Treinta y uno.

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CUATRO MESES DESPUÉS

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CUATRO MESES DESPUÉS

Bajó la lanza, pescando un pez que pasaba junto a sus piernas dentro del agua cálida. Lo levantó, poniéndolo dentro de la bolsa de red que armó meses atrás. Sonrió cuando notó que esta estaba llena y comenzó a escalar las rocas que separaban el suelo firme del río hasta llegar donde había dejado sus botas. Se sentó bajó los acogedores rayos del sol y levantó la mirada un instante para observar el color amarillo y anaranjado bañar el césped a través de las copas de los árboles, las cuales apenas se movían debido a la agradable brisa.

Tomó aire antes de colocarse las botas y ponerse de pie sin olvidar la lanza y la bolsa que llevaba su almuerzo.

Caminó en silencio con la mente despejada, oyendo el canto de los pájaros que sobrevolaban por los árboles.

Dejó caer la bolsa a un lado antes de ocuparse por avivar las llamas de la fogata, la cual había dejado armada antes de ir a cazar.

Durante todo este tiempo, estuvo moviéndose de un lado a otro sin alejarse demasiado de la línea de los trece Clanes debido a que necesitaba la ropa que los negocios ajenos a Polis vendían. Había conocido a una muchacha, Niylah, a quien no le importaba su pasado y hacía pocas preguntas cada vez que iba a su negocio para intercambiar un poco de comida por ropa. Parte de ella estaba segura de que sabía quién era, pero su bondad era más grande que la curiosidad y decidía no hacer preguntas y solo aceptar la caza del día que Briseida le daba incluso cuando Niylah podía conseguirlo por ella misma.

Apoyó la espalda contra un árbol, suspirando mientras el pescado se cocinaba.

Cerró los ojos un momento, sintiendo la paz que el bosque emanaba. Por muchas noches, era este mismo silencio lo que la mantenía despierta y alerta por cualquier amenaza, pero había aprendido a convivir con ella misma y superar los fantasmas del pasado. Esto ocurrió de forma gradual al comienzo hasta que un día despertó sabiendo que, por fin, todo estaría bien. No sabía cuándo había ocurrido, solo que sucedió. Y no solo había cambiado por dentro, sino también en su apariencia. Ahora vestía una remera negra sin mangas con un pantalón del mismo color, cómodo para el movimiento en el bosque y llevaba su cabello corto como en el Arca, solo que de una manera desprolija. El flequillo no había vuelto, pero así se sentía más libre. Su piel bronceada gracias a los días en el bosque. Las cicatrices habían desaparecido por completo. A veces se avergonzaba por sentirse tan diferente gracias a la ropa y su cabello, pero no podía ignorar que era una gran parte de su cambio interior. Su parte favorita era cuando accidentalmente se encontraba con su reflejo en el río y este le devolvía una muchacha renovada, sana, sin heridas.

Sin embargo, no todo fue flores y arco iris. Muchas noches se encontraba llorando por lo sucedido, necesitando de alguien y, antes de darse cuenta, estaba de pie en la línea del campamento de Skaikru, esperando ver a alguien que conociera o que la atisbaran, pero era como si parte de ella misma supiera que no era lo correcto y se mantenía alejada de la multitud hasta volver al bosque. También visitó la aldea que Oskru había dejado atrás. Desolada era aún más terrorífica que habitada. Varias veces rompió en llantos desconsolados, preguntándose en qué momento había perdido todo por lo que había trabajado tantos años.

Pero ahora nada de esto importaba. Sabía que estas partes convivirían siempre con ella y había aprendido a lidiar. No era necesario elegir quién quería ser ni qué historia de su pasado definía su presente mientras que comprendiera que, lo que fue, no necesariamente marcaba su futuro.

Terminó de almorzar y apagó el fuego con un balde de agua que había cargado del río más temprano. En aquel claro del bosque, había montado una pequeña casa con el material que encontró y cambió en el negocio de Niylah. Nadie sabía que estaba allí y eso lo hacía especial. Pasó las manos por su cabello y se encaminó hasta el negocio donde pretendía comprar un poco de ropa.

 Pasó las manos por su cabello y se encaminó hasta el negocio donde pretendía comprar un poco de ropa

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Ha yun, Niylah —saludó Briseida ingresando al recinto, cerrando la puerta tras ella.

Niylah se giró sobre sus talones, sonriendo con amabilidad y acercándose a la mesa que las separaba.

—¿Qué traes hoy? —preguntó amistosa.

—Nada —replicó sincera, observando su alrededor. El negocio era un lugar grande pero había muchos objetos desperdigados por doquier creando un ambiente más angosto—. Quería ver ropa —añadió, tomando un cuchillo que atisbó sobre un mueble en el fondo del lugar. Apenas cargaba con armas ella misma. Las espadas las había dejado atrás y solo llevaba pequeños cuchillos que pudiera esconder en su cuerpo. En cuatro meses, no los usó ni una vez para luchar.

La puerta se abrió detrás de ella pero no volteó, absorta en el cuchillo. Sin embargo, Niylah no habló y esto llamó su atención.

—¿Niylah...? —dijo, volteando para detenerse al instante con la boca abierta.

Ante ella, se hallaba Bellamy de pie, con su mirada sobre la suya.

—¿Qué...? —empezó pero se detuvo cuando una sonrisa cubrió su rostro pecoso. No había cambiado en absolutamente nada. Miró a Niylah, quien tenía ambas manos sobre la mesa y sus cejas elevadas.

—No es la primera vez que pasa preguntando por ti —comentó con cierta vergüenza como si temiera la reacción de Briseida—. Creí que era tiempo de que se vieran —añadió.

Sacudió la cabeza, incapaz se aclarar su mente. Jamás hubiera imaginado que Bellamy estaría buscándola una vez más, que volvería a verlo luego de lo que había pasado. Estaba segura de que había seguido adelante con su vida, olvidándose definitivamente de ella. Y, sin embargo... Allí estaba. De pie. Era real.

Bellamy se encogió de hombros.

—Espero no haberme precipitado —susurró con una sonrisa nerviosa.

Briseida soltó una risa con lágrimas en los ojos. Por primera vez, estas no eran de tristeza ni desolación sino de felicidad pura.

Sacudió la cabeza, causando que Bellamy se acercara aún más a ella, aliviado.

—Para nada... —logró susurrar antes de envolverlo en sus brazos. Escondió su rostro en el cuello de Bellamy, inhalando su aroma que no sabía que había anhelado tanto hasta ese entonces.

Bellamy la abrazó de vuelta con calidez pero firmeza, como si no quisiera repetir la historia de la última vez que se vieron. Tal vez, Bellamy deseó detenerla pero nunca se armó de valentía para hacerlo y, ahora, no dejaría que volviera a pasar.

Pero Briseida sabía que nada se interpondría otra vez, porque había encontrado quién era. Había lidiado con su pasado para vivir en el presente. Ahora, estaba con él.

Estaba en su hogar.

FIN

Atlas II | Bellamy BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora