Tirando de la cuerda del pasado: Capítulo Trece

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Dieciséis años antes...

El reflejo de la alegría del sol marcaba el rostro de la nena de siete años, quién en la noche anterior tenía sus ideas puestas en soluciones, una nena que al despertar llevaría acabo su plan. Un plan que involucraba muchas mentiras de por medio, pero la curiosidad por la niña de vestido rosa del día anterior la consumió. 

Los minutos se deshacían de prisa y ella solo mantenía su cuerpo inmóvil dentro de la manta, dispuesta quedarse en casa. La perilla giraba vociferando lo tarde que era para ella para asistir a la escuela, así como el asombro de sus padres. 

-Hija, ya se te hizo tarde, ve a cambiarte- Levantó la manta rosa su madre- ¿Te ocurre algo, mi amor?- El disgusto en el rostro de la nena preocupó a su mamá. Colocó su mano en la frente de su hija, angustiada por quizás una gripa que pueda estar presentando. Pero su temperatura era estable como siempre, la miró esperando una respuesta... 

-No me siento bien, hoy no quiero ir - Habló la pequeña mentirosa. 

-Tienes que ir a clases, mi bebé - Declaró Coco, su padre. - ¿Qué ocurre, que pasa? - Se acercó y recostó cerca a ella. 

-Nada pa... Sólo no me siento bien-Miró sus manos, ella sabía bien que no podría fallar. Sus padres se irían pronto al trabajo y entonces saldría a buscar a su futura amiga. 

-¿Qué sientes cariño? - Cogio el rostro de su hija, intentando comprender el porqué de su malestar. 

-Me duele un poco la panza- Mintió, esperando que no la interrogaran más.

Sus padres se miraron entre ellos sin entender su repentino malestar.

- Entonces hoy no iré al trabajo, me quedaré contigo amor- Y ante la propuesta de su madre, sus ojos se abrieron de par en par. Su inquieta mente buscaba una escusa más para que esta vez Antonia no se quedara a cuidarla.

-¡No! - Su voz había sonado tan fuerte, casi un grito. Sin falta de una escusa más... Ellos entendían el plan de su pequeña niña. - ¿Y si el abuelo me cuida? - Propuso esperanzada.

(...)

Y estaba lista...
Zapatillas puestas, pantalón amarillo y un polo verde; para ella el más cómodo atuendo.
Todo estaba listo, su plan marchaba a perfección. Aún más cuando el abuelo estaba de su lado.
Pero solo faltaba algo, y quizás era lo más importante... Ella.
Llevaba ya una hora sentada en su ventana esperando verla como ayer, pero no salía.
¿Se habría ido? Pensaba la pequeña Pinocho.  Sin embargo, cuando sus ilusiones se iban incinerando... Una falda rosa en conjunto con un polo de flores se asomó por la ventana.

Y como de una ilusión se tratara, desapareció repentinamente. Incrédula la niña de zapatillas se frotó sus ojos con sus manos, creyendo que había visto mal. En el intento de comprender a donde habría ido, unas voces interrumpieron su pensar...

Sus manos se pegaron al vidrio de su ventanal de donde seguía sin moverse.
Su cabeza era una bombita de ideas, así como el de su corazón. Su pecho subía y bajaba como no era de costumbre.

Ella sabía que jugar era malo, pero siempre había querido tener un amigo. Pero un amigo como los niños que jugaban afuera de su hogar, no como los de su escuela...ese tipo de amigos no.

Creía que quizás con la vecina nueva podría jugar al trompo o montar bicicleta... Tenía la ilusión que ella podría prestarle la suya. Aunque un cierto miedo aún la estaba invadiendo, porque... ¿Y si era mala? O ¿Si era como sus amigos de la escuela?
Juana no lo sabía, pero estaba dispuesta a intentarlo. No sabía como sentía eso, pero ella quería ser amiga de esa niña para jugar entre el barro...como tanto le gustaba.

Cuando apenas miró unas trenzas alumbrarse, tras el ventanal, entre el callejón de sus casas no esperó ni un solo segundo y corrió.

Hizo el mismo recorrido del día anterior, pero esta vez se detuvo más cerca de su quizás nueva amiga.

Su corazón latió tan fuerte que una de sus manos intentó calmar a su pecho.

Tenía miedo, miedo que ella pueda... Que ella pueda tirarla o golpearla como lo hacían en la escuela.
De repente estaba sin ilusión, sin esperanza.
Estaba lista para salir corriendo, y volver a su habitación... Porque sólo ahí se sentía segura.

Cuando...

-Hola, soy Emma - Así como el sol borra a la luna del día, su sonrisa borró el miedo de su corazón.

Con cierto temblor en su voz y con la desconfianza desvaneciéndose de ella dijo - Hola...Yo soy Juana- Sintiendo así como la alegría se alojaba en el fondo de su pecho y como un brillo muy singular se colgaba entre su mirar.

Labios rosadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora