Capítulo 25

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Capítulo 25



Ana tardó unos segundos en reaccionar. Ante ella, las palabras inscritas en el cristal adquirían un significado especial. Para él, simplemente eran una advertencia: una amenaza de lo que le aguardaba en Ariangard. Para ella, sin embargo, era mucho más. Aquella era la letra de Elspeth, Ana lo sabía, la había visto millones de veces anteriormente, a lo largo de todos aquellos años, por lo que la puerta de la esperanza volvía a abrirse...

Incapaz de escuchar nada más allá del latido de su propio corazón, la joven permaneció unos segundos totalmente paralizada, con la mirada fija en las letras. Poco a poco, éstas iban desapareciendo con la bajada de la temperatura, borrando así el rastro de su hermano. No obstante, Ana las había visto, y eso le bastaba para entender que, de alguna forma, Elspeth seguía con vida.

Unos segundos después, cuando volvió en sí, descubrió que Armin había sufrido algo parecido a ella. El guardaespaldas seguía con la mirada fija en el cristal, pálido y con los ojos abiertos de par en par. La visión había logrado sorprenderle, aunque no asustarle. Al menos no todo lo que cabría esperar de una situación como aquella. Ni era la primera vez que le amenazaban, ni probablemente sería la última, aunque sí desde la ultratumba. Aquella escena, sin lugar a dudas, había sido realmente perturbadora...

Claro que, ¿había sido real?

Lentamente, sintiendo las dudas despertar en su mente, el hombre volvió la mirada hacia Ana en busca de una respuesta. De haber sido cualquier otra su expresión, habría llegado a creer que podría haber sido una simple alucinación; que se estaba volviendo loco o que, simple y llanamente, necesitaba relajarse. Sin embargo, el rostro de Ana lo decía todo: los ojos brillantes al borde del llanto, los labios entreabiertos en una expresión de sorpresa, la mandíbula ligeramente desencajada...

Se llevó la mano a la cintura, allí donde guardaba el arma, y la palpó en busca de la seguridad que ésta siempre le ofrecía. En aquel entonces su presencia no resultó tan reconfortante como de costumbre, pero al menos sirvió para que acabase de serenarse.

El ideólogo de aquella broma de mal gusto iba a pagarlo muy caro.

—¿Ha sido cosa tuya?

—¿Cosa mía?

Ana tardó unos segundos en comprender el significado de la pregunta. La mezcla de emociones sumada al cansancio que arrastraba tras la intervención le había embotado la cabeza de tal modo que incluso le costaba pensar con claridad.

Frunció el ceño.

—¿Qué demonios insinúas? —preguntó a la defensiva—. ¿¡Crees que es una broma!?

—No sé lo que creo —admitió Armin.

El hombre volvió la mirada hacia el espejo y mantuvo la mirada fija unos segundos en los dos rostros que éste reflejaba. Ya no quedaba rastro alguno del mensaje, pero sí inquietud en sus semblantes.

Por un instante, se preguntó si no estaría durmiendo.

—¿Sabes si ha entrado alguien más aquí? ¿Hay autorizado algún otro usuario?

—Que yo sepa no. He pasado todo el día en la cubierta médica... si ha entrado alguien, no lo sé. Pero no, en principio no deberían haber podido. Además... —Ana le rozó suavemente el antebrazo para llamar su atención y que la mirase—, ese mensaje era para ti, Armin, no para mí. ¿Le has dicho a alguien que ibas a acompañarme al camarote?

La sonrisa forzada de Leigh al despedirse de él en el pasadizo de las instalaciones médicas acudió a su memoria. Armin había podido percibir su descontento al comprender sus intenciones, pero no creía al joven Tauber capaz de hacer algo como aquello.

Dama de otoño - 2nda parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora