—¿Para qué están aquí, en realidad? —le pregunté a Menelao, medio dormida, mientras abría los ojos; le vi abrochándose su manto.
Me dolía la cabeza; notaba como si me hubiesen golpeado en la nuca. No podía creer que lo que recordaba de la noche hubiese sucedido de verdad. Seguramente era un sueño. Me agaché y me toqué el tobillo, y noté una zona dolorida por mi encuentro con la serpiente. Pero aunque hubiese ido al santuario, quizá fuese sonámbula. Ahora, Menelao se volvería y me diría: «¿Que para qué están aquí quiénes? No sé lo que quieres decir», y yo suspiraría, aliviada.
—Les ha enviado el rey Príamo —dijo—. Eso aseguran ellos. Deben de haber llegado a Troya noticias de las murmuraciones de Agamenón, evidentemente. Así que han venido en nombre de Príamo a pedir que se devuelva a Hesíone a su tierra nativa, o al menos que se les permita hablar con ella.
Me incorporé. Así que era verdad. Los troyanos estaban allí.
—¿Y se les ha permitido?
Menelao bufó.—No, claro que no. Agamenón no lo permitiría. Hesíone diría que está contenta, y entonces Príamo tendría que dejar de lamentarse, y Agamenón no tendría nada de lo que quejarse contra Príamo —suspiró—. Los jóvenes, cosa que les honra, no parecen completamente ansiosos por liberar a Hesíone. Sospecho que han venido más bien para seguirle la corriente a su rey, y para ver Grecia. A los jóvenes les gusta vagabundear un poco.
Yo me puse en pie y di unas palmadas para llamar a mis doncellas.
—Siento mucho lo de tu abuelo.
—Sí —dijo él—. En cuanto este entretenimiento haya acabado, iré a Creta. Protocolo... —Meneó la cabeza—. Por supuesto, los huéspedes son sagrados, y hay que cumplir las obligaciones.
Sí. Aunque alguien se estuviera muriendo o hubiese muerto. Todos conocíamos la historia del rey Admeto, que agasajó en su palacio a Heracles aunque la reina se estaba muriendo, porque la hospitalidad lo exigía. Heracles sólo averiguó que pasaba algo cuando oyó llorar a las esclavas.
—Sí —dije yo—. Tal es la costumbre.
Nueve días con Paris como huésped. Nueve días... Tenía miedo de salir de mi habitación y volver a verle. Pero tenía el mismo miedo de no volver a verle nunca.
De modo que Agamenón podía ponerse en camino rápidamente, y se decidió que se celebrase el tradicional festín para los invitados aquella noche. Así que cualquier idea que hubiese podido tener yo de esconderme en mis habitaciones desapareció. Di órdenes de que preparasen la comida y los cocineros empezaron al mediodía, y siguieron sin descanso. Puse a trabajar a los sirvientes, que formaron una decoración con ramas floridas de peral salvaje y almendro, y ordené a los tañedores de lira más expertos de la ciudad que se presentaran al oscurecer. Envié recado a mi madre, mi padre y mis hermanos, así como a Hermíone, para que estuvieran presentes. Ya no se me hacía extraño convocar a mi madre y a mi padre; había caminado con las sandalias de una reina y llevado la diadema de oro el tiempo suficiente, de modo que, en verdad, yo reinaba en palacio. Procuré emitir todas esas órdenes desde mis aposentos, ya que no quería aventurarme todavía fuera, en el palacio, por si me encontraba a Paris.La hora del ocaso, el tiempo de la luz azul y lo que algunos llaman «primera oscuridad» había llegado. El sol había desaparecido y en su estela la brillante estrella de Afrodita brillaba en el horizonte, blanca y plena. Un ligero viento, cálido y suave, soplaba desde el sur.
Yo tenía que vestirme, y permití a mis doncellas que eligiesen algo para mí. No sabía muy bien qué sería. En realidad no importaba; deseaba ser invisible, y si hubiera tenido una túnica que lo hiciera posible, ésa sería la que habría elegido. Pero resultó que tuve que soportar que me entretejieran ornamentos de oro entre mis rizos, que me abrocharan la diadema de oro con sus dibujos de espirales solares en la frente, y sus murmullos de apreciación ante todo aquello.
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Helena De Troya
RomanceÉsta es la historia de Helena de Troya, la mujer más bella del mundo. Una mujer premiada y castigada por los dioses con un don tan único y virtuoso como maldito y terrible: una belleza incomparable, capaz de provocar la mejor locura de los hombres...