Capítulo II: El Padrino

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—Dame las bolsas de ropa y puedes volar un rato en el campo de Quidditch. Voy a quemar esos trapos que tienes en tu baúl —avisó Severus, tendiéndole una mano.

Los ojos de Harry se agrandaron. —Oh, ¿no puedo ayudarle a quemar la ropa de Dudley? ¡Realmente quiero hacerlo! —preguntó con seriedad.

Severus, burlón, respondió—: Bueno, si eso significa mucho para ti, supongo que puedes ayudar, si aceptas volar después.

Harry asintió. —¡Por supuesto! Me encanta volar, pero realmente me gustaría ver la ropa de Dudley en llamas —le dijo a Severus.

—Ya lo veo —Severus arrastró las palabras—. Bueno, vámonos, entonces —dijo, dirigiéndose hacia las mazmorras.

Llegaron a la habitación de Severus, el hombre una vez más susurró la contraseña antes de dejar entrar a Harry, y Harry corrió a abrir su baúl, sacó las horribles ropas con impaciencia. En poco tiempo, había una pila de ropa en el suelo, y el baúl estaba mucho más vacío de lo que había estado. Harry lo llenó con su nueva ropa, felizmente.

Severus levitó la pila de ropa que no le quedaba bien justo frente al fuego, y Harry se sentó en el lado opuesto a Severus.

—Comienza con la quema —Severus le dijo al niño, quien sonrió y agarró una camisa, la enrolló y la arrojó al fuego. Severus movió su varita, y un par de pantalones cortos se unieron también.

Harry y Severus se turnaron arrojando ropa al fuego, observando con satisfacción cómo la ropa fea, rasgada y manchada se convertía en ceniza. Harry estaba especialmente feliz de ver a los bóxers manchados y sobredimensionados ardiendo; sabiendo que ahora tenía bóxers y calzoncillos(1) que le quedarían bien, y que nadie más los habría usado antes.

En poco tiempo, toda la ropa estaba en la chimenea, ardiendo hasta quedar en nada.

—Ahora —dijo Severus, levantándose y caminando hacia su estantería—, deberías ir a volar. Te veré en la cena —aclaró—. Después de eso, Albus nos dirá qué planes ha hecho para el resto de tu verano.

Harry asintió. —Gracias, por todo, señor. A nadie le ha importado conseguirme ropa nueva antes —dijo, y algo en el pecho de Snape se comprimió dolorosamente ante la admisión. Golpeó demasiado cerca de su realidad para el hombre mayor. Sabía exactamente cómo se sentía el chico acerca de tener cosas nuevas, porque también había sentido lo maravilloso de eso—. Realmente lo aprecio. ¡Nos vemos en la cena! —Harry gritó exuberantemente, luego salió de la habitación, con la escoba en la mano.

Severus dejó escapar un suave sonido de despedida, apartando los incómodos recordatorios de su infancia; agarró un libro para distraerse y se sentó en el sofá.
 

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Harry y Severus se sentaron en las sillas frente a la de Dumbledore.

Dumbledore sonrió. —¿Caramelo de limón? —ofreció.

Severus negó, pero Harry aceptó el caramelo, se metió uno en la boca y lo chupó.

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