Capítulo 32
La lluvia caía con violencia sobre el caluroso atardecer de K-12. Durante las primeras horas de aproximación, el agua había caído con fuerza, llenando los lagos y desbordando los ríos, pero en rachas tan rápidas que los aguaceros apenas duraban diez minutos. Con la caída de la tarde, sin embargo, la tormenta se había vuelto tan continua y potente que el aterrizaje resultó mucho más complicado de lo esperado.
Tras varias horas de búsqueda, el Capitán Turner había logrado encontrar un único llano de varios kilómetros de extensión en cuya superficie podía atracar la Pandemonium. El resto de zonas, inundadas por montañas y bosques, eran terreno totalmente impracticable. La nave extendió sus rampas y en apenas una hora de intenso trabajo todos los miembros de la operación descendieron para levantar un primer campamento. Éste, con Dale Gordon a la cabeza, estaba formado por veinticuatro hombres cuya función, además de proteger la nave, era la de vigilar la retaguardia del equipo principal. Además, ellos se encargarían de mantener la zona vigilada, las comunicaciones activas y, en caso de necesidad, unirse al grupo principal.
Durante las primeras horas en el planeta, mientras sobrevolaban los bosques, no habían logrado divisar las pirámides. Las nubes eran demasiado densas y la ayuda había imposibilitado por completo la búsqueda. Una vez en tierra, sin embargo, un rastreo a nivel orbital les sirvió para confirmar que, al menos en cien kilómetros a la redonda, no se encontraban. El objetivo, al menos por el momento, estaba lejos.
—Seguiremos el rumbo que indique la brújula —anunció Gorren tras revisar los resultados obtenidos por los sondeos.
Tanto él como el resto de sus agentes se encontraban dentro de la tienda de comunicaciones, en el campamento principal. Fuera, la lluvia caía con tanta virulencia que resultaba complicado montar las tiendas de campaña. Los dalianos iban y venían cargados con cajas y paquetes de arriba abajo, tratando de evitar los charcos y barrizales.
—Maestro, no me parece la opción más segura —advirtió Havelock, poniendo en boca lo que probablemente todos estaban pensando en aquellos precisos momentos—. Quizás, cuando pase la lluvia y se despeje el día, podamos obtener mejores resultados.
Ana, que se encontraba junto a la puerta, sentada sobre una caja de madera a la que la humedad empezaba a causar estragos, se asomó. Aunque no era experta en tormentas, al menos no de agua, dudaba que el tiempo fuese a cambiar pronto. El cielo estaba demasiado oscuro y las nubes eran demasiado densas como para que escampase.
—Me temo que esto no funciona así, señores —respondió Leigh. El joven, al igual que el resto, llevaba el uniforme, las botas y el pelo totalmente empapados—. La climatología del planeta no afecta a los resultados de los barridos orbitales. Veréis...
Mientras Tauber se aproximaba a la mesa sobre la cual estaban siendo proyectados los resultados obtenidos por los detectores y los sensores, Ana aprovechó para salir al exterior del puesto y observar, siempre bajo el resguardo del toldo de la tienda, cómo los dalianos empezaban a cobijarse en sus refugios.
K-12 era un lugar de inmensas dimensiones cuya superficie, al menos lo que habían podido ver a través de los ventanales del puente de mando, era totalmente verde. Sus paisajes estaban compuestos por amplias cordilleras colmadas de altísimos picos nevados, bosques enormes cuya densidad impedía ver nada a parte de las copas de los árboles, y grandes lagunas y pantanos de aspecto frondoso y salvaje. Durante el primer sondeo no habían logrado divisar ninguna estructura ni ningún núcleo urbano. Tal y como sospechaban, aquel planeta no había sido colonizado por ninguna raza, por lo que, sin contar con los hombres del Capitán, era muy que probable que ellos fuesen los únicos humanos de su superficie.
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Dama de otoño - 2nda parte
Ciencia FicciónDespués de la invasión de su planeta natal y de caer en manos de Mandrágora, Ana Larkin regresa diez meses después de su huida in extremis del bastión del rex del sector Scatha para dar respuesta a las preguntas que tanto la atormentan. Segunda part...