XIV

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Capítulo catorce: Apuesta, ángel caído y nuevo poder.

—¡Agh mi maldita cabeza me va matar! —Tomé mi cabeza entre mis manos y negué como si eso funcionara para desaparecer de aquel lugar—, ¡y una mierda si repruebo la maldita materia! —gruñí cansada.

Quentin no ha hecho más que repetir y repetir aquel maldito ejercicio, incluso me pidió hacerlo pero al ver que no comprendía siguió enseñándome.

—Margaret las matemáticas no son tan difíciles, mientras sigas las fórmulas y procedimientos —dijo con calmas y una sonrisa divertida.

¿Cómo puede estar tan calmado? ¿Qué no ve que no es momento de calma? ¿Y esa sonrisa qué? ¿le divierte mi sufrimiento?

—¿Es que acaso al ver tantos números en la maldita página no te causa náuseas y jaqueca? —Arrugué mi mirada.

El me miró divertido.

—La directora de verdad te esta castigando, ¿no es así? —arrugó su nariz en una sonrisa.

—No tienes ni una puta idea, todo el maldito mundo sabe que Margaret Wood y las matemáticas no se combinan —Puse mis ojos en blanco cansada de aquella tarde de tutoría.

Quentin parecía en serio un buen chico, pero vamos, nadie puede ser tan bueno como para llegar a hacer que yo entienda las matemáticas. Ni siquiera papá lo logró cuando yo era niña.

—Bueno creo que deberías mostrarle que no es un castigo —Elevó sus hombros.

Y una mierda.

—No creo que eso sea posible Quentin —Negué tomando una almohada del sofá.

—Oh vamos Margaret Wood, no pareces ser de esas chicas que se rinden fácilmente —Intentó animarme.

—No me rindo con lo de no quiero más matemáticas en mi puta vida —Sonreí elevando mis hombros.

—Y yo tampoco me rendiré con lo de enseñártelas hasta que las aprendas —Me devolvió el mismo gesto.

Aquello me causó gracia. El chico era muy optimista al creer que podría enseñarme matemáticas y que yo las aprendiera.

—¿Qué si apostamos? —Habló ganándose la atención mi mirada.

Las apuestas son divertidas pero ¿qué quería apostar?

—Depende de que estamos apostando —Lo miré con los ojos entrecerrados.

El me miró y se sentó más cerca de mi.

—Si yo logro enseñarte matemáticas gano algo, pero si tú logras hacer que yo me rinda tú ganas —Yo me carcajee.

Me negué rotundamente.

—Creo que desde ya deberías rendirte chico —Jalaba un hilo de la almohada y lo enrollaba en mi dedo.

—Oh vamos Margaret, no veo cuál es el problema de aceptar la apuesta.

Estaba consiente de que me estaba dando una especie de psicología inversa combinada con un poco de competitividad.

—El problema es que no quiero que pierdas.

El se negó riendo y se acercó peligrosamente a mi, tanto que los latidos de su corazón se escuchaban más fuertes.

—No te preocupes por ello, no pienso hacerlo —Me extendió la mano—, ¿entonces tenemos un trato?

Miré sus ojos por un rato y algo en ellos me incitó en aceptar aquella tonta y absurda apuesta.

Besos color sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora