Torno dental

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La primera vez que Martín fue al dentista decidió ser odontólogo.

Tenía cinco años cuando revisaron sus dientes. Se impresionó ante lo que vio de inmediato, no preguntó nada y sólo se dedicó a observar. Un cuarto blanco muy iluminado, una gran silla color crema, suave y un tanto fría en la que lo sentaron, dirigida por un doctor, que se movía arriba y abajo. En posición, el médico abrió su boca y comenzó a mirar sus dientes con un foco sobre su cabeza que también deslizó hacía ella para ver claramente. Inspeccionó todas las piezas con unos instrumentos manuales revisando cada uno exhaustivamente. "Tenemos mucho trabajo que hacer", comentó mientras una mujer anotaba en un computador lo que él decía. La sensación que le provocaron todos esos aparatos en sus dientes, rozándolos, tocándolos y raspándolos le fue agradable; además encontró divertido el lugar y todo lo que allí descubrió fue de su interés. Le tomaron fotos a sus dientes y finalmente le dijeron que tendría que volver un par de veces más.

Al llegar a casa hizo toda clase de preguntas a su madre respecto del lugar, ¿para que servían los utensilios?, ¿cómo funcionaba la silla y todos los aparatos que se movían? Quiso saber cuál era el trabajo del doctor y qué hacían las caries, ¿cómo arreglaba los dientes?, ¿qué era la anestesia?, ¿dolía?, y otras preguntas a medida que su madre respondía. Ante algunas interrogantes que no supo contestar, la madre dijo que podría consultar al dentista la próxima vez, por lo que el niño esperó con ansías su próxima visita.

En la segunda cita, el doctor dijo que sacaría algunas caries. Le pidió a Martín cuidar sus dientes y cepillarlos cada vez después de comer. Luego de varias preguntas del niño le puso una inyección en sus encías que durmieron su boca y lengua completamente. El profesional comenzó el trabajo con una máquina que también estaba conectada a la silla y parecía un gran brazo mecánico del cual salían otros más pequeños y hacían ruidos como las herramientas que usaba su padre. Uno de ellos al contacto con sus dientes le provocó cosquillas y lo hizo reír, una sensación de agrado mayor a cualquiera que hubiese experimentado en su corta vida.

Cada vez que visitaba al dentista disfrutaba el trabajo que hacían en sus dientes, pero lo que más le gustaba era el contacto de aquel aparato ruidoso, sentía que era mejor a cualquier otra cosa y esperaba que lo usaran en su boca cada vez que regresaba. Fue el motivo principal por el cual había decidido ser dentista.

El tiempo fue pasando, periódicamente Martín debía revisar sus dientes. Según su doctor era el único niño entusiasta, el único que lo disfrutaba e incluso se reía con el torno dental, nombre que recibía el aparato ruidoso. La mayoría de los niños se asustaba, lloraba, gritaba o lo mordían, en cambio él era el más valiente, su paciente favorito. Ese día Martín le confesó la intención de seguir sus pasos.

Durante la adolescencia el muchacho ya conocía los nombres de los equipos y aparatos, consideraba a su dentista un ídolo y había decidido enfocar todos sus esfuerzos para estudiar odontología.

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