Último polvo

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Una experiencia de esa naturaleza no puede ser creíble, ni siquiera para mí

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Una experiencia de esa naturaleza no puede ser creíble, ni siquiera para mí. Puede que no sea en ningún caso el autor de esta historia, solamente su simple narrador.

Una nube de polvo cubría el living de esa casa abandonada, tan espeso que parecía prisionero de las paredes. Al principio no entendí de dónde provenía. Los rayos de sol que entraban en la casa provocaban una imagen surrealista. Una sombra bailaba en el centro. El cuerpo se encorvó, los brazos se alzaron y el cabello tuvo un efecto de latigazo. Fue armónico y provocativo. Era una mujer, Consuelo.

Desnuda, cabalgaba sobre un joven. Este la sostenía de las caderas que alzaba de tanto en tanto, sin temor ni preocupación. La escuché gritar muchas veces, creí que se trataba de dolor y me angustié, no sabía qué hacer. Había escuchado de violaciones, ultraje y los crímenes que sucedían tan perversas liberaciones sexuales. Creí que se trataba de eso.

Corrí al otro lado de la casa y la imagen fue más nítida. Quedé inmóvil. Las tetas golpeaban arriba y abajo. Comprendí el salvajismo, lo animalesco de nuestro ser, la perversión de nuestra mente y lo que el cuerpo es capaz de hacer.

Mis ojos no pudieron evitar observar su entrada. Hasta entonces no había visto un miembro hacerlo de esa forma, tan agresivo y destructor que pensé que el interior de Consuelo expulsaría la sangre de todo el daño que le producía. Por su parte, el sexo de la mujer parecía tragar ese miembro en cada embestida, cada vez más abierta, cada vez más dilatada que por momentos no hubo control de los músculos vaginales y su interior fue tan nítido que mis ojos no pudieron alejarse. Aún lo recuerdo.

Los golpes no estuvieron exentos en la escena, las grandes y agrietadas manos del hombre que la sujetaban con tanta ira, también se dejaron caer en caderas, muslos y glúteos. Fueron segundos para que la piel de Consuelo comenzara a enrojecer. Ella lo disfrutaba, ella siguió cabalgando.

De pronto él la tomó en sus brazos, se irguió unido al sexo, la giró y la dejó caer sobre la cama. Escuché el golpe, ella gritó y él de inmediato acalló el dolor con gemidos cuando volvió a embestirla.

Los golpes en el interior de la mujer fueron aún más potentes. Veía los pies del hombre hacer presión en el suelo para controlar los impulsos y con su pelvis penetrarla. Tuve miedo, nada hice, sólo observé.

La sangre brotó de pronto de los hombros y espalda de Eric, ella clavaba sus uñas con tanta furia que la piel quedó en su manos, pensé que era su forma de castigo, me equivoqué. El único objetivo de tanto daño mutuo, era provocar más, más daño, más dolor, al límite. Así fue. El hombre al sentir el ardor de las heridas, las uñas volver a clavarse en el mismo lugar y la sensación de su sangre recorrer el cuerpo lo increparon, lo alucinaron y le confirieron una energía que expulsó con más poder en esa hembra. Ella se dejó ultrajar, cada vez lo disfrutaba más. Tomó sus piernas y las abrió a su máxima elongación. Quería sentirlo tan adentro que cada rincón fuese testigo de ese falo en su interior.

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