Fuego

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“Si no quema al menos un poco, entonces ¿Cuál es el punto de jugar con fuego?”

Todo el mundo se lo había advertido, entre miradas de reproche llenas de desdén, consejos de amigos, miradas de tristeza.

“No es tuyo”.

Su mente misma se lo repetía siempre, cuando estaba a punto de tocar aquello que estaba prohibido.

“Y nunca lo será”.

Lo mismo se decía a sí mismo en esta situación, donde Shiro estaba a su lado, cerca, tan cerca que con voltear la cabeza podrían rozar sus labios.

Sus manos amables vendaban con cuidado la herida de su cabeza, solo era un raspón, pero Keith no tenía las fuerzas suficientes como para recriminarle su atención.

–Deberías tener más cuidado–.

No era un tono de reproche y eso le hizo morderse el labio inferior.

–Lamento ser demasiado complicado– exclamó Keith, intentando ocultar su bochorno bajo sus manos.

Pero Shiro también destruyó esas barreras y le sonrió dulcemente mientras le acariciaba la palma de la mano, dibujando estrellas invisibles que se perdían con el paso de sus dedos. Keith solo atinó a cerrar los ojos y a dejarse llevar por el mar de sensaciones que le provocaba el tacto del otro.

—¿Quién dijo que busco algo fácil?– susurró Shiro, acortando la distancia entre ambos –Lo simple es aburrido, lo que deseo es un reto, a tí y a toda la complejidad que puedas ofrecerme–.

Sentía que la cabeza le daba vueltas ¿Era por la caída o porque lo tenía tan cerca y podía sentirlo pegarse más a él por cada centímetro que se intentaba alejar?

Shiro, Shiro, Shiro.

El mundo se había reducido a una palabra y Keith estaba dispuesto a pronunciarla cuantas veces fueran necesarias, pero no ésta vez, no en esta ocasión.

–Takashi– susurró.

Y ninguno de los dos pudo más, como si el aire fuera venenoso y el único aliento de vida pudiera ser conseguido en la boca del otro.

Ojos violetas se sellaron por párpados, una mano enguantada se apresuró a jalar la tela de la camiseta rente suyo y unió rápidamente sus labios, incapaz de pensar en las consecuencias de sus actos, incapaz de sentirse culpable por obtener aquello que había deseado tanto.

Ah, claro que era egoísta ¿Cómo no serlo cuando te lo han quitado todo? A la mierda al mundo, a la mierda sus miradas acusadoras y malvadas.

A la mierda el destino, a la mierda el sufrir en silencio.

Y bendito fuera Shiro, causa de torbellinos en su estómago, delirio de noches de insomnio.

Shiro, Shiro, Shiro.

–Keith–.

El mencionado no abrió los ojos, se quedó tan estático como pudo, intentando recuperar el aliento.

Después de la euforia vendrían las consecuencias, lo sabía.

–¿Sí?–.

Esperaba el rechazo llamar a su puerta, el silencio incomodo, las miradas acusadoras de alguien a quien le roban un beso, ninguna escena ridícula de película, solo tristeza, dolor y rabia ante sus impulsos incontrolables.

Temblaba ¿De temor o de tristeza? No lo sabía y sólo hubo de notarlo cuando sintió una palma cálida sobre su mejilla.

Entonces abrió los ojos y descubrió que era posible enamorarse más profundamente de ese hombre, que no importaba la distancia, el tiempo o el espacio.

Mierda, lo adoraba.

Un mar gris le azotó con violencia en la pupila y luego hubo un cosquilleo hermoso y agradable que salió de su garganta a modo de jadeo extasiado.

–Keith– volvieron a llamarle –Yo...–.

Maldijo a Shiro, y en su fuero interno, también se maldijo a sí mismo. Poco importaba ya que lo hubiera bendecido antes, puesto que en su pecho bailoteaban mariposas y su alma era un fuego eterno que consumía a su paso todo lo que se le tendía.

Curioso, por que Shiro era gasolina.

Así que interrumpió su dictado uniendo nuevamente sus labios, esperando desesperadamente una respuesta, que su flama le tocara la punta de los dedos, lo suficiente como para estallar en miles de pedazos.

Vibró la tierra cuando él lo hizo, Shiro, Takashi. Cuando le siguió el juego y le mordió la boca, cuando lamió su labio herido y mezcló su aliento con el suyo.

Fuegos artificiales estallaron cuando sintió su mano posarse en su cadera y subir la tela para descubrir su piel ardiente, para Keith todo parecía hecho a la medida, manos que se posaban en los huecos exactos para hacerle suspirar por más.

Egoísta, Egoísta, Egoísta. Sí, lo era ¿Y qué? Reclamaría a Shiro como suyo y dejaría que él lo reclamara a él. No importaba si tenía que romper sus principios, Por Shiro podría recorrer galaxias enteras y haría explotar planetas.

Por Shiro jugaba como un niño curioso con el peligro, tentaba a la muerte y vivía, vivía.

Ahí, en ese rincón del planeta, entre sábanas negras y un techo de madera, Keith podía escuchar perfectamente el latido de su propio corazón y cuando Shiro le levantó las piernas y le hizo enrrollarlas en su cintura, se dio cuenta de que también sangraba y también le dolían las cosas.

Y de eso se trataba la vida, de dolor que surge y luego se apaga para dar paso al crecimiento, al placer y a la alegría. Lo vió al sonreír al espejo que brillaba al otro lado de la cama, al trazar con sus dedos los rasguños provocados por sus uñas sobre la piel de su amado.

Cansado de mirarse se inclinó para poder ver mejor a los ojos grises que prendían su deseo en el alma, se enorgulleció de encontrar su pupila negra y su frente perlada del esfuerzo de la noche.

–Takashi– pronunció y Shiro ocultó su mirada, Keith sonrió, sintiéndose a sí mismo a punto de estallar de las sensaciones provocadas en su cuerpo, regañó a sus labios traviesos y se aferró más fuertemente a su cuello, dejándole oír sus suspiros y sus súplicas. Solo para él y nadie más en absoluto.

...

Cuando terminó todo, sintió su cuerpo agotado y dolorido, pero satisfecho. Como ese dolor de cabeza que queda después de horas de estudio, pero que se ve perfectamente recompensado por las buenas notas de un examen.

No quiso mirar a Shiro, no porque no quisiera, si no porque sabía que lo que había hecho no tenía perdón alguno.

Así que se quedó entre las sábanas y se enrrolló en ellas, huyendo del calor que le proporcionaba el chico a su lado, esperando inútilmente a que éste se levantará y se marchará de ahí ¿Para siempre? Eso era algo que él no decidiría.

Pero claro, Shiro no era como el resto del mundo.

Y mientras Keith acariciaba entre sus dedos la cadena militar hurtada del cuello de su propietario, Shiro se había movido hasta su lado como una pantera.

Y cuando lo tuvo bajo su merced nuevamente, Keith cerró los ojos, pensando en que quizás aún no habían terminado, dispuesto a despertar nuevamente un deseo acalorado.

–Keith– volvió a escuchar, pero ésta vez no evadió la pregunta.

–Takashi–.

Solo bastó un segundo para comprender la mirada del otro chico, era claro cuando él podía leer su propio elemento.

–Te amo–.

Y se dió cuenta.

A veces las cosas dolían, para que jugar con fuego valiera totalmente la pena.

Dilo, una y otra vez [Sheith] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora