metro del suelo, y éste se activó emitiendo una tenue luz blanquecina. A su alrededor, sumida en las tinieblas, su celda reveló las marcas en la pared que a lo largo de los últimos meses la habían rodeado. La mujer se incorporó en la cama, sacó de debajo de la almohada el cuchillo que siempre la acompañaba y se destapó las piernas. Día tras día, las sábanas ocultaban nuevas marcas. Aquel era un buen método para recordar. Dobló la pierna, acercando así el muslo izquierdo al vientre, y hundió el filo del cuchillo junto a la fina línea que el amanecer anterior había trazado. La sangre no tardó en empezar a manar copiosamente al hundirse el metal en la carne. Apoyó el dedo índice sobre la herida, aguardó unos segundos a que se empapase del rojo de la sangre y, ya preparada, se acercó a la pared para dibujar una nueva línea vertical. Aquella era la número trescientos doce.

Trescientos doce días, ni uno más, ni uno menos.

Observó durante unos segundos su obra con una mezcla de fascinación y desprecio, y regresó a la cama. No esperaba que nadie comprendiese el significado que aquel mural tenía para ella. Durante los primeros días, ni tan siquiera ella lo había llegado a entender. Ahora, sin embargo, todo cobraba sentido. Lo que antes había sido una condena ahora se había convertido en una cuenta atrás, y era cuestión de días que llegase a su fin. Hasta entonces, tanto la pared como su pierna seguirían ocultas al resto de habitantes de la nave.

Abrió el cajón de la mesilla de noche y empapó una gasa con el líquido cicatrizante que meses atrás había tomado prestado indefinidamente de la cubierta médica. Tal y como supuso desde el primer día, nadie iba a echarlo de menos. Todos estaban siempre demasiado ocupados como para hacer inventario. Cerró los dedos alrededor de la gasa y la frotó contra la herida. La sensación de ardor que aquel acto producía en ella día a día lograba mantener muy viva la llama del recuerdo. Ni deseaba olvidar, ni se lo iba a permitir jamás. Tenía una deuda consigo misma. Mantuvo la gasa unos segundos más, hasta que la sensación de escozor desapareció, y estiró las piernas sobre la cama. Con aquella nueva herida ya era prácticamente todo el muslo lo que había quedado marcado.

Se preguntó si llegaría a superar la rodilla.

Se cubrió de nuevo con la sábana y cerró los ojos. No se volvería a dormir, pues ni el dolor ni los recuerdos se lo permitirían, pero al menos descansaría un poco más.

Dos horas después volvería a sonar el crono, como cada mañana.




Pasados un par de minutos de las ocho, la mujer entró en la biblioteca. No solía visitar aquel lugar, pues se encontraba demasiado cerca del centro neurálgico de la nave para su gusto, pero era uno de sus favoritos. La estancia era amplia y sombría, con apenas un par de velas iluminando las mesas de estudio. En cierto modo le recordaba a su antiguo hogar, a la sala de lectura de su profesor, aunque los volúmenes que había allí eran mucho más valiosos. Su dueño había hecho una gran inversión de tiempo, esfuerzo y dinero para conseguirlos.

Atravesó con paso firme las losas ajedrezadas hasta la mesa de estudio donde, con la mirada fija en la holografía de lo que parecía ser un mapa planetario, se encontraba el maestro. Se detuvo a unos metros, respetuosa, y bajó la vista.

—Maestro.

El maestro Alexius Helstrom la invitó a que se acercase a ver el mapa que llevaba un par de horas estudiando. Según la información que aparecía al pie de la imagen, bajo el entramado de calles y niveles que componían el lugar, se trataba de un planisferio del planeta Coran, destino al que se dirigían desde hacía semanas.

—Mañana lo alcanzaremos —anunció Helstrom sin apartar la vista de la imagen. Su voz era sosegada y apacible, un claro reflejo de su imperturbable personalidad—. Sé que la espera ha sido larga, pero tal y como te prometí, ésta es nuestra última parada. Una vez cumplamos con nuestro objetivo, nos encaminaremos al sistema Ariangard.

Ella asintió con la cabeza, inexpresiva, aunque interiormente satisfecha.

—Nuestra estancia en Coran será breve pero intensa —prosiguió el maestro. Volvió la mirada hacia ella, con los ojos azules visiblemente apagados por el cansancio—. He estado pensando sobre la oportunidad que me pediste hace unos meses y creo que ha llegado el momento de concedértela. Espero que entiendas que no podía dártela antes.

—No tiene que darme ninguna explicación, maestro —respondió ella.

—Lo sé, pero incluso así quiero dártela. Eres importante para nosotros, Ana. Te necesitamos, pero te necesitamos estable. No te voy a mentir: tengo la sensación de que aún no estás preparada. No obstante, es posible que me equivoque. —Cruzó los brazos sobre el pecho—. La opinión de la capitana Lagos ha tenido un gran peso en esta decisión: ella confía en ti. Demuéstrame que estoy equivocado y que estás recuperada.

Ana asintió a modo de respuesta. Nunca había llegado a entender el motivo de su recelo, pero lo respetaba. Tanto Alexius Helstrom como el resto de pasajeros de la "Estrella de plata" se habían mostrado preocupados por su estado desde un inicio, y aunque lo agradecía, lo veía innecesario. Estaba bien. No como lo había estado tiempo atrás, en Sighrith, antes de que su hermano decidiera volver al planeta acompañado de invasores y dar al traste con todo el trabajo de su padre, pero sí lo suficiente como para poder controlar sus emociones.

Hacía bien confiando en ella.

—No voy a fallar, maestro.



¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Dama de otoño - 2nda parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora