CAPÍTULO 44

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Lea estaba parada frente a mí, del otro lado de mi puerta. Pero no era la Lea que yo acostumbraba a ver. No era esa Lea brillante, llena de color y fantasía, esa Lea sacada de un cuento de hadas. Su porte ya no era la de una princesa, sino que ahora parecía sacada de una película de terror, ya saben cómo la de El Aro, su cabello siempre bien peinado parecía un nido de pájaros, parecía que no se había quitado el maquillaje desde la última vez que la vi, y al parecer había estado llorando, porque había un surco negro que se resbalaba de cada uno de sus ojos hasta la mitad de la mejilla, y llevaba un pijama blanco arrugado. Realmente me causaba una impresión espeluznante. Tenía que mentalizarme a mí misma para no cerrarle la puerta en la cara mientras pegaba un grito agudo digno de la película Psicosis.

— ¿L...? — ni siquiera pude pronunciar su nombre con normalidad. Verla así era muy penoso y aterrador al mismo tiempo.

Lea hizo un puchero con sus labios y supe que iba a llorar. Algo en mi pecho se removió. ¡Estúpido corazón sensible!

— Pasa — le dije finalmente y no me reconocí a mí misma por decir esas palabras.

Lea no me hizo caso, cuando me escuchó hablar, su reacción no fue entrar a la habitación, sino de tirarse sobre mí, abrazarme con fuerza mientras lloraba con potencia.

— ¡Estoy muy triste! — dijo mientras se adhería a mí con más fuerza cuando intentaba, suavemente, desprenderme de ella. Esto no podía estar pasando.

— Lea — dije su nombre para que entrara en razón — entremos. Hablemos dentro.

Lea asintió sobre mi pecho, y todavía sin soltar el abrazo que me aprisionaba, las dos ingresamos a la habitación, una pegada a la otra. Obviamente, yo pegada a ella en contra de mi voluntad.

Nos sentamos en mi cama, y ella me abrazó por el cuello y comenzó a llorar en mi hombro.

— Estás... — comencé a hablar porque el silencio me estaba matando — estás... — no sabía cómo decirlo sin lastimarla.

— ¡Horrible! — Lea terminó la idea por mí, ya no lloraba y esta vez deshizo el abrazo, pero mantuvo una distancia mínima entre las dos. Como odiaba su casi inexistente sentido del espacio personal — Que no te de pena decirlo... estoy horrible... hecha un asco.

— Sí... — no lo negué — ¿Cómo lo estás llevando? — pregunté a pesar que la respuesta era evidente con sólo mirarla.

Lea tardó un rato en darme una respuesta

— Mal. Muy mal — bajó la mirada, mientras unas lágrimas se asomaban de nuevo en sus ojos — Esto me ha destruido. Me duele la cabeza de tanto llorar. Siento que el corazón se me rompe cada vez que pienso en él. Vine porque necesitaba hablar con alguien. Talvez hablarlo alivie un poco el dolor.

La miré e intenté descifrar lo que estaba sintiendo por ella en este momento. Por más que rebusqué dentro de mí, no lo encontré. Ya no sentía odio por ella. Desde esta mañana, cuando comprendí que mi amor era un hecho inalcanzable, algo cambió, no sabía bien que era, si era mi corazón, o yo misma.

— Bien, ¿De qué quieres hablar?

— Después de lo de Nicholas, no puedo confiar en nadie más. Después de lo que le sucedió, la única confianza que me resta está contigo. Sé que eres la única que nunca me traicionará — Lea me sonrió con dolor.

— No digas eso— la interrumpí — ¿Y qué pasa con Jeremy? — le pregunté, no lo entendía, él era su mejor amigo, además de la persona que estaba enamorada de verdad, ¿Por qué no buscaba su hombro para llorar y no el mío?

FLASHBACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora