IX. Atrás, atrás, atrás

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Tras toda una noche de celebración y, cabe añadir, tres días más tarde, el día volvió a amanecer con colores rosados y cálidos rayos de sol dorados

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Tras toda una noche de celebración y, cabe añadir, tres días más tarde, el día volvió a amanecer con colores rosados y cálidos rayos de sol dorados. Bryssa inspiró el aroma de las flores en el aire y se aseó antes de ir en busca de algo que desayunar. Se reunió con el resto de la Compañía y con Bilbo, sin rastro de Elrond o Gandalf. El resto del día lo pasó en la gran biblioteca, lugar que se había convertido en su rincón predilecto para aprender sobre la Tierra Media.

Así como ella, los enanos, aunque reticentes, parecían haberse acomodado rápidamente a las comodidades y la buena vida que era ofrecida en Rivendel. Había visto que el único que parecía reacio a la idea de relajarse era Thorin, quien día y noche permanecía intentando descifrar las palabras del mapa de Thrór, o, concretamente, donde se situaba la entrada secreta a la montaña que se mostraría con las luces del último día de Durin.

Bryssa paseaba entre los múltiples caminos elevados de los jardines cuando escuchó unas voces por debajo de ella. Se asomó con cuidado y miró hacia abajo, percibiendo casi al instante la silueta musculosa de Thorin y la corpulencia barbárica de Dwalin. La hobbit se había dado cuenta de que tanto Balin como Dwalin eran de los enanos más cercanos al heredero de Erebor y sus sobrinos, pero en especial, a este primero. Mientras Balin mostraba ser el más inteligente y sensato, Dwalin era su contraparte, irascible algunas veces y bruto muchas otras. Sin embargo, a pesar de todo, eran hermanos y Bryssa podía jurar que los que más cerca habían estado del antiguo rey de Erebor durante su reinado, brindándole así a Thorin dos confidentes con los que consultar los asuntos importantes. Escuchando por inercia de manera más atenta, Bryssa se dio cuenta de que Thorin y Dwalin hablaban sobre marcharse de Rivendel cuanto antes.

    —No podemos permanecer aquí por más tiempo. El tiempo cada vez es más escaso y antes de que nos demos cuenta el Día de Durin caerá sobre nosotros, y no será una bendición, sino una maldición, porque como no avancemos a tiempo hasta la Montaña Solitaria, habremos perdido nuestra única oportunidad —gruñó Thorin desde abajo.

    —Marchemos, pues —le dio la razón el enano de rostro feroz—. Recojamos nuestras cosas y dejemos atrás estas tierras de Elfos antes de que nos engullan con su imperecedera paz.

La mediana se sintió una intrusa escuchando aquella parte de la conversación. Nunca había sido una fisgona o se había considerado una, pero el hecho de escuchar el intercambio de palabras entre ambos enanos le hizo sentir incómoda, y como si hubiera escuchado algo que no debía —que, en cierta forma, era lo que acababa de hacer—, se dirigió a otro lugar lejos de allí, casi corriendo.

Unas horas más tarde, tras el descanso de medio día y la breve comida con los miembros de la Compañía, Bryssa decidió brindarle algo de compañía a Bilbo. Lo había visto unas pocas veces desde que había despertado y a penas había tenido la oportunidad de mantener una charla con él sin interrupciones. Entró en la sala en la que la Dama Galadriel había permanecido oculta, la misma sala que resguardaba la reliquia que conformaba la espada derrocadora de Sauron y el Daño de Isildur. Volver a entrar allí le provocó un sentimiento de rechazo inmediato, y no hubo dado ni tres pasos cuando las ganas de egresar de la estancia se manifestaron en su cuerpo con un gélido escalofrío.

Bryssa | El Hobbit & ESDLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora