Estatua

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Federico está en Pomaire.

Vivía en Pomaire junto a su esposa y su pequeña hija. Tenía 38 años en aquella época, esa etapa de su vida que recordaremos.

Como muchos de la zona trabajaba la greda. Desde muy pequeño había tenido que aprender el oficio de su familia, su padre le había forjado el amor por aquel arte, así también lo había hecho su antecesor. Tuvo que encargarse de la tienda después de la repentina muerte de su progenitor, sin lograr culminar sus estudios, enfrentándose abruptamente a la madurez y a la responsabilidad de ayudar a su madre en el negocio familiar. La habilidad con la greda era su mayor fortaleza, por lo que en pocos años de trabajo y práctica se perfeccionó convirtiéndose en uno de los mejores del pueblo.

Después del servicio militar, llegó convertido en un apuesto hombre. El jovencito flacuchento que todos habían conocido era otra persona, un hombre de espalda ancha, cuerpo fornido, enormes brazos, musculosas piernas, y pelos en pecho que sobresalían de las camisas que acostumbraba a usar. Tenía unos ojos que al igual a sus antepasados penetraban con la mirada, el pelo muy corto y una barbilla perfectamente afeitada. Tal cambio lo hizo merecedor del deseo de mujeres y la envidia de hombres.

A pesar que su cambio fue abrupto, no perdió la habilidad y delicadeza en su trabajo, más aún, sus grandes manos y su nueva fuerza le permitían hacer nuevos y mejores artículos. Comenzó a realizar algunas esculturas, todas y cada una de ellas exclusivas, que se vendían a muy buen precio e incluso eran reservadas con anticipación.

El taller se encontraba en el sector más alejado de la tienda, por lo que el trabajo a torso desnudo, mostrando a quienes entraban su musculatura y esos abdominales que el rigor del ejército proporcionó al hombre; atraían no solo a los habitantes del pueblo, también a los extranjeros que no evitaban mirarlo.

La popularidad de Federico fue incrementando en el tiempo, las mujeres visitaban la tienda con frecuencia. Las jornadas que dedicaba a sus esculturas por lo general comenzaban temprano y se extendían hasta entrada la noche. Las féminas y en especial aquellas que compraban sus obras permanecían allí viendo la ejecución, observando al hombre, viendo recorrer el sudor por su cuerpo que resaltaba sus músculos y lo hacía más atractivo, llamativo y del deseo de sus clientes. Él sabía lo que generaba y provocaba en las personas, le gustaba que lo vieran de esa forma y constantemente le hicieran propuestas indecorosas, insinuaciones y otras declaraciones que aprovechaba en beneficio de la tienda.

Nunca lo vieron con alguien del pueblo, ningún amorío o con quien relacionarlo. Dicen que algunos días viajaba a otros lugares y que allí tendría un amor. Especulaban que tenía obsesiones y gustos un poco diferentes, sórdidos, morbosos; por eso lo hacía en otras ciudades, para saciar sus deseos sexuales. Nunca lo vieron en alguna situación comprometedora. Sólo fueron rumores.

Otros artesanos del pueblo que lo envidiaban no sólo por la prosperidad de la tienda, también por la atracción que tenía, trataron de imitarlo. Fueron los más jóvenes y en condiciones físicas similares, los que comenzaron a exponer sus cuerpos desnudos a la vista de clientes, con la intención de motivar las ventas, pero a ninguno le dio resultado; simplemente recibieron burlas y comentarios a sus espaldas, las que también escuchó Federico, aumentando su ego y más aún sus ingresos, pero a nadie se lo hizo saber.

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