Capítulo 7

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ATENAS

Volé a través del jardín y me lancé en los brazos de Lena, besándola como si fuera la última oportunidad que tenía.
En verdad era ella. Su piel estaba cálida, sus ojos verdes se enfocaron en mí, y la manera en que me levantó en el aire y me besó, nadie, ni siquiera un Titán, podía hacer que mis entrañas se volvieran papilla de la manera en que ella lo hacía. Puso su mano sobre mi espalda, la palma de su mano tan caliente que pude sentirlo a través de mi camisa.
—Te extrañé. —Mi voz se quebró, y presionó su frente contra la mía así que lo único que podía ver era a ella.
—Estás bien. —Pasó sus dedos a través de mis cabellos de la misma manera que Winn lo había hecho en el vuelo, pero eso no era nada más que un recuerdo distante. Lena estaba aquí ahora, y una parte de mí volvió a encajar en su lugar.
Lena tropezó, e inmediatamente caí al suelo, buscando en su cara alguna señal de dolor. En lugar de hacer muecas de dolor, sonrió y tomó mi mano.
—Estoy bien. Solo necesito descanso.
No estaba segura de creerle, pero Winn se puso de pie e hizo un gesto hacia la puerta donde Rhea había desaparecida.
—Debemos darle las gracias y seguir nuestro camino —dijo, viendo a Lena—. Me parece que no estás en condiciones de regresar al Olimpo, así que tendremos que hacerlo a la vieja usanza. La puesta de sol es en pocas horas.
—Espera —dije, ayudando a Lena a avanzar—. Hay un lugar que quiero ver primero.
Lena y yo nos sentamos contra la pared del aeropuerto de Zimbabwe, mis dedos entrelazados con los suyos. No la había soltado desde que había volado a sus brazos en el jardín de Rhea, y ella no había intentado hacerlo.
La había besado a hurtadillas en el taxi todo el camino al aeropuerto, ignorando las muecas que Winn hacía en el asiento delantero. Ahora que estábamos en público, Lena parecía vacilante, pero nunca me rechazó.
¿Cómo  pude  creer  alguna  vez  en  la  estratagema  de  Cronos?  Nadie, especialmente el rey de los Titanes, podría reemplazar a Lena alguna vez.
—¿Quieres ver a Noah? —dije mientras esperaba que Winn regresara del mostrador de pasajes.
—Sí —dijo Lena sin dudarlo, aunque el cansancio en su rostro me hizo esperar. Rhea había quitado hasta el último rastro de Cronos de su cuerpo, pero ella se seguía moviendo como si sintiera dolor. ¿Qué le haría el hecho de atravesar esas barreras de arenas movedizas? ¿La haría sentir peor?
—Una vez que descanses —dije, agarrando su mano—. Puedes dormir en el avión.
Su expresión osciló con decepción, pero no discutió. Si hubiera estado lo bastante bien para verlo, habría luchado como el infierno para convencerme y la satisfacción inquieta se fijó dentro de mí. Al menos había tomado una decisión correcta en este día.
—¿Qué pasó? —Habló en voz baja, pero incluso en el medio del ruido del aeropuerto, escuché cada palabra—. ¿Por qué vamos a Atenas?
Dudé. No había manera sencilla de decirlo y nada que pudiera hacer para hacerlo menos doloroso, así que lo dije sin tapujos. Le conté todo de lo que pasó desde que Jess la atacó. El asalto a Atenas, mis visiones, todo lo que Cronos había dicho y hecho, todo salvo la parte donde me había prometido a él. No pude decirlo, y por la manera en que los músculos de la mandíbula de Lena se tensaron cuando describí cómo Cronos había sostenido a nuestro hijo, no quería empeorar las cosas peor de lo que ya estaban.
—Lo mataré —susurró Lena—. Si tengo que rasgar el mundo para hacerlo, lo haré.
—Y  entonces no serás mejor que él —dije—. Descubriremos  cómo conseguir a Noah sin que nadie más muera, lo prometo.
Lena asintió y pareció relajarse contra la pared. Al menos pensé que se estaba  relajando  hasta  que  sentí  las  olas  indicadoras  de  poder  oscuro emanando de su interior.
Toqué su rodilla.
—Lena, tanto como yo quiero rasgarle la cabeza al bastardo, no estás en condiciones de  meterte  en una competencia contra un Titán.  Descansa primero, y encontraremos algo después.
Luego de un largo y tenso momento, ese poder resonante se desvaneció. Miré alrededor con nerviosismo, buscando alguna señal de que las personas deambulando alrededor de nosotros habían notado algo, pero nadie pareció darse cuenta.
A sesenta metros, encontré a Winn hablando con una mujer usando una enorme mochila. Él señaló a lo largo de la terminal, y ella le dio una sonrisa agradecida y corrió en esa misma dirección. Fruncí el ceño.
—No es el mejor momento para detenerse y dar direcciones, ¿no? —dije cuando se nos unió. Winn se encogió de hombros.
—Tampoco es el mejor momento para reunir el suficiente poder para acabar con la mitad de África —dijo, mirando fijamente a Lena. Se miraron entre sí—. Además, dar direcciones es lo que hago. Entre otras cosas.
—Como robar bancos —dijo Lena.
—Eso fue una sola vez. —Winn negó con la cabeza y sacó tres tickets—. El aeropuerto de Atenas ya no está más, pero conseguí llevarnos tan cerca como sea posible. ¿Estás segura de querer hacer esto, Kara?
Asentí aturdida. Era importante informar al Consejo, pero yo tenía que ver el daño. Cronos no había tocado el Partenón por una razón, y quizás allí hubiera una pista, o algo que pudiera ayudarnos. Además, no tenía dudas de que Lena se sumergiría en la guerra una vez que regresáramos al Olimpo, y ella necesitaba un descanso antes de ir cabeza a cabeza con Cronos. Mantenerla alejada todo el tiempo que fuera posible era la única solución en la que podía pensar.
Lena presionó sus labios en mi sien.
—Ir a Atenas no ayudará —dijo en voz baja—. No cambiará nada.
—Puede  que  sí. Podríamos hallar  algo.  Esas personas  murieron por  mi culpa…
—Claro que no. —El ceño de Lena se profundizó—. No tuvo nada que ver contigo. Cronos habría atacado a la humanidad en un momento u otro, y nada que pudieras hacer lo habría evitado.
Winn me miró, pero evité sus ojos. No podía decirle a Lena lo equivocada que estaba.
—Vamos —dijo Winn, ofreciéndole a Lena una mano. Ella la rechazó, y el brazo de Winn cayó a su lado—. Nuestro avión estará abordando pronto. Debería  llegar  con  tiempo  suficiente  para  llegar  a  Atenas  antes  de  la próxima puesta de sol.
—¿Por qué importa eso? —dije, estabilizando a Lena por el codo mientras él se ponía de pie temblorosamente.
—Porque  mientras  más  cerca  estemos  de  Cronos,  en  más  peligro  nos encontramos  —dijo  Winn—.  No  sé  ustedes,  pero  no  estoy  dispuesto  a arriesgarme por un tiempo prolongado.
A una parte de mí no le importaba, la parte que había muerto junto con el pueblo de Atenas. Pero la parte de mí que sostenía la mano de Lena y que soñaba con cuidar a Noah le importaba, por lo que asentí. Mientras menos tiempo pasáramos en Grecia, mejor. Sin embargo, tenía que ir. No cedería en eso.
—Tal vez tú deberías volver al Olimpo —le dije a Lena. Si Cronos descubría que Rhea lo había sanado, Lena estaría muerto en el instante en que entrara en su alcance. ¿Qué tan amplio era ahora? ¿Hasta qué punto Cronos podía extenderlo? ¿A Atenas? ¿A Londres? ¿A la ciudad de Nueva York? ¿Cuánto tiempo antes de que saliera de la prisión de la isla que los otros lograron construir? Había salido del Inframundo en el solsticio de invierno. ¿Haría lo mismo este diciembre?
Claro que sí. Esa era la razón por la que el Consejo estaba luchando ahora.
—No —dijo Lena con suave firmeza, y sus dedos se apretaron alrededor de los míos—. No te dejaré otra vez.
Y egoístamente no podía pedírselo tampoco, a pesar de que nos pudiera costar todo.
Nuestro vuelo estaba casi vacío. Era como los reportes que había visto en televisión horas antes de que un huracán golpeara; las autopistas de salida se atestaban con más personas de las que estaban diseñadas para manejar, pero los caminos que conducían a la ciudad estaban desiertos.
Esos éramos nosotros. Estábamos solos en primera clase, una necesidad ahora que Lena estaba con nosotros y necesitaba espacio para descansar. Me senté a su lado, observándola dormir e intentando persuadirla de comer algo una vez que las comidas de lujo llegaron, pero no hizo mucho más que recoger su pollo y recordarme que los dioses no necesitaban alimentos.
—Estará bien —susurró Winn desde el asiento frente a mí. Aunque Lena había vuelto a quedarse dormida, siguió apretando mi mano—. Nunca debió haber  dejado  el  Olimpo  en  su  condición,  idiota  terca  Una  vez  que regresemos, se recuperará un poco más rápido.
—¿Lo crees? —Apreté los labios—. Esa es parte de la razón por la que quería ir a Atenas. Me imaginé el momento en que volvamos, va a querer pelear con los otros. No se dará el tiempo para recuperarse. Al menos de esta manera recibirá algo de descanso.
Winn la miró.
—¿Realmente crees que cambiará de idea sobre luchar?
—Claro. Tienen a Noah. —Y sin importar lo terca que pudiera ser Lena, no abandonaría a su hijo—. ¿Hay otros?
—¿Otros qué?
—Titanes —susurré—. Hay otros en los mitos, ¿verdad? —Winn frunció el ceño, la línea entre sus cejas profundizándose—. Sí, había otros, pero no serán de ayuda. Fueron enterrados en el Tártaro con Cronos. —Debió haber visto la mirada en mi cara porque agregó con rapidez—: No tenemos que preocuparnos por ellos. Cronos nunca les permitiría salir, ante todo, quiere ser rey, y ellos desafiarían su gobierno. Segundo, todos fueron capturados antes que Cronos, y las medidas que los seis originales tomaron para asegurarse que nunca verían la luz del día de nuevo… —Hizo una mueca—. La única razón por la que no tomaron esas medidas contra Cronos es debido a que Rhea les rogó que no lo hicieran. Era más o menos como matarlos — agregó—. O al menos tanto como un Titán puede ser matado. Y debido a que ella es su madre, la escucharon.
—¿Es por eso que no la encerraron?
—Ella no luchó en esa guerra tampoco.
—Cierto —dije. Al menos ella era consistente.
—Deberías dormir un poco —dijo Winn—. Nos espera un día ocupado.
—Tú  también  —murmuré,  y  por  el  resto  del  vuelo,  traté  de  seguir  su consejo. Pero dormir significaba visiones y Cronos o pesadillas de titanes alzándose de la tierra, y no podía soportar ninguna ahora mismo.
El avión aterrizó, y de mala gana desperté a Lena. Sin ningún equipaje que recoger, fue un camino fácil a través del aeropuerto para conseguir un taxi, y una vez más nos acomodamos para un viaje.
Atenas no había sido el único sitio afectado por las secuelas del maremoto. Señales de devastación estaban por todos lados: refugiados se encontraban juntos en grandes tiendas en los alrededores del aeropuerto, escombros de lo que una vez había sido Atenas estaban esparcidos a través de la costa, y las ciudades a través de las cuales condujimos estaban prácticamente vacías.
—Los  temblores,  han  asustado  a  nuestra  gente  alejándola  —dijo  el conductor del taxi. Una vez más reconocí que las palabras no eran español, pero de todas maneras las entendí. Esa habilidad debió desarrollarse entre mi verano en Grecia y ahora—. Después de lo que ha pasado en Atenas, muchos creen que hemos sido maldecidos.
—¿Temblores? —dijimos Winn y yo al mismo tiempo, aunque él habló en lo que debió ser griego, mientras que yo usé español.
—¿No ha escuchado? —dijo el conductor, y por un momento los ojos de Winn se volvieron distantes. No pude escuchar lo que estaba diciendo o a quien se lo estaba diciendo, pero era obvio que se estaba comunicando con alguien.
—Phillip dice que ha habido docenas de temblores menores alrededor del Mar Egeo desde el ataque en Atenas —dijo Winn en voz baja—. Dos significativos.
—Él está intentando escapar de nuestras barreras yendo a través de la tierra—dijo Lena a mí otro lado.
—¿No está funcionando, cierto? —dije, y ambos ella y Winn sacudieron las cabezas—. Bien.
Pasé  el resto  del  viaje  en  taxi  en  silencio.  Las horas pasaron  mientras íbamos a través del campo griego, dirigiéndonos hacia la destrucción mientras todos los demás se iban. No me permití dormir. Me senté rígidamente al lado de Lena, cuyos ojos se cerraban por largos períodos de tiempo, y ni siquiera nuestro conductor parecía muy hablador una vez que nos informó sobre todo lo que había pasado. Winn le dijo en que lados cruzar, y a pesar de lucir molesto al ser dirigido por un turista, no se quejó.
Al final, después de preguntarme si alguna vez llegaríamos a Atenas, el taxi se detuvo sobre un camino que terminaba en una colina.
—No puedo ir más lejos —dijo nuestro conductor en modo de disculpa—. No queda nada más a donde ir, y apenas llené el tanque lo suficiente para regresar.
—Está bien —dijo Winn, extendiéndole al hombre un fajo de billetes—.Quédese con el cambio.
Los tres nos reunimos fuera del auto, y agarré el brazo de Lena mientras Winn nos guiaba por el camino. Se inclinó mientras circulaba la colina, y no vi ninguna señal de la ciudad, pero él parecía saber a dónde iba.
—Necesitas  prepararte  —dijo  Winn  mientras  rodeábamos  la  esquina—.Esto no será fácil.
—No vine aquí por fácil —murmuré. Lena no dijo una palabra, solo deslizó su brazo de mi agarre para envolverlo en su lugar alrededor de mis hombros.
Calidez se esparció a través de mí, y aunque no era suficiente para hacerme relajar, ayudó. El solo hecho de que Lena estuviera aquí hacía maravillas.
Alcanzamos el otro lado de la curva. No sabía que había estado esperando, más paisaje verde, más árboles, más Grecia, pero en el momento en que vi la tierra delante de nosotros, me detuve en seco.
El océano brillaba en la distancia, agitando amenazadoramente mientras el anochecer se acercaba. Delante de ello, donde Atenas se encontraba, no había  nada.  La  tierra  que  una  vez  había  estado  cubierta  con  edificios, hogares y personas yendo a través de su vida diaria ahora era estéril y marrón. Escombros destacaban donde antes habían estado rascacielos, y aunque el equipo de rescate estaba esparcido a través de las ruinas, nunca hubiese imaginado que hace menos de una semana, esto había sido Atenas.
—Se ha ido —susurró Winn, y a tientas busqué hasta que encontré su mano. Sus dedos estaban fríos—. Sólo se ha… ido.
A  mi  otro  lado,  Lena  reconoció  la  escena  enfrente  de  nosotros  con sepulcral silencio. Tirando lo suficiente lejos de la destrucción para medir su reacción, una ola de nausea se apoderó de mí. Ella no lucía muy diferente. Su expresión era imperturbable y sus ojos distantes, pero no había horror en sus ojos. Solo la misma tristeza que siempre estaba allí.
Esto era su realidad. Lena se rodeó con la muerte por eones; ¿por qué presenciarlo en la superficie sería diferente de ver la muerte en el Inframundo?  ¿De  gobernar  sobre  ellos,  juzgar  sus  vidas,  escoger  los destinos de esos que no podían elegir por sí mismos?
A pesar de la razón, la manera en que miraba a las ruinas con un silencio de aceptación me daba escalofríos. Yo nunca quería lucir así. Nunca quería sentir como si la muerte no fuera una gran pérdida, porque para la familia, amigos y seres amados de Atenas habían dejado atrás, era terrible.
Me incliné contra su pecho, y los tres no quedamos de pie allí, juntos. ¿Cómo alguien que decía ser capaz de amar hacía esto?
Sin embargo, Cronos no era mortal. Él no entendía los lazos de la humanidad o el miedo, e impacto de la muerte. Para él, no había hecho nada más que limpiar un hormiguero o una vereda, sin darse cuenta que las ondas serían sentidas por millones de personas.
No, él sabía. Él sabía exactamente lo que estaba haciendo. A él simplemente no le importaba.
—Podemos… ¿podemos ir al Partenón desde aquí? —dije—. Quizá Cronos dejó algo o…
—No hay nada allí más que ruinas y polvo —dijo Winn.
—Lo sé, pero…
Lena apretó mi mano.
—Yo te llevaré.
Antes de que pudiera protestar, el mundo alrededor de los tres se disolvió, y aterrizamos en medio de antiguas ruinas. Encima de nosotros, el cielo era una sinfonía de color, un completo contraste con la devastación debajo.
—¿Estás bien? —dije, observando a Lena. Estaba pálida, y un fino brillo de sudor cubría su frente, pero tan solo asintió.
—Viviré. Busquemos esta pista.
El tono de su voz hizo obvio que estaba con Winn en esto, que no había forma de que Cronos dejara ningún tipo de señal para nosotros, pero tenía que intentarlo. Caminé alrededor de la estructura desmoronada, buscando por lo que sea que luciera fuera de lugar. Winn y yo habíamos visitado el Partenón durante mi primer verano lejos de Lena, pero yo apenas miré los detalles en ellas, más enamorada de la vista. Ahora deseaba haber prestado más atención.
¿Qué estaba buscando? Los pilares lucían igual. A pesar de la destrucción abajo, el Consejo había estado en lo cierto: Cronos había dejado estas ruinas tranquilas. ¿Por qué?
Quizá realmente era sólo una señal. Una oferta de paz si ellos se hacían a un lado. Pero J’onn había sido insistente que Cronos los destrozaría a todos sin importar sus esfuerzos contra él. ¿Estaba equivocado? ¿O Cronos estaba atrayendo a los otros a no entrar en acción?
Pateé  un  poco  de  tierra.  No  hay  manera  de  saber  sin  preguntar,  y  la probabilidad  de  que  Cronos  me  dijera  toda  la  verdad  era  minúscula.
Excepto…
Entorné los ojos. El suelo no había sido hecho de tierra la última vez que estuve aquí. Arrodillándome, limpiando el polvo lejos, revelando la deteriorada  piedra  debajo.  Mi  corazón  se  hundió.  Sólo  escombros  del tsunami. Pero eso no tenía sentido. ¿Cómo pudo eso llegar aquí?
—¿Hay una manera de quitar todo este polvo de aquí? —dije, y a unos metros de distancia, Winn movió su mano. Un viento suave sopló a través de la tierra, revelando el suelo debajo… junto con una serie de dibujos grabados en la piedra. No había manera de que un humano hubiese hecho eso.   Eran   muy   intrincados,   muy   sofisticados,   muy   imposibles.   Las imágenes parecían sesgar la misma piedra, como si esas cosas realmente existieran con ellas.
—¿Qué demonios es eso? —dijo Winn. Él y Lena retrocedieron, y yo me levanté. Esto no había estado aquí la última vez tampoco.
Sobre la tierra, era imposible de verlos todos mientras se esparcían a través del Partenón. En lugar de eso me enfoqué en el más cercano a mis pies: un dibujo de quince tronos, todos consumidos por fuego. Incluso aunque las líneas no se movían, era fácil de ver el parpadeo de las llamas.
Mi pulso se aceleró, y me apresuré hacia el otro. Una figura enorme se cernía  sobre  una  grieta  en  la  tierra,  mientras  una  docena  de  pequeñas figuras combatían.
Cronos escapando del Inframundo.
—¿Es esta su versión de historia? —dije, asombrada—. No solo historia, pero sus planes para el futuro, también.
Lentamente Lena, Winn y yo caminamos alrededor de las ruinas, examinando cada dibujo. Algunas eran de antes de que yo naciera, algunas antes del nacimiento de la humanidad, y Lena y Winn en voz baja me las explicaron. Pero otros los reconocí. El dibujo de las rejas en Tártaro me hizo temblar, y me alejé. Cada barra tenía una sangrienta mano sobre ella.
—¿Kara? —dijo Lena—. Ven a ver esto.
Me moví a su lado y deslicé mi mano en la curva de su codo.
—Qué…
Me detuve en seco. Bajo mis pies, un grabado de Cronos me miraba, y no estaba  solo.  De  pie  al  lado  de  él,  sosteniéndose  en  él  como  estaba sosteniéndome ahora en Lena, estaba una chica llevando una corona.
No solo una chica.
Yo.
Esa chica era yo.

Aprendiz de Diosa : la herencia (5ta Parte/ Final) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora