Capítulo 40

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Capítulo 40



La pirámide estaba rodeada por decenas de sombras. Desde la lejanía no podían distinguir con claridad de qué se trataban, pues las espigas azuladas que cubrían los campos las cubrían, pero Armin estaba casi convencido de que eran formas humanoides; decenas de formas amenazantes que, diseminadas por los alrededores, custodiaban la entrada a los edificios.

Lentamente, sintiendo el peso del nerviosismo y la preocupación concentrarse en su cuello, Dewinter bajó los binoculares y se los tendió a Leigh. A su lado, con las miradas fijas en el horizonte y expresiones sombrías cubriéndoles los rostros, Gorren y Helstrom analizaban la situación.

—Hay demasiados: si son guardianes, no podremos con ellos —dijo Philip a su compañero en apenas un susurro, consciente de que tanto Leigh como Armin estaban muy atentos a todas sus palabras—. Debemos esperar. ¿Cuánto tardarán?

Helstrom consultó su crono de mano antes de responder. Horas atrás, antes de iniciar el viaje motorizado hacia las pirámides, el maestro había contactado con el campamento principal para informarle de lo ocurrido. Dale Gordon, al mando de éste, les había informado sobre los recientes ataques que habían sufrido por parte de las mujeres de Emile Arena, la localización de su nave y los planes de ataque que tenían. Además, también había hablado sobre la posibilidad de transportar algunas tropas con las naves ligeras de rastreo. Éstas solo tenían espacio para el transporte de diez agentes por viaje, pero dadas las circunstancias no podían rechazarlo. Los refuerzos, aunque pocos y lentos en llegar, serían muy bien recibidos. 

—Calculo que en tres horas habrán llegado... cuatro como mucho —respondió Helstrom, visiblemente preocupado—. Es demasiado tiempo...

—Siempre y cuando la chica esté dentro, de lo contrario eso no importará. —Gorren cruzó los brazos sobre el pecho y se volvió hacia sus agentes—. Tiamat, Dewinter, buscadla por los alrededores, tanto a ella como a cualquier posible rastro. Si ha estado por aquí, habrá dejado huella.

Obedientes, los dos hombres tomaron de nuevo los aerodeslizadores y se perdieron entre la naturaleza, dispuestos a rodear todo el perímetro de las pirámides en busca de un rastro por el que guiarse. Gorren dudaba que fuesen a encontrar nada, pues incluso habiendo pasado por allí lo más probable era que la propia naturaleza hubiese borrado el rastro de Ana, pero al menos aquello le servía para ganar algo de tiempo.

Controlar a Leigh Tauber era relativamente fácil; el joven era valiente y obstinado, pero obediente. Además, la herida de la pierna jugaba a su favor. Su movilidad se había visto notablemente reducida y, con ella, su energía. Armin Dewinter, en cambio, era totalmente diferente. Hasta entonces se había mostrado relativamente dócil, obediente e, incluso, comprensivo, pero poco a poco su instinto iba abriéndose paso y el carácter de uno de los clanes más temidos de Mandrágora empezaba a hacer acto de presencia.

Aguardó unos instantes a que los dos vehículos estuviesen lo suficientemente lejos como para poder hablar abiertamente. Leigh parecía totalmente al margen de lo que estaba a punto de suceder; Helstrom, en cambio, lo sabía perfectamente. Después de tantos años juntos, Philip ya no podía sorprenderle.

—No podemos enfrentarnos a lo que sea que nos espera allí en solitario, Alexius. Lo estás viendo: son decenas de ellos. Debemos esperar a la llegada de los refuerzos.

—¿Esperar? —preguntó Leigh con cierta sorpresa—. ¿Y qué pasa con Ana? Es más que posible que esté dentro. ¡No podemos esperar!

—Cállate, Tauber —advirtió Gorren en tono cortante—, esto es cosa de los mayores. Alexius, tú lo entiendes, ¿verdad? Sabes perfectamente que podría ser un suicidio. Debemos atacar: golpear al Capitán con toda nuestra fuerza y herirlo de muerte, pero no así. Hacerlo en solitario no serviría de absolutamente nada: moriríamos en el intento.

Dama de otoño - 2nda parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora