Yo decido

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“… Para entonces yo ya habré sido besado por otro”

Doblé con cuidado el arrugado pergamino y lo guardé en el bolsillo de la camisa. Me mordí el labio. Había sido como una cuchillada. Una cuchillada tremenda en el pecho. Porque se dignó a dármela de frente y no de espaldas. A salir dentre el gentío, dirigirse hacia mí, mirarme con odio y estampármela en el pecho. Se dignó a encararme y clavármelo de frente. A ser valiente. Y dolía, vaya si dolía. Sólo era tinta. No eran más que palabras. Rizos descritos con una pluma. Palabras. Pero palabras que cortaban más que cualquier cuchillo. Palabras usadas con una intención muy clara. Dañar; y, a ser posible, matar. Palabras usadas con maestría. Usadas por un maestro. Porque él era un maestro.

Albus era un maestro de las palabras. Y cuando las usaba como arma, daba siempre en el blanco. Ésta vez no tenía por qué ser distinta. Había dado en el blanco. Justo en el centro. Había tensado el arco y había disparado miles de flechas envenenadas. Y me había acuchillado. Pero no de cualquier manera. Me había insertado el cuchillo lenta y dolorosamente por el mango; donde no duele, para luego besar suavemente mi herida y acabar la matanza con una seca estocada utilizando la hoja.

Y sabía que aquella maestría era fruto de algo. Sabía que algo lo había inspirado. Y que cuando eso ocurría, necesitaba plasmarlo en el pergamino. Sabía que había sido inspirado por algún tipo de sensación. Una sensación intensa. Muy intensa. Dolor. Odio. Y, quería pensar que, puede que incluso amor. Quería pensar que, en el fondo, estaba dolido porque me amaba. Pero eso era una tontería. Esas palabras ya habían sido grabadas en papel. Ya sabía que me amaba. Que aún había esperanza. Pero que no me bastaba. Yo quería que me lo dijera. Ya lo sabía, pero quería escuchar el “te amo" salir de su boca. Al igual que la primera vez. Pero ésta no sería fácil.

Él estaba dolido, y se defendió con su mejor arma. Y era comprensible, era lógico. Era lo que cualquiera haría. Es lo que hacemos cuando nos sentimos en peligro, actuamos en contra de aquello que nos amenaza. Yo petrifiqué cuando me sentí en peligro. Y herí. Él no tiene por qué ser distinto. Tiene el derecho a herir si se siente en peligro. Pero él lo hacía de forma sublime. Y el no hirió. No, el hizo mucho más.

Él me mató. Me mataba. Pero no de cualquier forma. Mataba de forma sutil. Mataba amablemente. Tan delicado… con tanta dulzura… mataba de forma despiadada, pero de forma limpia y perfecta. Sin dejar rastros de sangre en sus manos. Sin despedazar. Mataba de una forma tan hermosa que incluso pagaría por que me matase de nuevo. Ser alcanzado por su bala de oro dolía, dolía intensamente.

Pero era precisamente ese dolor el que me hacía sentirlo cerca. Era ese dolor mortal el que me hacía sentir vivo. Y no quería que se fuera. Quería sentirle cerca. De cualquier manera. En cualquier forma. El dolor era una de ellas. No quería que cesase porque entonces él se alejaría de mí. Y yo me volvería a perder. Y cerré los ojos con fuerza mientras probaba el sabor metálico de la sangre por morderme el labio. Y lo mordí aún más fuerte. No quería que el dolor cesase, si era por él. Si era por él, no quería que nada cesase.

“Mátame, Albus. Mátame mil veces más. Porque al menos sabré que estás ahí. Al menos sabré que estás cerca. Que, aunque me estés ahogando en sufrimiento, estás conmigo. ”

La campanita de la puerta me devolvió a la realidad. No vi quién había salido del  local. Pero supe que era él. Y entonces me sentí estúpido. Se había ido. Había perdido el tiempo ensimismado, y ahora él se había ido. Me había costado muchísimo encontrarlo en aquel bar, e incluso fue él el que me encontró entre elnmar de personas y me entregó el trozo de pergamino, sin decir palabra. Mientras se plantaba frente a mí con los brazos cruzados. Y ahora se había ido. Y entonces salí corriendo tras él.

Sorbete de Limón (dumblewald/grindeldore)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora