CAPÍTULO 53

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Esperé unos segundos. Inmóvil. La puerta cerrada, delante de mis ojos. Mi corazón se agitó con fuerza cuando escuché que desbloqueaban la cerradura. Las bisagras giraron lentamente, y me mostraron a un Marcus que no poseía la misma luminosidad de siempre. Se lo veía apagado, y su rostro denotaba una fuerte resaca. Nunca lo vi así, tan mal, tan fuera de lo que acostumbraba a ver. Pero no me importó como lo encontré, seguía siendo Marcus, el mismo Marcus que extrañé. Era tan hermoso. Mi corazón palpitó con fuerza y una sonrisa de alegría se formó en mi rostro. Estaba feliz de volver a verlo.

Al parecer, no causé la misma impresión en Marcus, que, al verme, puso una expresión de horror, como si hubiera visto el fantasma de la llorona, y se dispuso a cerrar la puerta, pero yo lo detuve antes de que me dejara afuera, interpuse mi cuerpo de manera temeraria, entre el marco y la puerta.

— ¡Vete! — me instó, y procedió a empujarme, para que dejara de ser un estorbo, pero incluso así, era suave al empujar, como si temiera lastimarme. Entonces lo supe. Todavía me amaba, estaba segura.

— ¡No! — insistí y me aferré al marco para que no pudiera sacarme — ¡Hablemos!

— ¡No quiero hablar!

— ¡Déjame entrar! — ni él ni yo íbamos a desistir. Yo quería entrar y él me quería fuera.

— ¿Acaso no puedes dejar que me deprima y llore solo y en paz?, ¿Por qué tienes que venir a empeorar mi estado?, apenas puedo verte sin derramar lágrimas, y lo último que quiero es que me veas llorar. Déjame conservar la poca dignidad que me queda.

— Déjame pasar — seguí insistiendo — no es eso. Sólo quiero hablar.

Marcus me miró fijamente y luego rodó los ojos con fastidio.

— Eres una pesada — dijo mientras me daba acceso a su habitación, entré y él cerró la puerta detrás— Tienes un minuto.

Lo miré embobada. Hacía tanto que no lo veía. Cinco meses habían sido mucho tiempo. Todo este tiempo, había deseado decirles tantas cosas, y ahora, que lo tenía frente mío, no sabía por dónde empezar.

Abrí la boca, pero nada salió.

— Listo, se terminó el tiempo. Fuera — dijo volviendo a abrir la puerta.

— ¡Pero ni siquiera pasó un minuto!

— No me importa, te quiero fuera — me hizo un gesto con la cabeza, como invitándome a salir, pero no le llevé el apunte. Ya estaba aquí, no tenía nada más que perder.

— No. Dije que tenemos que hablar.

— No entiendo que haces aquí, ¿Acaso viniste a burlarte de mí?, ¿Volviste para terminar de destruirme?

— ¿Qué?... no, no — entendía que dijera esas cosas, y era difícil retractarse, no sabía que palabras usar, y un segundo después, comprendí que lo mejor era mostrárselo.

Levanté la manga de mi blusa y le mostré lo que traía inscripto en el interior de mi brazo.

— ¿Qué es eso? — preguntó atónito.

— ¿No es obvio?, ¡Es un tatuaje!

— Sé que es un tatuaje, ¿Pero por qué?... ¿Acaso te volviste loca?, ¿Ahora eres como esas mujeres que se tatúan el nombre de sus exnovios?

— No es tu nombre.

— No, es peor, es una flor amarilla — el gesto en su semblante fue confuso, tanto para mí, como para él — ¿En serio?, ¿Te volviste loca?, ¡Los tatuajes son para siempre!

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