Estrellas

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–¿Hacia dónde, señor?–.

Keith rodó los ojos al escuchar el pésimo intento del mayor de intentar esconder su risa, se mordió el labio y sonrió al escucharle. Luego, se aferró al cuerpo de Shiro desde la parte de atrás de su asiento y aspiró el aroma del cuero de su chamarra.

–A las estrellas– le siguió el juego.

Shiro miró por detrás de su hombro por un par de segundos, sin pronunciar palabra. Keith devolvió la mirada recargandose sobre él.

Al final, Shiro sonrió, el cielo del atardecer le pintó la piel de un tono rojizo que casi le daba un aspecto salvaje y feroz. Keith se contuvo a sí mismo de suspirar ante la imagen y supo, en ese instante, que sí le hubiera pedido escapar de ahí con él, aunque fuera solo para recorrer eternamente las arenas del desierto, lo habría seguido sin siquiera meditarlo primero.

A las estrellas. Sí, también ahí.

Un día lo lograrían, estar juntos y lejos, lejos de toda la humanidad prejuicios, lejos de estereotipos estúpidos. Simplemente lejos del mundo y de todos.

¿Extrañaría la Tierra? Keith lo dudaba demasiado, porque su hogar estaba justo alrededor de sus brazos y el único aire que necesitaba era el mismo que Shiro respiraba.

–Okay– finalmente habló el pelinegro, con la voz rasposa, seguramente por culpa de las arena y el calor de aquel día –A las estrellas, entonces, pero le advierto que no será barato–.

–Puedo pagar– prometió y se aferró a él con aún más fuerza.

El motor de la nave ronroneó en cuanto Shiro movió la muñeca sobre la manivela, Keith se dejó embrigar en el sonido, en el calor que sentía hasta en la punta de los dedos y la seguridad que le proporcionaba Shiro cuando era él quien estaba al volante. Si hubiese sido alguien más, Keith no habría podido relajarse de ésta forma, incluso habría insistido en tomar él el control de las cosas.

Pero podía darle el control a Shiro sin rechistar, confiaba en él más de lo que confiaba en sí mismo, sabía que no lo dejaría caer y si lo hacían, entonces lo harían juntos.

Y entonces, ante la espectativa de un corazón acelerado, el aparato arrancó y la fuerza gravitacional le hizo estirar el cuello hacia atrás para admirar el cielo, a punto de volverse estrellado. Combinado a la perfección con los colores del negro y el rojo, un vaivén de nubes que quitaba el aliento.

Un día, el cielo también sería de ellos, se juró a sí mismo, pero por ahora se conformaba por la tierra, el viento en su cara y la adrenalina en la sangre.

–¿Todo bien?– preguntó Shiro, atento siempre a sus necesidades.

Keith sonrió, asientiendo, no tuvo que decir nada, puesto que Shiro interpretó a la perfección su silencio, no hacia falta hablar para sentir, no hacia falta nada más que estrellas para guiarlos. Además sin siquiera tener que levantar la mirada, sabía que Shiro estaba sonriendo.

–Puedo verla– aseguró Keith –Ahí está la Osa Mayor–.

Shiro soltó una risa corta, sin dejar de mirar al frente.

–Los marineros la usaban desde hacía años– le contestó –Era la guía que siempre los llevaba a casa–.

“Pero no necesito una guía” pensó “Éstas aquí”.

–Suena bien– aseguró el mayor –Nadie debería permanecer perdido–.

El afecto en su voz perforó hasta el corazón del menor, quien sonrió complacido.

–Estaba perdido hasta que me encontraste– confesó –No tenía un hogar, ningún sitio al cual regresar–.

El motor bajó de velocidad Y Keith maldijo en su interior que aquellos minutos de felicidad acabasen tan rápido, se aferró aún con más ahínco hacia el cuerpo de Shiro y éste, al sentir su turbación, se detuvo en seco.

El silencio duró más de lo que esperaría, pero no era incomodo, era un silencio agradable, prometedor, prevaleciente.

–Keith— susurró la voz ronca de Takashi Shirogane –Yo también estuve perdido–.

El mencionado levantó la mirada, amatista enfrentó a piedra de luna y en un instante, todo se volvió muy claro.

–Siempre regresaré a tí– prometió la voz de ojos grises –Así está escrito en el firmamento–.

Y sin más razones para hablar, Keith se colocó de puntillas en el suelo, aún con la máquina entre sus piernas y el suave ronroneo del motor sobre sus oídos. Tomó las mejillas de Shiro y mirándole a los ojos, decidió que, después de todo, las estrellas realmente eran guías celestes increíblemente experimentadas.

Y que, al igual que Shiro, ese era un lugar al que siempre estaría dispuesto a regresar.

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¡Muchas gracias por leer!

Me alegra mucho que ésta serie de cortos haya tenido tan buena respuesta, la verdad solo empecé a escribir para poder transmitir lo mucho que amo a ésta pareja y Kdkdkd.

Muchas gracias por los votos y el tiempo que se toman para leer lo que pasa por mi mente.

Y claro, por si no lo habían notado, usualmente es en base a una palabra como empiezo a escribir, así que, si quieren que escriba acerca de una palabra en específico, por favor déjenla en los comentarios.

Lamento la tardanza en publicar, había tenido mucho trabajo, pero trataré de ser más frecuente.

¡Hasta entonces!

Dilo, una y otra vez [Sheith] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora