II

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Y así fué como supe que tenía prohibido usar un espejo. Era una cosa tan sencilla, una superficie de bronce pulido que reflejaba una imagen muy pobre, en cualquier caso. Yo había visto poca cosa cuando sujetaba el espejo arriba para mirarme la cabeza, el rostro que vi, fugazmente, no era el que había imaginado.
¿Podemos imaginar nuestro propio rostro? Creo que no. Creo que nos imaginamos cómo si fuésemos invisibles, sin rostro en absoluto, capaces de mezclarnos perfectamente con todo lo que nos rodea.
Mi madre se miraba bastante a menudo al espejo. Parecía que cada vez que yo entraba en su habitación ella se estaba mirando al espejo, levantando las cejas, volviendo la cabeza para mirarse las mejillas a un lado y otro, o humedeciéndose los labios. A veces, lo que hacía le llevaba una sonrisa a los labios, pero más a menudo, lo que hacía era fruncir el ceño y lanzar un suspiro. Siempre dejaba a un lado el espejo cuándo me veía, e incluso llegaba a sentarse encima para evitar que yo lo cogiera.
¿Era guapa mi madre? ¿Atractiva? ¿Seductora? ¿Encantadora? ¿Bella? Tenemos tantas palabras para describir el grado exacto en el cuál una persona complace nuestros sentidos... Sí, yo diría que era todas esas cosas. Ella tenía, cómo ya he dicho, un rostro delgado y largo, que le daba un aspecto inusual; en nuestra familia, las caras eran redondas u ovaladas.
Su nariz era una perfecta hoja fina y afilada, que separaba sus ojos grandes y oblicuos, y eso era lo qué más llamaba la atención cuándo la mirabas: sus enormes ojos oblicuos que nunca te miraban directamente, y que dominaban su rostro. La cualidad más seductora que poseía era su vívido colorido, y unas mejillas que siempre parecían sonrojadas y encendidas. Tenía también el cuello largo y esbelto, muy elegante. A mí me parecía que podía estar orgullosa de él, pero una vez, cuándo alguien le dijo que tenía un cuello de cisne, ella le hizo salir de la habitación.
Se llamaba Leda, un nombre que yo encontraba muy bonito. Significaba «dama», y ella siempre había sido menuda y graciosa, de modo que al elegir aquel nombre para ella, mis abuelos le habían dado un marco en el que crecer. 

Mi nombre, Helena, era menos claro. Le pregunté a mi madre una vez,cuando la encontré mirándose al espejo y ella lo escondió a toda prisa, porqué me había puesto aquel nombre y qué significaba.  

  —Ya sé que Clitemnestra significa «cortejo loable», y como es tuprimogénita, yo pensaba que significaba que el cortejo de mi padre te habíaconquistado.Ella echó atrás la cabeza y lanzó una risa ronca, divertida.

 —El cortejo de tu padre fue como él, político. 

—Viendo el asombro en mirostro, ella dijo—: Quiero decir que estaba en el exilio (¡una vez más!) y serefugió en la casa de mi madre y mi padre. Y ellos tenían una hija casadera, yél estaba ansioso por casarse, tan ansioso que les prometió grandes obsequiossi me entregaban, y eso fue lo que hicieron. 

—Pero ¿qué pensaste de él cuando le viste por primera vez?Ella se encogió de hombros.—Que no era desagradable y que podría soportarle. 

—¿Y eso es todo lo que puede buscar una mujer? —pregunté, vacilante ytambién un poco conmocionada.

 —Sí. —Ella me miró con dureza—. Aunque en tu caso, creo que podremospedir algo más. Conseguir un trato mejor. Y en cuanto a los demás nombres:Cástor recibió su nombre por el animal, y realmente ha crecido muyindustrioso, y Polideuces significa «mucho vino dulce». Tu hermano podríabeber más vino, si eso sirviera para aligerar su humor.

 —Pero ¿y mi nombre? ¡Mi nombre!   

  Los niños están más interesados en sí mismos. Yo estaba impaciente poroír mi propia historia, la historia especial de mí misma desde antes de lo quepodía recordar, un misterio del cual sólo mi madre y mi padre tenían la clave. 

—Helena. —Ella inspiró aire con fuerza—. Era difícil elegir tu nombre.Tenía que ser..., tenía que reflejar... —Ella, nerviosamente, empezó aretorcerse un rizo de pelo, un hábito al que volvía en tiempos de incertidumbreo agitación; yo lo sabía muy bien—. Significa muchas cosas. «Luna», porqueparecías tocada por la diosa; «antorcha», porque desprendías luz. 

Helena De TroyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora