Tormentas del alma

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Mi final verdadero, lo que mis chicos merecían.

Más notas abajo, disfrútenlo.

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La noche, era fría, increíblemente fría y a Keith aún le asombraba el hecho de que un lugar tan cálido como Altea, pudiera tener temperaturas tan bajas como las de un desierto durante la noche. Algo que le resultaba muy curioso, puesto que de día el sol brillaba y calentaba la tierra bajo sus pies y de noche abandonaba a los habitantes a su suerte en un páramo helado, donde el viento soplaba en ráfagas frías y quizás, un tanto letales.

Pero estaba acostumbrado, no necesitaba el calor de las mantas para mantenerse tranquilo, el frío era una especie de tranquilizante sobre su cuerpo, un analgésico después de una gran batalla, remedio para los moretones que ya no se veían, pero aún le carcomían el alma.

Rodó sobre la cama y las mantas, su cuerpo extrañó por un par de segundos la calidez otorgada por la protección de la tela y un escalofrío le recorrió la espalda. Pero el punto de acostumbrarse, es ignorar la incomodidad y estar alerta, así que rodó de nuevo, sacó un brazo de las cobijas y lo alzó verticalmente, como intentando alcanzar algo entre la bruma de sus pensamientos.

Los sentimientos de media noche no tardaron en aflorar, sus dedos se movieron y estiraron, pero no alcanzaron ninguna especie de libertad, ninguna clase de alivio ante la culpa y el remordimiento. Su propia voz resonó en sus oídos, tragó saliva y volvió a estirarse, pero no encontró nada, nada en el palacio de su memoria que le permitiese encontrar una solución a sus actuales problemas.

–Debe haber existido otra manera– insistió –Debe haberla y yo... Fuí incapaz de realizarla–.

El rostro de Lance apareció frente suyo como un fantasma, le miró una silueta triste y melancólica, una sonrisa falsa que ocultaba los gritos internos que querían escapar desde el fondo de su alma. Reconocería esa mirada en cualquier parte, porque esos ojos tristes habían sido los suyos propios hace muchos años, antes de encontrar a sus amigos y familia, antes de salvar el universo.

El dolor de una pérdida, la pérdida de una de esas pocas personas que quería conservar, lo obligó a inclinarse sobre sus rodillas, contuvo la respiración y trató de tranquilizarse, las pesadillas no siempre ocurren cuando uno duerme y ésta era su pesadilla antes de acostarse.

El remordimiento y la constante pregunta “¿Qué pude haber hecho y no hice?” “¿Dónde fallé cómo líder”.

Y sobre todo, la más importante.

“¿Pude haberla salvado?”.

Keith sonrió con tristeza, a sabiendas de que estaba a punto de caer en el laberinto de su mente y se vería obligado a pasar otra noche en vela, suspiró lentamente y se concentró y entonces...

La puerta sonó en dos toquidos característicos, una melodia que le hubiese gustado escuchar con anterioridad y habría abierto la puerta de inmediato, pero que en ésta ocasión, solo logró provocarle miedo.

Ese miedo, totalmente diferente, desvío sus pensamientos y la manta volvió a ser subida hasta su pecho, una especie de protección contra lo que venía, bajó la cabeza y esperó, no estaba listo en lo absoluto.

–Keith– escuchó –Keith, soy yo, Shiro ¿Estas despierto todavía?–.

Keith no se movió, con algo de suerte esperaba que Shiro se marchase pronto.

Lo había ignorado por meses, lo había hecho a un lado completamente y solo habían hablado para recibir ordenes y acatarlas.

Y cuando estuvo a punto de caer a un volcán, sin oxígeno para luchar, Shiro sólo se había quedado quieto y observando, como si su muerte fuese para él tan insignificante que no ameritase su interés propio.

Dilo, una y otra vez [Sheith] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora