Verónica fue hallada por Estéfano, desvanecida y fría en el claro de araucarias. La abrigó y la llevó de regreso a la Casa. La escritora permaneció en estado semi inconsciente por algunos días en tanto sus amigos se ocupaban de atenderla. Cierto día, vio entrar una mariposa nocturna en el cuarto. Mientras había luz no la oía, pero en cuanto reinaba la sombra el insecto salía de su escondite y se ponía a revolotear. Al principio Verónica comprobó que sólo podía oírla, pero más tarde descubrió que podía verla.
Y su conciencia le hablaba, a pesar de su estado, a pesar del sopor, aunque no deseara escuchar. Volteaba la cara hacia un lado y hacia otro intentando ignorarla. Hasta que se dio cuenta que no era una voz interior la que le hablaba. Había un ser cuyo rostro no alcanzaba a definir deambulando a los pies de su cama. Por un momento pensó que era su padre, a quien hace tiempo no veía. Pero en cuanto prestó atención supo que estaba equivocada.
-Siempre estudiaste el mundo físico, Verónica la Virtuosa -murmuró una sibilante voz asexuada - Ahora, con esta experiencia acabas de estudiar el no físico, el inmaterial, en el cual habías dejado de creer. El mundo donde las leyes físicas no funcionan... y nosotros gobernamos. -Era la Voz. La pudo reconocer. La que le hablara a lo largo de su vida. La que la despertaba por las noches y le dictaba mensajes. La que le encomendaba instrucciones. Unas veces venía del norte, otras del sur, pero Verónica no dudaba cuando la oía. Podía reconocerla con certidumbre aplastante. Solo que siempre había creído venía del Cielo, cuando más bien debía provenir de abajo, del Abismo...
-¿Quién sos?
-Yo soy parte de lo inmaterial. El que habló contigo a lo largo de tu vida –la voz del ser impactó dentro suyo y Verónica la sintió vibrar en sus entrañas -¿Acaso no le has dicho Amén al Ser... Así sea? Es el nombre de uno de tus cuentos. De modo que... nosotros debemos haber estado rodeándote siempre y cerca tuyo. De otra forma no podrías haber profetizado con tus cuentos. Sos la poetisa-profeta ¿Lo recordás?
-Pero vos ingresaste a mi vida a través de Alexandru...
-No. Siempre estuve acá. Él sólo fue un instrumento para terminar de romper el cerrojo que yo no podía abrir ¿Recordás tu sueño? ¿El de la magnolia, la luz sobre el camino y tu libro de páginas blancas? Ya entonces recibías inspiración. Ya entonces se te hablaba en lenguaje profético sobre las circunstancias que rodearían tu vida -El impacto de oír tales palabras le provocó una enorme debilidad, y así debilitada como estaba el ser fijó en ella su mirada. Y Verónica pudo asomarse a los abismos de su negra alma.
-Hubo belleza siempre. En todo lugar que fuiste, en cada ciudad que pisaste. En el poema de Alex. Y en la historia que finalmente generaste. Ya lo ves, también nosotros somos amantes de la belleza.
Nuevamente se sintió caer en aquel estado donde sueño y vigilia se le mezclaban. Veía a sus amigos entrar y salir, pero no estaba segura de qué era real y qué no. Las semanas siguientes fueron las más extrañas de su vida. Porque si bien tenía conciencia de lo que tarde o temprano ocurriría, reinaba una sospechosa calma. Como cuando habitando la Cabaña había tenido la impresión de que nada estaba sucediendo, de que estaba a salvo a pesar de vivir custodiada por el monstruo noche y día. Como si ambos habitaran uno en el otro.
Fue en estos días de extrañeza que sintió nuevamente el "llamado" del Este. -Tenés que pisar una vez más Praga -la alentaban disimuladas voces en su interior. Sin más dilaciones que las de incorporarse de su cama, un viernes por la tarde abandonó la Casa del Acantilado. Compró un pasaje de avión y en menos de veinticuatro horas se halló en la capital checa. Tan pronto descendió en el aeropuerto abordó un taxi y se dirigió directamente a Staré Mesto, hasta el Puente. Lo atravesó, de una punta a otra varias veces y miró cada rincón rememorando. ¿Acaso su presencia aún acechaba? Había ecos, reverberaciones de ella en todo lugar. Pero recordó el testimonio de las noticias y se tranquilizó. Pudo caminar por la ciudad levantando la vista al cielo, hacia los campanarios puntiagudos de Tyn y la colina embrujada de Vysengrad. Hasta que llegó a calle Saint Charles y se detuvo bajo la imagen de Libuse. La misma hacia la cual él habría alzado la vista segundos antes que lo mataran. La contempló por un rato largo en silencio. No había pronunciado palabra en voz alta por días, ni siquiera consigo misma. Miró a los ojos de piedra de la estatua intentando hallar algún rastro de expresión. Enseguida se alejó del lugar y a paso lento dejó atrás la ciudad, hasta que llegó a un bosquecillo de las afueras.
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Con el lazo en el espíritu #ZelAwards2019
Paranormal"Mi bosque es brumoso y sombrío, pero cuando quiero rujo y puedo disipar la niebla" Palabras del hombre-bestia Algui...