Proyección astral

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Recogió un mechón de pelo rubio

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Recogió un mechón de pelo rubio. La clienta era hermosa, la más atractiva que había entrado en su peluquería. Al barrerlo, no pudo evitar dejarlo en una pala separado del resto. Cuando cerró el local olfateó el mechón y en su mente apareció la mujer, desnuda, meneando su cabellera, bailando. Con un poco de scotch pegó el cabello y lo guardó en el bolsillo de la camisa. Por más ridículo que parezca, aunque para alguien como él no lo es tanto, antes de dormir lo olfateó y lo dejó bajo la almohada para tenerlo cerca.

Despertó completamente desnudo, asustado, tan expuesto como un enorme puerco a punto de ser faenado. Ni en sus peores pesadillas se había visto de esa forma. Antes de entender qué ocurría, apareció ella: la rubia. Por un instante evaluó el lugar, estaba en una enorme habitación, él sobre una cama y ella desnuda frente a sus ojos. La música apareció rauda y la mujer comenzó a bailar moviendo sus caderas, agitando sus brazos, tocando sus tetas, cabellos y cintura. Le bailaba a él.

No recordaba cómo había llegado hasta allí, a tener algún romance con la mujer, menos que ésta se interesara en alguien como él.

Roberto era un hombre maduro, cuarentón, gordo, blanco, de estatura normal, sin ningún atractivo especial. Nunca se habían fijado en él, estaba seguro que se debía a su amplitud corporal. Más de una vez trató de mejorar con dietas que no dieron resultado. No pudo mantener ninguna relación, por lo que había decidido vivir la soltería y disfrutar los frutos que le proporcionaba su trabajo. Para eso sí tenía gracia, destreza y habilidad.

Extrañado miraba a la mujer bailar sin entender cómo podía estar seduciéndolo de esa forma. La mujer se acercó y se sentó sobre su sexo moviendo las caderas, tocándolo y besándolo apasionadamente. Aprovechó la oportunidad y comenzó a tocar las tetas que tenía enfrente. No recordaba haber posado sus manos en algo tan delicado, suave y terso, quizás nunca lo había hecho, no se acordaba, salvo las propias, esas que la gordura le había dado a su cuerpo. Estaba excitado y aunque su miembro estaba erecto, la grasa abdominal lo había ocultado y reducido entre sus carnes. La mujer al parecer no veía un problema en él, al contrario, tomó las riendas de la situación, levantó los pliegues de su abdomen y se acomodó perfectamente en el sexo de Roberto. Sintió la suavidad y calidez del sexo de la mujer, sintió su pene hacer contacto e introducirse en una vulva humedecida. Sin poder controlar la reacción, acabó de inmediato. La mujer no detuvo el juego, no reclamó, ni siquiera hubo atisbo de desilusión: simplemente se levantó y puso la entrepierna en su cara obligándolo a que éste la hiciera gozar. Su lengua actúo de inmediato y cumplió el objetivo que su miembro no logró. Al cabo de varios minutos la mujer estalló en placer.

Despertó en la madrugada con la mejor sensación experimentada, tan feliz que sonreía sin explicación. Todo había sido tan real que estaba perturbado. Durante la mañana dudó sobre el hecho, estaba seguro que no se trataba de un sueño, quería creer que no había sido producto de su imaginación. Tampoco había sido tan extenso, pero no recordaba algo mejor en todos sus años.

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