Una vez vertidas las libaciones, ocupados los lugares y con las caras relajadas por el descanso, y mi padre de pie junto a su trono en el mégaron, cuarenta hombres esperaban lo que tenía que decir.
-Uno de nuestros invitados habló ayer, el noble Elefenor. -Hizo una seña hacia el hombre, que vestía ahora una túnica limpia-. Muchos más hablarán los días que quedan por venir. Pero antes de que otro hombre tome su lugar ante nosotros, debo anunciar que he decidido añadir otra condición a la competición. Un silencio intranquilo cayó sobre el grupo, tan animado un instante antes. Miré a mi padre pensando lo seguro que parecía siempre,preguntándome qué podría sentir yo al estar tan segura de todas mis acciones. No parecía pensar en el hecho de que había cambiado las normas una vez empezado el concurso.-Sois unos cuarenta; treinta y nueve quedarán decepcionados. Los hombres decepcionados a veces no aceptan los resultados que no les gustan. Con unos guerreros tan fuertes y bien entrenados, esto podría conducir a una lucha desagradable. Quiero que todos los que estáis aquí volváis a vuestro hogar tan enteros como cuando vinisteis.En la pausa que siguió algunos hombres murmuraron, pero cuando mi padre empezó a hablar de nuevo, el silencio cayó sobre la multitud.-Por tanto -continuó-, quiero dejar claro quién elegirá. No seré yo. Será la propia Helena. Y aceptaréis la elección de la mujer a la que aseguráis amar. Todo el mundo le miró. Aquello era inaudito. ¿Era un cobarde acaso, temía hacer una elección y mantenerla? ¿Se escondía detrás de su hija?-Es la voluntad de Helena. -Mi padre me miró-. ¿Helena? -Hizo una seña hacia mí. Me puse en pie.
-Yo elegiré a mi marido -dije lentamente-. Como soy yo la que tengo que pagar el precio de una elección errónea, seré doblemente reflexiva, doblemente cuidadosa para salvaguardar mi propia felicidad. Mi padre parecía satisfecho. Yo me volví a sentar, cogiéndome a los brazos del trono con las manos frías.
-Pero os pido algo más -dijo mi padre-. Todos vosotros debéis jurar respetar la elección de Helena, y nadie (nadie, no importa quién sea) debe disputarla o intentar impedirla, y todos vosotros debéis defender al hombre elegido, con las armas, si es necesario.
-¿Cómo? -gritó Áyax de Salamina, un hombre gigantesco-. ¡Nos insultas!En lugar de discutir, mi padre ladeó la cabeza.-Quizá, aunque no es ésa mi intención. Yo tengo que considerar mis propias profecías, que no tenéis por qué conocer vosotros, pero esto asegurará la paz. Creedme, es por vuestro propio bien, aunque no lo creáis. Áyax gruñó.-Debéis prestar el juramento ahora -dijo mi padre-, antes de seguir. Cualquier hombre que no desee seguirme al lugar sagrado puede retirar su petición.
Toda la compañía siguió a mi padre al exterior del mégaron y desde allí al palacio. Tres sacerdotes llevaron un caballo para sacrificarlo. Era un caballito recio de Tesalia, pero su fuerza y su sangre se verterían para ligar a aquellos hombres y evitar una guerra..., la espantosa guerra de la que sólo mi padre sabía algo. Algunos mantienen que el destino está fijado, y que ni siquiera Zeus puede alterarlo, mientras otros creen que las cosas son más fluidas, y que siempre cambian. Pero cuando un destino truculento nos espera, está en nuestra naturaleza intentar cambiarlo, o al menos no caminar de buen grado hacia él. Había una larga distancia desde Esparta; no había pensado que tuviera que caminar tanto.
Fuimos en silenciosa procesión por la colina abajo, y pasamos de largo la ciudad. Una multitud vino a vernos pasar. Hacía demasiado frío para la estación y yo temblaba con mi ligera túnica de lana. Caminaba entre mi padre y mi madre, con Cástor y Polideuces detrás de nosotros y justo detrás Clitemnestra y Agamenón. Mi padre parecía adusto mientras íbamos avanzando, y mi madre no menos. Estaba claro que cada paso que daban lo sentían como un desafío al oráculo, como una oposición a la voluntad de los dioses. Sin embargo, tenían que hacerlo. Un claro sombreado en la ladera de una colina rocosa con una fina cascada de agua en un lado: aquél era el tipo de lugar que una ninfa delas aguas o de los árboles podría llamar su hogar. Oscuros cipreses rodeaban el borde del vallecito, y el suelo estaba cubierto de blando musgo. Silenciosamente, como si fuera una ceremonia de uno de los misterios, los hombres formaron un círculo en torno al claro. Mi padre cogió las riendas del caballo y lo condujo hasta el centro. Con una temblorosa exhalación de aliento, el animal tiritó y su pellejo se movió un poco, como si unas pequeñas ondas pasaran por él.
-Proceded. Mi padre hizo una seña a los sacerdotes.
Éstos se adelantaron con cuchillos y espadas de bronce. Uno retorció el ronzal y obligó a la cabeza del animal a echarse hacia atrás, para exponer mejor la garganta, mientras el segundo le acariciaba la cruz y murmuraba palabras tranquilizadoras. Entonces el tercero se movió con rapidez: tomó una larga espada y cortó el cuello del caballo en un solo movimiento. El animal reculó, pero no pudo emitir sonido alguno; cayó de rodillas, su cabeza se inclinó hacia delante y se golpeó contra el suelo con un crujido. Chorros de sangre surgieron del cuello, de modo que la cabeza desapareció debajo del rojo torrente. Una nube de vapor rodeó aquella inundación, al chocar su calor contra el aire frío, y un horrible olor metálico llenó el aire.Un charco de sangre rodeaba al caballo; éste yacía despatarrado, como si estuviera colocado sobre una vela roja. Cuando hubieron pasado unos momentos sin que el caballo se moviera, mi padre hizo una señal de nuevo a los sacerdotes. Éstos caminaron por el círculo de sangre y empezaron a desmembrar el caballo, usando unos cuchillos cortos para cortar los miembros y las articulaciones y abrir el interior. El único sonido en el claro era el de sus cuchillos cortando y serrando, el de los tendones que chasqueaban y el de las articulaciones que se desgajaban, y el de los tejidos blandos que gorgoteaban al derramarse su contenido. Metódicamente, los sacerdotes colocaron los trozos en círculo, luego se retiraron, con las piernas ensangrentadas hasta las rodillas y los mantos sucios de entrañas. Mi padre alzó los brazos.
-Tomad vuestros lugares -ordenó a los hombres-. Hay trozos suficientes para cada uno de vosotros. Debéis colocaros de pie sobre uno de los trozos y hacer el voto solemne. Aunque muchos eran guerreros, los hombres parecían intranquilos ante aquella petición tan macabra. Mirándose unos a otros y luego otra vez a mi padre, lentamente, se adelantaron y pusieron al menos un pie en los trozos del sangriento cadáver.-Juro ante esta compañía y ante todos los dioses del alto Olimpo que defenderé a Helena de Esparta y al señor que ella elija contra cualquiera que desee hacerles daño -entonaron todos juntos, con sus voces profundas.-Que así sea -dijo mi padre. Se volvió hacia los sacerdotes-. Enterrad al caballo -dijo-. Alzad luego un montículo encima que sirva como recuerdo de este día y de este juramento. -Luego, con una sonrisa, añadió-: Vamos, volvamos al palacio ahora. -Su sonrisa era casi lo peor de todo, como si hubiese jugado a ser dios y hubiese conseguido alterar nuestro destino.
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Creo que no he escrito todo el capítulo, pero por el momento lo publicaré así.
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Helena De Troya
RomanceÉsta es la historia de Helena de Troya, la mujer más bella del mundo. Una mujer premiada y castigada por los dioses con un don tan único y virtuoso como maldito y terrible: una belleza incomparable, capaz de provocar la mejor locura de los hombres...