Capítulo 29

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Capítulo 29



Ana dormía plácidamente en su cama cuando el sonido de varios puños al golpear la puerta de su camarote la despertó. La mujer abrió los ojos y lanzó una fugaz mirada al crono de mano que había dejado sobre la mesilla de noche: eran las tres de la madrugada. Soltó un resoplido, profundamente molesta ante la interrupción, y se incorporó.

Volvieron a golpear de nuevo su puerta, esta vez con más fuerza.

—¡¡Ana!! —Escuchó gritar a alguien desde el pasadizo—. ¡Ana, si estás ahí abre la maldita puerta!

Ana se frotó los ojos con los puños mientras maldecía por lo bajo. No eran horas. Desvió la mirada hacia la puerta, preparando ya una retahíla de insultos, y se puso en pie. Para su sorpresa, lucía la misma ropa que el día anterior, como si no se hubiese acordado de quitársela antes de acostarse. Aquello era extraño. Desconcertada, dio un par de pasos más, demasiado atontada como para poder procesar bien la información, y acudió a la puerta. Al abrirla descubrió que, al otro lado, con el rostro contraído en una mueca de preocupación y los ojos enrojecidos, se encontraba el maestro Helstrom.

Parpadeó un par de veces, sin comprender.

—¿Pero qué...?

Alexius la cogió con brusquedad del brazo y la atrajo hasta sí. A continuación, con rapidez, apoyó los dedos índice y pulgar en su rostro, encima y debajo del párpado, y levantó el superior. Confusa, Ana se dejó hacer. Al parecer, el maestro estaba comprobando algo que, por su expresión, debía ser importante. Muy importante.

Unos segundos después, finalizada la rápida revisión, Helstrom dejó escapar un suspiro, rodeó los hombros de la muchacha y la atrajo contra su pecho.

—Demonios, Ana... —Depositó un beso en su cabello antes de soltarla—. Coge un arma y sígueme, tenemos problemas.

—¿Problemas?

La joven retrocedió unos pasos, dubitativa, pero obedeció. Alcanzó en apenas unas zancadas la mesilla de noche y abrió el cajón en el interior del cual siempre guardaba su arma. Para su sorpresa, no había nada. Estiró el tirador con fuerza hasta lograr sacar el cajón del mueble y lo tiró al suelo, sin contemplaciones.

Se agachó para comprobar que el arma no había caído dentro.

—¿Pero cómo es posible?

Sin mayor explicación, empezó a revisar el armario, el baúl y los bajos de la cama compulsivamente, sin éxito alguno. Su arma parecía haber desaparecido. Ni sabía dónde la había dejado ni dónde podía buscarla...

Aquello era grave. Muy grave. Perder un arma, tal y como le había explicado decenas de veces el maestro, era algo muy peligroso, y más cuando cabía la posibilidad de que cayese en manos de otros.

Empezó a sentir como el nerviosismo le martilleaba la cabeza.

Finalmente, pasados unos minutos, Helstrom entró en la estancia y cerró tras de sí, consciente de que no debían alterar la aparente paz en la que se había sumido la nave desde el inicio de la simulación. Lanzó un vistazo a su alrededor y cruzó los brazos sobre el pecho, severo.

—¿Qué pasa, Ana? ¿No la encuentras?

La joven sacudió las sábanas con nerviosismo, desesperada ante la desaparición, y las lanzó a la esquina izquierda del camarote, con desprecio. Allí tampoco había nada.

—¡No está en ningún sitio!

—¿¡Estás diciendo que has perdido una pistola!? —Alexius palideció, horrorizado—. ¡Ana! ¡No es un juguete!

Dama de otoño - 2nda parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora