LA ÚLTIMA HORA
J’onn tuvo que gritar cuatro veces y romper un rayo antes que el Consejo retomara el orden. Todo el mundo estuvo de pie, incluyendo a mi madre, y la energía en la sala saltaba entre nerviosa y agresiva.
—Nos hemos estado preparando para este momento por un año —dijo J’onn una vez que el estruendo se desvaneció—. Puede que ya no tengamos los aliados en los que confiábamos, pero nos tenemos entre sí, y juntos somos fuertes.
Nadie dijo una palabra. Incluso Jack no podía reunir un grito de guerra. Este bien sería el día en que finalmente enviarían a Cronos de vuelta al Tártaro, o sería el día en que el Consejo cayera. Para mañana a esta hora, yo tendría una familia o estaría sola, sujeta a los caprichos y placeres más oscuros de Cronos.
Preferiría cortarme el cuello con esa maldita daga yo misma antes que eso.
—Estamos preparados. Estamos juntos. Y vamos a luchar hasta que ganemos o ya no existamos más —continuó J’onn—. Tomen una hora para hacer lo que deban, y nos encontraremos de nuevo aquí entonces.
Uno por uno, el Consejo salió, algunos en parejas, otros solos. Perdida en mis pensamientos, permanecí quieta. ¿Qué se supone que debía hacer? Había sido bastante difícil verlos a todos ir a la guerra el último solsticio de invierno, pero esta vez…
Esta vez, sería la batalla más grande que el mundo vería desde la primera guerra de Titanes, y toda mi familia estaría al frente y en el centro.
—Quiero pelear —dije una vez que la sala se había vaciado de todo el mundo, excepto mi madre y Winn—. Dijeron que podía.
—Oh, cariño. —Ella me sacó de mi asiento y me llevó a un abrazo—. Has luchado, de maneras que el resto de nosotros no podía. Luchar no siempre significa ir a la batalla con una espada y un escudo. Ya has hecho más que suficiente, y ahora es momento de que tú permanezcas a salvo. Por el bien de Noah.
—Noah es exactamente la razón por la que tengo que luchar. Sé que no soy lo suficientemente fuerte para darles ningún apoyo real, pero tal vez podría distraer a Cronos o Jess o… O algo así. Cualquier cosa.
Sus brazos se apretaron a mi alrededor, y hundió la cara en el hueco de mi cuello, su mejilla cálida contra mi piel. Cerré los ojos con fuerza y traté de memorizar este momento. Tenía que volver. Y si ella no lo hacía…
No, no podía pensar de esa manera. Había sobrevivido a batallas hasta ahora, y sobreviviría esta, también. Mi madre no iba a morir hoy. Nadie lo haría.
—Ven —murmuró—. No tenemos mucho tiempo, y hay algo que me gustaría hacer antes de entonces. ¿Winn?
Winn se acercó y tocó nuestros hombros.
—Esto no va a ser divertido —dijo, y antes de que pudiera preguntarle a dónde íbamos, la sala estalló con luz a medida que caíamos a la tierra.
Mis ojos se humedecieron. Pasar del Olimpo a la superficie no era nada nuevo. Por qué Winn había sentido la necesidad de advertirme, yo no lo sabía. Hasta…
Hasta que el cielo azul desapareció, reemplazado por rocas.
Habría vomitado si hubiera podido. Incluso con mi madre a mi lado, las capas opresivas de la tierra presionaron hacia abajo en mí, haciendo que mi corazón se agitara con pánico a medida que aceleramos hacia abajo. Traté de forzar mis ojos cerrados, pero estaban pegados abiertos por el terror, y lo mejor que pude hacer fue abrazar a mi madre con fuerza y esperar como el infierno que acabara pronto.
Al final aterrizamos en la caverna rocosa fuera del palacio de obsidiana de Lena. Mis rodillas entrechocaban juntas, y toda la sangre corrió de mi cabeza, haciendo girar las paredes.
—Hijo de puta. —Le pegué a Winn en el brazo tan fuerte como pude. No es como si le doliera. ¿Por qué me sigues haciendo esto?
Sonrió.
—Debido a que la expresión de tu cara no tiene precio. Honestamente, Kara, ¿qué crees que voy a hacer? ¿Dejarte en la roca?
Me estremecí.
—No lo harías.
—No podría —me corrigió—. Una vez que aprendas a utilizar los portales, no serás capaz de hacerlo tampoco.
Abrí la boca para replicar, pero el murmullo de voces bajas me llamó la atención, y me volví hacia el palacio. En las sombras, una multitud se había formado, pululando el jardín y el río en el otro lado de la caverna.
—¿Qué es eso? ¿Quiénes son?
—Los muertos —dijo Winn—. Las almas perdidas, aquellos que necesitan orientación. Nadie está aquí para ayudar, así que están atrapados hasta que tú y Lena regresen.
Me quedé mirando. Tenía que haber miles de ellos. Esperaría algunos, sabiendo que Lena no estaba aquí para ayudar, pero no esto.
Sin embargo, por supuesto que había muchos. Con los números que Cronos había matado, me habría sorprendido que no hubiera más.
—Tenemos que ayudarlos.
—Ahora no, cariño —dijo mi madre, frotando mi espalda—. Ellos tienen la eternidad. Tenemos un lugar al que ir.
—¿Y dónde está eso? —dije.
—Vamos a visitar a tu hermana —dijo ella, y toda mi indignación se desvaneció. Ella había pasado años sin ver a Perséfone antes de enfrentarse a ella el año anterior. Otra visita tan pronto sólo podía significar una cosa: estaba despidiéndose.
—Mamá —me ahogué al decir, mi voz agrietándose—. No me puedes dejar. Lo prometiste.
—¿Quién ha dicho algo de dejarte, cariño? —dijo, apartando mi cabello de mis ojos. Sin embargo, ambas sabíamos la verdad. No importa cuántas palabras de ánimo dio J’onn, no importa cuántas veces ella me aseguró que no iba a ninguna parte, ella sabía que era una posibilidad. Y esta vez no habría ningún retorno milagroso.
Apreté su mano.
—Podríamos quedarnos aquí abajo mientras los demás luchan. No te van a echar de menos. Y podemos pensar en otra manera de ayudarlos.
Ella me dio una sonrisa triste.
—Cariño, sabes que el Consejo necesita a todos los que puedan conseguir en estos momentos. Tengo una responsabilidad hacia ellos, y no puedo alejarme.
—¿Qué pasa con tu responsabilidad hacia mí? —Mis mejillas se pusieron calientes a medida que mis ojos ardían por las lágrimas—. Me prometiste que nunca me dejarías otra vez.
—No lo haré. Estoy luchando por lo que creo —dijo—. No tengo ninguna intención de morir hoy, Kara.
—Pero podrías.
—Sí, podría —concedió—. Como dijo J’onn, Cronos es un enemigo formidable, y hay poco que podamos hacer para combatirlo directamente. Sin embargo, tienes que recordar que tenemos miles y miles de años de experiencia detrás de nosotros, y vamos a poner hasta el último segundo de eso en buen uso. Haré cuanto esté en mi considerable poder para asegurar que yo vuelva a ti. Para asegurarme de que todos lo hagamos.
Ella me podía prometer la luna, pero estaba eligiendo olvidar un hecho muy importante: Cronos no era vencible. Con considerable poder o no, no había nada en el arsenal del Consejo que pudiera derribarlo y ganar. Juntos tenían una oportunidad, pero sin Lena, sin Jess, muy bien podrían haberse rendido. Tendrían una mayor esperanza de vida de esa manera.
Tenía que haber algo. Las dagas —las armas repartidas en la cámara de tortura de James— esas eran las ventajas que podrían ser nuestras, pero, ¿cómo?
—Ahora ven —murmuró mi madre—. Llévanos a ver a tu hermana.
Me habría demorado si pensara que podría funcionar, pero si mi madre moría hoy, no podría vivir con la culpa de negarle su último deseo de ver a su otra hija. Y Perséfone se merecía la oportunidad de decir adiós, también.
Le tendí mi mano libre a Winn, y él la tomó sin decir palabra. Para todas las bromas que surgían de esa gran boca de él, también sabía cuándo mantenerla cerrada. Si él tampoco lo lograba…
No. Nadie moriría hoy. Ni mi madre, ni Winn, ni Lena, nadie.
Después de una última mirada a los muertos que rodeaban el palacio, cerré los ojos. Una cálida brisa cosquilleó mi cuello, y cuando los abrí, estábamos de pie en medio de un campo lleno de flores. Y tres metros más allá había una cabaña cubierta de vides, y a pesar de que estábamos en el Inframundo, el sol —o al menos la versión del sol de Perséfone— brillaba sobre nosotros.
—¡Oigan! —gritó Perséfone, y me volví a tiempo de ver sus rizos rubios rebotando en el viento. ¡Salgan de ahí!
—Qué… —empecé, y luego miré hacia abajo. Estábamos de pie en medio de los tulipanes de mi hermana. Uups.
Mi madre se echó a reír y dio un paso lejos de mí, yo me moví con ella, negándome a abandonar su lado.
—Lo siento, cariño. Kara es bastante nueva en este método particular de transporte.
Perséfone irrumpió hacia nosotros, con los pies evitando automáticamente los parches de flores, como si supiera exactamente dónde estaba cada flor. Después de pasar un millar de años en este campo, probablemente lo sabía.
—Esa no es excusa para pisotear mis tulipanes —se quejó.
—Lo siento. —A pesar de la razón por la que estábamos aquí, la expresión de su cara me hizo sonreír. Perséfone no era mi persona favorita, no por un largo tiempo, y tener la oportunidad de molestarla era una pequeña victoria en un día de otra manera horrible—. La próxima vez voy a tratar de apuntar al sendero.
—Más te vale. —Ella se arrodilló junto a la cama de flores y tocó los tulipanes triturados—. ¿Qué hacen aquí? He pasado siglos sin tener que tratar con invitados, ¿y ahora han decido visitarme dos veces en un año? ¿Estás realmente tan desesperada por Consejos matrimoniales? Parpadeé.
—¿Qué? No, por supuesto que no…
—Si ella está pasando por una de sus disputas, simplemente déjala en paz y no la molestes hasta que se acabe —dijo Perséfone—. Ella va a venir a ti entonces.
—No es por eso que estamos aquí —dijo mi madre, y se arrodilló junto a mi hermana y tocó los tulipanes. Brillaban dorados en la luz del sol, y poco a poco se enderezaron de nuevo en perfectas condiciones—. Ya está. Todo arreglado.
—No necesito tu ayuda —murmuró Perséfone, sentada sobre los talones—. Lo que necesito es que ustedes no pisen mis flores en primer lugar.
Abrí la boca para decirle exactamente dónde podía empujar sus flores, pero Winn se me adelantó.
—Por el amor de lo que te parezca santo, Perséfone, ¿podrías callarte durante dos segundos y dejarnos hablar?
Los tres lo miramos fijamente, y él se cuadró de hombros, claramente haciendo todo lo posible para verse respetuoso y piadoso. Pero con su mata de pelo oscuro y las orejas que sobresalían como una caricatura, él parecía tan piadoso como Mickey Mouse.
—Está bien. ¿Qué está pasando? —dijo Perséfone, y aunque el filo se mantuvo en su voz, su expresión se suavizó.
—Cronos está a punto de liberarse de la isla —dijo mi madre—. La batalla comenzará dentro de una hora, y esperaba que pudieras estar dispuesta a cuidar de Kara hasta que se haya terminado.
Mi boca y la de Perséfone cayeron abiertas al mismo tiempo.
—¿Me vas a dejar aquí? —chillé.
—¿Me estás haciendo niñera? —dijo Perséfone con voz igualmente horrorizada.
Mi madre se centró en mí primero.
—Kara, cariño, sé que quieres ayudar, pero ayudarás más al permanecer a salvo, para así yo no tener que preocuparme por tu bienestar.
—Pero… —empecé, y aunque ella levantó la mano, seguí adelante—. Mamá, por favor. No puedes seguir mimándome de esta manera.
—Sabes que no tienes la capacidad de luchar de una manera que sea útil para el resto de nosotros —dijo mi madre sin rodeos.
—Eso no es mi culpa —dije—. Tú eres la que prometió entrenarme. Podría haber aprendido.
—No en menos de dos meses. Ya todos hemos llevado al máximo nuestros límites, e incluso si lo hubiéramos hecho, no eres unos de los seis originales. Simplemente no eres lo suficientemente poderosa para ayudar a cambiar el curso de la batalla peleando cara a cara así. —Tocó mi mejilla—. Por favor, concédenos nuestra mayor posibilidad de éxito. Permanece a salvo.
Enterré mis uñas en las palmas de mis manos.
—No puedes obligarme a quedarme aquí.
—Lo sé, pero confío en que tomarás la decisión correcta. Noah necesita una madre, y no puede tener eso si tú te has ido. Cuando llegue el momento, va a necesitarte. Y tú vas a necesitarlo.
—¿Así que quieres que esconda mi cabeza en la tierra hasta se termine? — dije con voz ronca. ¿Cómo puedes decir eso? Tú eres la que me mostró como ser una luchadora en primer lugar.
Me recogió y me fundió en un abrazo.
—A veces pelear significa sobrevivir ante insuperables adversidades. Eso es lo que necesito que hagas. Que seas la sobreviviente que sé que eres.
Hipé en su hombro, y mis dedos se apretaron alrededor de su manga.
—Por favor, quédate conmigo.
—Si pudiera, lo haría. No hay otro lugar en el que preferiría estar que aquí con ustedes dos.
Tendiendo su mano para Perséfone, ella esperó, y finalmente mi hermana aceptó el abrazo.
—Primera vez que vienes a verme en cientos de años, y quieres que haga de niñera —murmuró ella, y mamá besó su frente.
—Lo siento, cariño. Me aseguraré de visitarte más a menudo.
Esa no era una promesa que podía mantener si estaba muerta, y Perséfone se estremeció junto a mí. ¿Está era la última vez que estaríamos juntas así?
No podía ser. No lo permitiría. Tenía que haber algo.
—Prometo quedarme aquí con Perséfone si tú prometes no arriesgar tu vida—dije. No era mucho, pero hasta que pudiera encontrar un plan sólido, tendría que servir.
—Oh, Kara. —Mi madre besó mi cabello—. También podrías pedirme no ir en absoluto. No he dejado que Cronos tenga lo mejor de mí todavía, y no tengo la intención de comenzar ahora, eso te lo juro. Ten un poco de fe.
Fácil para ella decirlo. Era la que corría a pelear.
—Te amo —murmuré. ¿Cuántas veces más diríamos estas interminables despedidas antes de que realmente fuera la última vez?
—También te amo. Recuerda a Noah. —Se apartó y me miró directamente a los ojos—. ¿Puedes hacer eso por mí?
Asentí, un fuerte entumecimiento se asentó sobre mí mientras ella se daba la vuelta para despedirse de Perséfone. En vez de abrazos y lágrimas, inclinaron sus cabezas y comenzaron a susurrar.
—Déjame ir contigo —dijo Perséfone—. Cronos y Jess no pueden herirme, y podría ser de ayuda.
Mi madre sacudió la cabeza.
—Te necesito aquí con Kara, para asegurarte de que no haga nada estúpido. Perséfone puso los ojos en blanco.
—Por supuesto que va hacer algo estúpido. Es Kara.
—Cuento contigo para no dejar que eso suceda.
Después de un rápido apretón de su mano y la advertencia de mi madre de ser buena, sus despedidas habían terminado. Los ojos de Perséfone estaban secos. ¿Cómo puede ser esto tan condenadamente fácil para ella?
Winn tocó mis hombros, y me di la vuelta para abrazarlo.
—Si mueres, voy a estar muy enojada contigo —dije.
—Entonces esperemos que eso no suceda. Si te pasas por la batalla, voy a estar muy enojado contigo —dijo Winn.
—Entonces esperemos que eso no suceda —lo imité—. ¿Necesitas un aventón al Olimpo?
Él resopló.
—Buen intento. Tu madre lo tiene cubierto. —Vacilante, presionó sus labios en la esquina de mi boca. Un casi beso lleno de preguntas que no podía responder y promesas que ninguno de nosotros podía mantener—. No olvides… Tengo que ser tu primera aventura, me aseguraré de eso.
—Más te vale —dije, y con eso, me dejó ir para un último abrazo con mi madre. El nudo en mi garganta se hizo insoportable, pero me negué a llorar. No quería que los últimos momentos que teníamos estuvieran llenos de balbuceantes sollozos.
Ni ella, ni Winn, dijeron nada. Sonrieron, sin rastro de miedo o ansiedad en cualquiera de sus rostros sin edad, y Winn le ofreció a mi madre su brazo. Ella lo tomó en silencio, y juntos se desvanecieron hasta que no quedaba nada más que el viento.
—Vamos, vayamos a conseguirte un poco de té antes de que colapses —dijo Perséfone. Tomó mi codo, y no discutí. Si Cronos mataba a todos los que amaba, Perséfone sería la única familia que me quedaba. No exactamente un satisfactorio premio de consolación, pero no quería darle una razón para odiarme.
Tanto como quería tranquilizarme para volver a asegurarme que no llegaría a eso siendo solo nosotras dos, no podía. No dependía de mí, y no podía cambiar el resultado de la batalla por simple voluntad y pensamiento. Podía hacer algo para ayudar, sin embargo, si pudiera solo pensar algo que pudiera valer la pena el riesgo.
Algo que Perséfone había dicho llamaba mi atención en el fondo de mi mente, pero antes de que pudiera concentrarme completamente en ello, ella empujó la puerta para abrirla.
—¡Adonis! ¿Qué dije sobre alimentar al perro con mantequilla de maní?
Adonis, el novio de Perséfone, ¿esposo?, se levantó del suelo, y miré boquiabierta al cachorrito a sus pies.
—¿Kripto? —Me arrodillé, y el perro blanco y negro que Lena me había dado dejó salir un ladrido amortiguado por la boca llena de mantequilla de maní casera. Viajando sobre todo su cuerpo, corrió a través de la casa y brincó a mis brazos. Una lamida en la mejilla, y ya no pude contener las compuertas.
Perséfone caminó alrededor de mí mientras me aferraba a Kripto y lloraba. Ella podía darme todas las miradas de repugnancia que quisiera; ella había abandonado a su familia un eón atrás. Yo apenas había comenzado a conocer a la mía.
Para el momento que mis sollozos finalizaron, ella tenía una taza de té esperando por mí en la mesita de la cocina. Se sentó en la silla frente a la mía, y Adonis permaneció cerca, apoyado contra la pared y arrastrando sus pies. Mientras sorbía mi té con Kripto en mi regazo, ninguno de ellos dijo nada.
Varios minutos pasaron, y no pude soportar más el silencio.
—¿No estás asustada de lo que vaya a pasar? —dije, mi voz áspera después de mi ataque de llanto.
Perséfone se encogió de hombros.
—Han estado en guerra con los Titanes antes.
—Pero esta vez es diferente. No tienen a Jess, y a Lena…
—¿Qué hay sobre Lena? ¿Qué pasa con ella?
Con un suspiro, me adentré en todo lo que había sucedido desde que ella había dejado el palacio después de la primera batalla. El complot de Jess para secuestrarme, los nueve meses que había pasado como su prisionera, Noah, mi conexión con Cronos, lo que le había prometido y lo que me había prometido a cambio, los ataques en Atenas y Egipto, la pelea de Lena para sobrevivir, su sacrificio para mantener a Noah y a mí a salvo. Todo.
—Y ahora están dentro de la batalla más grande en la historia sin dos de sus dos peleadores más fuertes sin ninguna esperanza real de éxito. —Abracé a Kripto, y él lamió la curva de mi brazo.
Perséfone tamborileó sus dedos contra la mesa de madera, su expresión distante.
—¿Y tú vas a pasar todo el tiempo aquí, sin siquiera tratar de ayudarlos?
—La única cosa que posiblemente puedo hacer es distraer a Cronos y Jess, y escuchaste a mamá. Ella no quiere eso.
—Si yo fuera tú, estaría peleando como el infierno para conservar cada cosa buena que tenía en mi vida —dijo Perséfone—. No todos nosotros tuvimos esa oportunidad. La relación que tienes con madre, con Lena, ustedes me hicieron tía, y estás sentada aquí como un bulto en lugar de hacer todo lo que puedas para traerlos de vuelta.
—¿Crees que quiero sentarme aquí? Si hubiera algo que pudiera hacer para ayudar, lo estaría haciendo, pero no puedo…
—Como el infierno que puedes. —Entrecerró sus ojos—. Piensa, Kara. Solo detente y piensa. Eres la chica que caminó a través de la mitad del Inframundo para contactarme sobre la remota posibilidad de que podría saber dónde encontrar a Cronos, ¿y estás dándote por vencida ahora? No pienso así.
¿Estaban ella y Winn conspirando para hacerme sentir como un total fracaso? Abrí mi boca para protestar de nuevo, pero ella alzó su mano.
—Siempre hay una manera para tratar un problema, y tienes media hora para averiguarlo antes de que la batalla inicie. Así que dime, Kara, después de todo lo que has pasado y todo lo que has visto, ¿te vas a sentar ahí, o vas a pelear?
Respiré hondo. Perséfone tenía razón; siempre había una solución. Siempre había una forma para arreglar algo, incluso si era difícil. Incluso si era casi imposible.
Todo es posible si le das una oportunidad.
La voz de Lena. Las palabras de Lena. Ella creía en mí, incluso pensaba que había pasado mucho desde que dejé de creer en mí misma.
Piensa. Piensa. Las armas. El trato con Cronos. La disposición del palacio. James. Perséfone.
Mis ojos volaron abiertos, y las piezas del rompecabezas encajaron en su lugar.
—Sé lo que hay que hacer. Ella sonrió.
—Ya era hora.
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Aprendiz de Diosa : la herencia (5ta Parte/ Final)
Mystery / ThrillerDespués de la trampa de Jess, Kara deberá afrontar nuevos retos y pelear por todos los que ama. ¿Será capaz de sacrificar su vida y libertad sólo por amor?