A lo largo de su vida Keith había visto toda clase de atardeceres.
El atardecer cálido del desierto de su padre, manos grandes y rasposas que le levantaban hasta el tejado raído de su cabaña, calentada por los rayos feroces del sol. A veces su padre le traía limonada y ambos esperaban mirando las tonalidades rojas que se diluían en el cielo de la noche.
El cielo color sangre de la última despedida, cuando su padre se había puesto el traje pesado y con olor a ceniza, los guantes que debían cuidarle del fuego y con los que disfrutaba revolverle el pelo. Ese cielo de promesas de regresar pronto a casa, sonrisas que calmaban el alma.
Más tarde Keith entendería que esa clase de sonrisas eran las peores, porque en el turbulento mundo esa cantidad de bondad siempre traía consigo una ola entera de desesperación.
Keith se negó a contemplar otro atardecer desde aquel rojo carmesí que imitaba perfectamente a las flamas del fuego, prefería las noches estrelladas, repletas de recuerdos de su padre, repletas de historias de su madre.
Hasta que llegó Shiro.
Keith tenía la mejilla morada y se sujetaba una bolsa con hielos sobre la cara para bajar la inflamación, pero sabía que tenía mal aspecto por las miradas adversas de su mejor amigo.
Shiro lo había traído al tejado, se sentó mientras sostenía la bolsa repleta de refrescos de lata y bolsas de papas y le indicaba a Keith que tomara un asiento a su lado. Keith no se alejó, Shiro lo había llamado "Su lugar especial" así que decidió acompañarlo.
Pasaron los minutos, ambos sumergidos en un silencio agradable, Shiro miraba hacia las estrellas, Keith encontraba infinitamente más interesante mirar hacia el suelo.
–Son hermosos– susurró Shiro, los ojos le brillaban en una intensidad apasionante –¿No lo crees?–.
Keith perdió la respiración por unos segundos, pero para acatar a su petición, miró nuevamente esa combinación de luces doradas y calientes. Ese aire que olía a tierra y sabía a sueños.
Se asombró de encontrarse con un color rosado amable, cálido y reconfortante.
Sonrió.
–Lo son–.
Y entonces perdonó al fuego.
Diferentes atardeceres cruzaron por ese tejado, algunos eran brillantes, algunos eran cálidos y otros eran simplemente reconfortantes; hasta que finalmente, hubo uno gris.
Rara vez llovía en el desierto, pero en aquel día las nubes habían cubierto al sol y Shiro se había marchado. La luz de los atardeceres se oscureció y perdieron todo su sentido el día en que Shiro murió.
Ya no tenía necesidad de verlos, Keith pasó un año entero sin probar su calidez, encerrado entre fotografías y listones, entre señales y sentimientos perdidos, desesperación y tristeza.
No se dio cuenta cuánto los extrañaba hasta que Shiro llegó a su lado, con un mechón blanco y palabras dulces. Tenía la mirada perdida.
–Es bueno tenerte de vuelta– Keith dijo sin pensar, sus labios actuaron por impulso, su corazón se aceleró expectante.
–Es bueno estar de vuelta–.
Y el sol volvió a salir.
Hubo muchos atardeceres más, uno de súplica mientras piloteaban Voltron, con Shiro sosteniendo una herida que Keith no podía curar.
Hubo uno donde perdió a Shiro nuevamente y otro cuando lo recuperó.
Hubo uno donde firmó una promesa.
–Jamás me rendiré contigo–.
Y uno lleno de desesperación.
–Shiro, por favor–.
Acompañado de una confesión.
–Te amo–.
Hubo muchos aterdeceres, muchas facetas del sol, a veces más de un atardecer al día, aveces más de un sol.
Vio un atardecer morado el día que encontró a su madre y uno azul cuando regresó a su equipo.
Pero ninguno de ellos fue negro... Hasta el día de hoy.
Ninguno fue tan amargo, ninguno supo tan mal.
Ninguno hizo que odiara el final del día.
Hasta hoy.
–Vayan y pasen tiempo con las personas que aman–.
Kosmo gimió tristemente, sin saber que hacer ante su amo, aquel que siempre le lanzaba palos o le rascaba el pelaje con delicadeza y que ahora se veía completamente destrozado.
El hombre que había salvado el universo, fuerte y obstinado, hecho trizas ante el cielo que ya se había oscurecido.
–No vendrá– murmuró mientras las lágrimas resbalaban con tristeza –Debí suponerlo, debí...–.
Una nueva ola de sollozos cruzó por su garganta, ahogando sus palabras en un mar de agonía.
El cielo era negro, ya había terminado el día.
Y Keith decidió no volver a ver un atardecer nunca más.
-. -. -.-
He aquí un nuevo capítulo, es bastante corto, pero prometo que el siguiente será más largo UwÚ
¡Gracias por leer!
![](https://img.wattpad.com/cover/162276017-288-k444620.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Dilo, una y otra vez [Sheith]
FanficSerie de One-shots de Sheith, una pareja que adoro. Porque Keith no se jamás se rendirá con Shiro y porque "amor" es una palabra que se puede decir de un millar de veces distintas. Que los oídos del enamorado, estan dispuestos a escuchar una y otra...