La búsqueda de Mália

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—¿Recuerda en qué año llegó Mália al pueblo? —preguntó el detective a una decena de personas

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—¿Recuerda en qué año llegó Mália al pueblo? —preguntó el detective a una decena de personas. Nadie lo tenía muy claro.

—Debe haber sido como en el 93' —respondió una anciana al buscar en su memoria.

En esa época la mujer tenía unos 42 años. Vivía en una casa en la cordillera a varios kilómetros de un pequeño pueblo en donde se abastecía principalmente de puros, porque el recuerdo que tuvieron de ella fue siempre exhalando el tabaco de estos. No estaban seguros si la casa le pertenecía a algún familiar lejano o si la compró, ya que nunca la vieron relacionarse con ningún miembro de la familia, y se sabía de ellos que habían emigrado a la capital. Mália provenía de la gran ciudad, en ella fue una mujer completamente diferente, una mujer alegre, entretenida, espontánea y buena amante. Se podría decir que logró construir una vida perfecta, una familia ideal, un proyecto de amor que muchos envidiarían.

No todo fue color de rosas. La vida por la que tanto luchó de un día a otro se desmoronó y la cambió para siempre.

Desde joven se sintió atraída por su mismo sexo, le gustaba la forma en que ellas movían sus caderas, la armonía de un cuerpo curvilíneo, la suavidad de sus largos cabellos y sus perfectos senos: grandes, redondos, pequeños, triangulares, en punta, con forma de embudo, un poco caídos o con algunas arrugas producto de la edad. Todos y cada uno de ellos, tan distintos entre sí le fascinaban. El reconocimiento de su propio cuerpo la llevó a fantasear con ellos mientras se enjabonaba, hidrataba y manoseaba. Se veía a sí misma rodeándolos con la amplitud de sus manos, quería apretarlos, besarlos y morderlos. Estuvo años cuestionando su atracción, angustiada al saberse diferente, molesta con sus propios pensamientos que la tuvieron cautiva por tanto tiempo. No comprendía los motivos de seguir una vida preconcebida por la sociedad que no la representaba. Tantas dudas la hicieron limitarse a la exploración de sus propios rincones, el descubrimiento de su placer, la observación de su sexo y las sensaciones que sus manos fueron experimentando a través de tantas sesiones de masturbación.

El acto sexual llegó muchos años después.

Fue en la universidad dónde liberó sus prejuicios, descubrió la libertad social del alumnado, el despoje de todo pudor, la interacción de personas sin cuestionamientos de gustos, tendencias o en lo que cada uno sintiese interés. Las fiestas contribuyeron también. Se sorprendió al ver no sólo la facilidad de relacionarse y compartir con otros, sino la libertad de exponer sus sentimientos y deseos. No hubo vergüenza de las dos chicas que se besaron en medio de la pista de baile. Nadie en el lugar las criticó o se ofendió ante tal muestra afectiva. Esa imagen automáticamente gatilló un cambio en ella. De inmediato la embargó la felicidad al saberse igual que el resto, se sintió parte de una sociedad distinta, esa a la cual pertenecía.

En la siguiente fiesta el humo del tabaco llamó su atención. Buscó el origen y se encontró con ella. No imaginó encontrarla en un lugar como ese, pero ahí estaba, apoyada en un sofá disfrutando el puro que en ese momento llevó a su boca.

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