VIII. La última cena

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Imladris, como era conocido Rivendel en Sindarin, era un escarpado y aisaldo valle en la parte más oriental de Eriador y a su alrededor, las imponenetes Montañas Nubladas se alzaban implacables, con sus múltiples desfiladeros y sendas engañosas. Cada vez que Bryssa contemplaba las montañas, un escalofrío inquietante le recorría la espina dorsal. Podía imaginar allí Caradhras, el Cuerno de Plata, el Monte Gundabad y el Monte Nuboso.

No obstante, cuando su vista se desplazaba hacia el plácido valle de Imladris, todas las preocupaciones se disipaban al instante. No costaba imaginar una vida en aquel lugar. Por lo poco que había visto Bryssa, los elfos que poblaban Rivendel eran amables y cordiales, aunque quizá un tanto reservados en según qué aspecto, al fin y al cabo, qué elfo no lo era.

Bilbo permanecía fumando de su pipa alegremente mientras escuchaba a Bryssa relatar sus enseñanzas con Radagast y la hobbit no podía sentirse más complacida al respecto. Pocas eran las veces desde que habían partido de la Comarca en las que Bilbo le había prestado atención alguna. Se encontraban junto al resto de la Compañía y a aquellas alturas de la mañana, el cielo brillaba con colores dorados y naranjas bajo la promesa de un amanecer incipiente que no tardaría en resplandecer y bañar de luz las bellas tierras élficas del valle.

A la izquierda de Bryssa, Ori se había sentado examinando una hoja de lechuga tan verde y jugosa que fácilmente podría haberle hecho la competencia a las lechugas que se vendían en el mercado de Hobbiton y que Bryssa había visto las pocas veces que había acompañado a su padre en busca de más víveres para la despensa de Casa Brandi. Los Brandigamo poseían cultivos propios, pero eran tan numerosos que, a veces, cuando los inviernos eran más duros de lo normal y las cosechas no resultaban fructíferas, los viajes en carreta hacia Hobbiton eran necesarios.

Al otro lado de Ori, Dori le instó al más joven enano a que probara bocado.

    —Pruébalo —le dijo, inclinándose levemente para mirarlo—, solo un poquito.

    —No me gusta comer verde —se limitó a decir Ori, dejando la hoja de lechuga de vuelta en el platillo de plata.

Bryssa esbozó una sonrisa mientras comía de su propio plato, aunque echando un poco en falta algo de tocino seco. El pan élfico se lo guardó en un pañuelo y lo acomodó en el interior de la chaquetilla de lana cálida y fina que le habían obsequiado los elfos. Lo reservaría para más tarde, pues era probable que le acabara dando hambre. Delante de ella, Dwalin manoseó la ensalada en su cuenco casi desesperadamente.

    —¿Y la carne?

    —¿No tienen patatas asadas? —volvió a interrogar el más joven. Bryssa negó.

    —Es muy probable que no, aunque a mí también me gustaría comer algunas. Seguro que encontraremos una vez salgamos de aquí.

    —Creí que tú te quedarías —repuso Bilbo de pronto, mirándola—. Ya que no estás recuperada del todo.

Bryssa | El Hobbit & ESDLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora