Capítulo 6

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El blanco del papel, el rojo de la sangre, el negro de la letra. –fue la frase que escribió mientras él cerraba la casa. Pero en el vuelo a Islandia la completó: ...El profeta es el papel, el condenado la sangre y la letra... es la bestia. Se quedó meditando en ella pero al cabo de minutos se durmió. Horas más tarde Alex la despertaba para que admirara el paisaje. Habían llegado a tierras islandesas. Descendieron en el aeropuerto; él con su abrigo verde, ella con su tapado bordó. En taxi llegaron a las afueras de Rejkjavik, donde abordaron un bus que los trasladó hasta el campo, lugar donde se situaba la residencia materna de Alex. Verónica mantenía la costumbre que había desarrollado en todo el viaje llenando sus ojos de paisajes, mirando a un lado y a otro de la ventanilla. Cuando bajaron el aire gélido la golpeó en la cara, pero casi no lo sintió entusiasmada como estaba de haber llegado tan lejos, hasta ese punto en compañía de Alex.

La casa a la que arribaron era más bien una cabaña, espaciosa por cierto y muy bien arreglada, pero construida con materiales rústicos. Entraron de prisa y Alexi la recorrió llamando a su madre. Entonces hallaron una nota escrita en islandés. Tras leerla la sonrisa que caracterizaba a Alex se esfumó.

–Salgamos –dijo; y Verónica descubrió por primera vez tristeza en sus ojos, cosa que nunca había observado en él. Caminaron un tiempo en silencio a la vera de la ruta. El paisaje comenzó a cambiar y Verónica divisó un cartel que decía algo como "Pormörsk".

Alexi parecía sumido en sus pensamientos y continuaba avanzando cabizbajo. Verónica no deseaba interrumpirlo de modo que continuó en silencio a su lado. El cielo empezó a tornarse gris y el viento arremolinaba las nubes arriba en los aires como avecinando una tormenta. Solamente oían el ruido de las pisadas sobre la grava. Verónica se volvió una vez más para mirar el cartel. La palabra le sonaba conocida. En lo poco que Alex le había enseñado de islandés, recordó que aquella letra parecida a una P sonaba en realidad como una T. Y le vino a la memoria el testimonio de los turistas. "En el Bosque de Bialowieza, en el Hallerbös de Bélgica... y en el Thormörsk de Islandia." Levantó la vista hacia Alex que caminaba pasos más adelante, quiso advertirle lo que había oído. Pero él se hallaba estático mirando en dirección al suelo. Entonces giró ciento ochenta grados y fijó la vista en ella. Los ojos que la estudiaban ahora eran los de un demonio. Y Verónica sintió el miedo treparle a la espalda.

–No nos reconociste en Praga cuando desayunamos juntos. Ni en la estación de trenes de Amberes. Ni cuando te saqué a bailar en la cena de Amiens. Mucho menos mientras te acompañé a lo largo y ancho de este viaje como "Alexi".

En un abrir y cerrar de ojos saltó sobre ella. La arrastró hasta su guarida casi como volando, desplazándose a velocidad sobrenatural. Y se detuvo de golpe. Verónica comprendió aterrada que se hallaban de nuevo en la cabaña, "la de su madre", rodeada del verde más verde pero ubicada de manera tal que se volvía invisible para el que la buscara a la distancia. Al entrar, Verónica se topó con una especie de cubil que no había visto antes cubierto de pieles y mantas. Y a poca distancia un caldero alimentado con leños donde hervía agua. Toda la casa exhibía una dualidad evidente, de la misma manera que el propietario. Tenía rasgos de "vivienda" pero también de cubil. Entonces la bestia se calmó y el hombre habló.

–Yo soy Alexandru –dijo –Te he traído aquí para hacerte preguntas. Y la ató con cuerdas a un poste.


La monotonía del escenario parecía preparada para enloquecerla. Un espejo de marco ornamentado apoyado contra la pared frente a ella. La singular cuerda, de triple lazo, que la ataba al poste como si fuera a ser sacrificada. Y un oso inmenso de pelaje negro descansando a poca distancia al que el hombre-bestia llamaba Austro.

Con el lazo en el espíritu #ZelAwards2019Where stories live. Discover now