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No fue fácil conseguir a Arwin. Se pasó toda la tarde en ello. Preguntando por el castillo y fisgoneando en cada rincón del mismo, hasta que no tuvo de otra sino que aceptar lo obvio, Arwin no estaba allí. Era desconcertante, porque él jamás se hubiera imaginado que una palabra suya pudiera influir sobre el hada, porque ¿era eso lo que había pasado? ¿O él le estaba dando más importancia al asunto?

En todo caso mucho no importaba, porque lo que sí importaba en aquel momento era ubicarla. Saldrían al día siguiente hacia Daha y recayó en él la tarea de encontrarla. Así que tuvo que volver a hablar con la reina para que le permitiera salir del castillo. Al principio se mostró reacia, pero luego él la abordó con argumentos de cómo no representaba ningún peligro qué saliese al amparo de la oscuridad que ya caía y cómo de importante era en cambio para él contar con Arwin al día siguiente. Así que le dieron el permiso.

Salió al frescor de la noche, pensado en El humano ahogado, en comida y cerveza, en diversión, en sexo y música. Diez minutos después fue que recordó a que iba y se enfocó. Redirigiendo su camino hacia la vivienda de Arwin y deshaciendo el camino andado hacia la ciudad Espina y el desenfreno.

Tocó tres veces a la puerta y esperó. Segundos después le llegó el sonido de risas y entonces la puerta se abrió dejando salir del interior una música suave y el olor de licor dulce.

No era Arwin quien estaba frente a él, era un hada masculina, de rostro redondo y ojos grises. No llevaba camisa y sobre el pecho tenía varios moratones más parecidos a chupones que a golpes. El sujeto parecía elevado, miró a Elliot con sus ojos brillantes y sonrió.

—Vienes a unirte. —No era una pregunta, el hada lo estaba dando por hecho.

—No, en realidad vengo a ver a Arwin. ¿Puedo pasar? —El hada abrió la puerta y se hizo a un lado, mientras sonreía.

—Eso ni se pregunta.

Sin embargo, al pasar, no se veía rastro de Arwin por ningún lado. En su sala de estar había un grupo de hadas, femeninas y masculinas entregadas a los placeres de la comida, la bebida y el sexo. Elliot los miró un segundo, tentado pero no dispuesto. Así que los sorteó y buscó por el resto del departamento. Pero el hada que buscaba no parecía estar en ningún lugar, salió al balcón y observó la noche. No estaba muy seguro de cómo lo supo, pero unos minutos después sucedió lo que esperaba. Arwin aterrizó a su lado en el balcón, con un vestido gris corto y el cabello alborotado por el viento.

—Tenemos una misión para mañana. —No hubo saludos, ni miradas cálidas, ni disculpas, ni explicaciones. No debía haberlas, él era Elliot, pronto un rey. Ella achicó los ojos, como si pudiera ver tras su fachada y eso le hizo enfadar. Así que agregó-. Iremos con Dentory y su grupo hasta Daha. La reina quiere ver cómo están las cosas en la corte de las Flores y yo voy a aprovechar para buscar a Nissa. Me vendría bien tu ayuda, además —agregó cuando percibió que ella enarcaba una ceja—, es también una orden de la reina; así que mucha opción no tienes.

Hubo un pequeño silencio, entonces ella dijo.

—En tal caso nos veremos mañana. Ten linda noche.

Y todo debió quedar allí, pero no fue así. Porque por más que Elliot intentaba adaptarse, su naturaleza humana seguía allí. Y allí estaba su deseo de disculparse con aquella hada que lo había estado guiando durante todos esos días por ese reino oscuro, y allí estaba ese deseo, de que volvieran a hablar como antes y ese deseo, de conocerla más; y maldijo, porque llegaría un momento en que debería luchar contra eso. Sería un rey, un rey hada y las hadas no tenían esos deseos, ¿cierto? En todo caso decidió que aquella noche no importaba, porque aquella noche seguía siendo Elliot el humano y aquella noche estaba permitido perderse en deseos idiotas.

La senda de las espinas [La senda #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora