El mundo humano seguía igual de asqueroso que de costumbre. Smog, asfalto, cornetazos, trafico, hambre, desempleo y basura... mucha basura. Era curioso, Elliot no se había percatado de lo sucio que estaba el mundo sino hasta después de su experiencia con las hadas. Incluso Adah, en donde todo era un poco más salvaje, más oscuro, más corrupto, incluso Adah era como una taza de porcelana brillante al lado de la lata pegajosa de estiércol que era el mundo humano.
—Habría supuesto que de guardar el arma en el mundo humano seria en un bosque —comento Arwin mientras que caminaban por la banqueta. Las personas se volteaban a verlos y era de esperarse. Tanto Walden como Arwin poseían la belleza de las hadas. Quizás no llevaran las alas afuera, pero ellas en sí mismas eran como un radiador de magia que no podía pasar desapercibido, aunque las personas a su paso ignoraran por completo que estaban en presencia de dos hadas, una de ellas un antiguo.
—Amigo, deberías esconder tus orejas —comentó Elliot, Walden se tocó la punta de una de ellas y sonrió.
—No es necesario. Los humanos de otros tiempos estaban más dispuestos a creer, los de esta era no. Estoy seguro que en sus mentes encontraran la explicación perfecta para mis orejas.
—Es cierto —concordó Arwin.
—Por aquí.
Les guió Walden. Viraron en un callejón y se saltaron un par de charcos de agua sucia. Elliot vio con asombro que ni aun estando en el mundo humano sus acompañantes se colocaron zapatos. Elliot por otro lado sí: las mismas zapatillas con la que fue llevado a Adah. Se detuvieron casi al final del callejón. Walden se giró hacia una pared que mostraba un grafiti obsceno y movió sus manos frente a él. Chispas de colores brotaron y de pronto en donde solo existía una pared, apareció una puerta de madera. Walden la abrió y entraron.
No más cruzar la puerta Elliot sintió la magia. En aquel espacio fue como encontrar un pedacito perdido del mundo hada, no era lo mismo por supuesto, pero tenía parte de su esencia. Walden chasqueó los dedos y fuegos de colores cobraron vida en el techo.
El lugar estaba limpio, con pisos de blanca cerámica y paredes de cerámica rosa pálido. En el centro se alzaba una mesa redonda y sobre esta descansaba una esfera. Arwin se encogió y permaneció contra una pared, Walden y Elliot se acercaron.
—Esta inactiva. En su estado actual no puede hacer daño, pero es altamente peligrosa. —Tenía varios agujeros, era como una bola de boliche, solo que hecha de cristal—. Para activarla deberás meter los dedos por los agujeros, pero no todos al mismo tiempo. Hay una combinación.
—¿Cómo, hay un orden, una cantidad de veces, o como, no entiendo?
—Es una canción, de hecho.
Walden se paró al lado de Elliot y por ende frente a los agujeros. Sin meter los dedos, señaló y cantó.
—Cinco es tu dolor, tres es tu pasión, cuatro tu obsesión, uno humillación, dos para el amor, y el cambio es tu misión. —Al compás de la extraña canción de Walden, este fue señalando el agujero que correspondía al número que mencionaba. Elliot y Arwin se miraron, fue el primero quien habló.
—¿Eso... era una nana? —Walden parecía orgulloso.
—Solo algo que me vino a la mente mientras construía esta belleza, supongo que funcionaría como nana. ¿Te ves cantándola a tus bebés? Oh... espera... no creo que los haya.
Walden soltó una risa mientras se alejaba de Elliot, quien se quedó mirando el arma, cayendo hasta entonces en una verdad a la que no había pensado demasiado. Las hadas no se reproducían de la forma humana. No tenían bebés. Si Elliot se transformaba en hada, nunca sería padre.
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La senda de las espinas [La senda #2]
FantasySEGUNDA PARTE DE LA SENDA. Luego de haber quedado en tercer lugar en el torneo realizado por las hadas en Daha, Elliot fue regresado al mundo humano. Sin embargo al quedar entre los primeros sus recuerdos sobre la magia y las hadas no fueron borrado...