CAPÍTULO 52

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Ya estaba de vuelta. La universidad no había cambiado nada en mi ausencia ¡Y eso que había estado dos meses fuera!

Se supone que tendría que volver para rendir unos exámenes finales, pero no iba a presentarme a ninguno de ellos, pues no había tenido la voluntad ni el tiempo para estudiar ni una sola hoja. Y digo tiempo, porque todos estos meses no había hecho más que llorar, y no había ocupado mis horas en otra cosa más que en eso.

Patético, lo sé. Pero no me arrepiento, ya rendiré los exámenes en otra oportunidad, seguramente en los recuperatorios del mes que viene. Estos cinco meses me habían servido para reflexionar. La psicóloga me había ayudado, incluso el ratero de teléfonos lo había hecho.

Es algo irónico que su frase: "Todas las personas hacen estupideces, más aún si están enamoradas." Haya significado tanto para mí estos últimos días. Si vuelvo a encontrarme con ese chico desconocido, en primer lugar, le agradecería por ayudarme a tomar la decisión más importante de mi vida, y después le daría una patada en sus partes nobles ¡Todavía estaba lamentando la pérdida de mi celular!, lo quería tanto, era como un hijo para mí.

Lo primero que hice, una vez que ya estuve en la universidad, fue esperar casi por una hora en administración, hasta que se decidieron a atenderme.

— ¿Qué necesita?

— Quiero saber en qué habitación se está quedando Helen Holly — le informé, y sentí una emoción enorme por lo que estaba haciendo. Por fin me había atrevido a zanjar las cosas. Posiblemente ninguno de ellos quiera perdonarme, pero yo, esta vez, me disculparía de verdad.

— En la residencia "C", habitación 23 — me indicó la secretaria.

— Gracias — dije y luego me marché.

Estuve aproximadamente media hora llamando a la puerta 23, pero nadie atendió.

— Tal vez, todavía no volvió de las vacaciones — pensé — seguro debe estar en la casa de su abuela.

Como vi que Helen no saldría, me agaché junto a la puerta, y por la luz que quedaba debajo de esta y el suelo, introduje un sobre con una carta.

Me imaginé que esto podría pasar, así que ya venía preparada.

En la carta le decía cuanto lo sentía, por lastimar a los que eran mis amigos, y si no quería aceptar mis disculpas, y no quería volverme a ver nunca más, respetaría su decisión.

Una vez, que ya hube dejado la carta en la habitación de Helen, volví por el pasillo y me dirigí a la residencia "B", todavía tenía mucho por disculparme.

Me paré recta, respiré hondo, y luego llamé a la puerta.

Tenía miedo, lo admitía. Creo que cualquiera en mi situación estaría cagado hasta las patas. No era nada fácil, siempre fui una persona que se deja influenciar por el sentimiento del orgullo, pedir disculpas era un imposible en mi razón, nunca me imaginé que en algún momento yo me encontraría en esta situación, pero fue esa manera de pensar, lo que me llevó a esto. Y la verdad es que no podía seguir viviendo sino hacía algo al respecto.

¡Esa maldita culpa no hace buen equipo con el orgullo!

Debí hacerle caso a mi conciencia, y a esa emoción de culpa y arrepentimiento desde un principio. Ser orgulloso no te hace fuerte, te hace estúpido. Te lleva a la ruina. Te lo arrebata todo.

Cuando escuché el giro del picaporte y el tronar de la madera, mi corazón dio un vuelco de ciento ochenta grados.

Había llegado el momento.

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