Los vientos eran vivos cuando nos levantamos y bajamos a la playa por la mañana temprano.
—Buena señal —dijo el capitán—. ¡Pongámonos de camino!
Los hombres estaban cargando los odres y los sacos de grano a bordo.
Yo busqué a Gelanor. Pero no estaba. Me sentí decepcionada, pero no sorprendida. Más que nada, me sentía triste por no volver a verle. Y preocupada por su seguridad si volvía solo navegando a Esparta. ¿Ni siquiera quería hablar conmigo antes de separarnos?
Un roce a mi lado me sorprendió, y al volverme vi a Evadne, con el rostro casi invisible por los pliegues de su capucha.
—La serpiente y yo sí que vamos —dijo—. Ella no querría otra cosa. —Dio unas palmaditas afectuosas en la bolsa—. Esta mañana hemos podido coger algunos ratones para ella, y eso la satisfará hasta que lleguemos a su nuevo hogar.
Me sentí conmovida por aquella mujer a quien apenas conocí en todos mis años en Esparta y que ahora estaba dispuesta a hacer el viaje conmigo. De modo que ella y la serpiente serían todo lo que viajaría conmigo de mi antigua vida. Y el oro y las joyas. Pero la mujer y la serpiente eran más preciadas.
—Gracias por venir —le dije.
—Todo el mundo a bordo —ordenó el capitán.
Nos acercamos a la borda del barco, y uno por uno fuimos pasando por encima y ocupamos nuestros lugares. Cuando el último de los soldados estaba ya subiendo al barco, alguien golpeó la borda.
—¡Dejadme hablar con el capitán! —pedía Gelanor.
Saqué la cabeza y le vi de pie, con el manto, con aire impaciente.
—Sí, ¿qué pasa? —El capitán parecía también impaciente—. Debemos zarpar enseguida.
—Dijiste que ibais a Quíos —dijo él.
—Sí, eso fue lo que dije —exclamó.
—¿Me lo puedes prometer?
El capitán se echó a reír, aunque no había alegría en su risa.
—Pregúntaselo a Poseidón. Sólo él puede prometerlo.
—¿Es tu «intención» ir a Quíos, y hacer escala allí?
—Sí, ¿cuántas veces tienes que oírlo?
—Está bien, entonces. Iré. —Saltó por encima de la piedra que los soldados usaban como escalón y se unió a nosotros. No nos miró ni a Paris ni a mí, sino que tomó asiento a cierta distancia.
Me preguntaba qué tenía de especial Quíos. Fuera lo que fuese, al parecer significaba más para él que todos mis ruegos de que nos acompañara. Significaba para él más que «yo». Miré su espalda. Bueno, pues nada, que se quedara con Quíos y lo que sea que hubiera allí.
El cielo se iluminó y se volvió de un azul claro y radiante. Corrimos por encima de las olas hacia Troya.
Oh, aquel viaje, aquel viaje. En él me vi suspendida entre mis dos mundos, fuera de cualquier mundo, porque la vida en un barco que navega rápido no tiene relación alguna con la vida en ningún otro sitio. Cada día trae consigo sus propias maravillas, cada noche sus propios peligros, y por tanto no hubo un solo momento en que no me sintiera vibrante y viva. Cada día parecía valer por cinco años de novedades, aunque pasaban en un relámpago, como un sueño.
Nuestro primer trayecto hasta Melos fue muy largo, y el viento nos falló a mitad de camino. Los remeros tuvieron que empeñar toda su fuerza a los remos y seguir remando incluso por la noche. Cuando llegó al fin a la vista, el capitán nos advirtió de que Melos era también un nido de piratas, que se escondían en las cuevas marinas en la base de los acantilados. Pero pasamos sin problemas a la bahía protegida y curva y desembarcamos al fin en un bonito puerto. Ansiosos, salimos del confinamiento del barco y retozamos en tierra, estirando los miembros, agitando los brazos y gritando de alegría. Paris y yo bailábamos en la arena. Evadne sacó la serpiente de su saco y se la enroscó en torno al cuello, y cantó. Eneas desafió a Paris a una carrera a lo largo de la orilla. Gelanor se fue a dar un paseo solo para examinar los moluscos a lo largo de la línea de la marea.
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Helena De Troya
RomanceÉsta es la historia de Helena de Troya, la mujer más bella del mundo. Una mujer premiada y castigada por los dioses con un don tan único y virtuoso como maldito y terrible: una belleza incomparable, capaz de provocar la mejor locura de los hombres...