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Cuando Elliot fue llevado por segunda vez al mundo de las hadas le faltaba tan solo un mes para cumplir los veintiséis años, si hubiera permanecido en su mundo quizás hubiera pasado el día bebiendo cerveza y comiendo pizza, era probable que su hermana le visitara e incluso algunos amigos. Sin embargo ya no estaba en el mundo humano y no se fiaba que el tiempo que pasaba en Adah fuera el mismo que el del mundo humano. Ciertamente allí percibía los días y las noches, las horas y los minutos, pero la cuestión era ¿le afectaban, estaba envejeciendo o solo las hadas podían permanecer estáticas?

Fuera cual fuese el caso, comenzaba a pensar en sí mismo como si ya tuviera los veintiséis, ciertamente podía decir que llevaba más de un mes en la corte de las Espinas, aunque de nuevo no tenía ni idea de si allí llevaban algún tipo de calendario pero lo dudaba, al menos no había visto ninguno, y tampoco había visto relojes. Era como si las hadas manejaran sus tiempos de forma implícita. Tenían hambre en la mañana: desayunaban. Luego a comienzos de la tarde: almorzaban y finalmente en la noche y le llamaban cena. Si les entraba el sueño, dormían, si les apetecía se duchaban, si se encontraban aburridos buscaban la compañía de otra hada, joven o antigua y se divertían. Iban a los pozos de luchas, a sus bares, hacían trueques y lo que fuera que les apetecía.

Lo más increíble de todo ello no era que sucediera, sino que Elliot comenzaba a comportarse de la misma forma. Aquella mañana, con el cielo pasando de azul oscuro a un rosa claro por la salida del sol de la mañana, Elliot se dio cuenta de ello. Ya no le horrorizaban tantos las costumbres de las hadas de la corte de las Espinas. En realidad, comenzaba a sentirse cómodo.

Así que allí estaba, de pie en lo que consideraba una especie de patíbulo, con un cuchillo no demasiado grande ni llamativo en su mano derecha. Era de hierro, con una empuñadura forrada en cuero. Por supuesto él no necesitaba esa medida preventiva, seguía siendo humano, lo cual significaba que era la única persona allí presente que podía entrar en contacto con el hierro sin caer envenado. La noche anterior, Arwin lo había instruido en el arte de asesinar un hada. Era otra curiosidad. Tenía veintiséis años, y los celebraba asesinando. Aunque no le gustaba pensar en él como en un asesinato. Para Elliot un asesinato era si mataba a otro humano. Aquella ejecución era a un hada, un infiltrado, un enemigo de la reina Eliza, no era asesinato, eran leyes.

Arwin le dijo que el hierro era una especie de veneno para las hadas. Una herida pequeña con hierro podía ser tratada si se hacía con tiempo, pero una herida grave con hierro no tenía vuelta atrás, así que el trabajo de Elliot consistía en encajar su cuchillo no tan llamativo en el corazón del hada de la corte de las Flores. Arwin le dijo que debía emplear toda la fuerza con la que dispusiera y una vez el cuchillo penetrara el pecho del condenado, retorcerlo en su interior. Según los cálculos de Arwin le tomaría unos dos minutos cuando mucho perecer.

Los asistente a la ejecución era pocos, en su mayoría los consejeros de la reina, unos cuantos de su guardia real y algunos miembros destacados de la corte Espinas. Arwin estaba entre el público, su cabello verde atado en lo alto de su cabeza, los brazos pálidos cruzados en el pecho y usaba un vestido gris plomo. Elliot se encontró observándola, y pensando en que en ese instante podría pasar por una humana común y corriente, aunque sería una humana muy bella, con un ligero brillo especial que la haría destacar entre una multitud de otras chicas humanas corrientes.

Aparte de Arwin, había otra hada presente que Elliot hubiera deseando no lo estuviera. De hecho, le pidió a la reina que la dejara en su calabozo pero ella no lo consintió, en sus palabras, el presentar la ejecución serviría para demostrarle el nuevo poderío e importancia de Elliot, aunque él no lo creía tanto así. Temía que Aziza, allí de pie con las manos atadas tras la espalda con una ligera cadena de hierro, el pecho impulsado hacia fuera y sus ojos oscuros clavados con ira en Elliot, y con Dentory a su lado custodiándola, Elliot temía que ella no volviera a verlo nunca más con los mismos ojos.

La senda de las espinas [La senda #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora