XII. La Bestia Negra

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Sin haberles dejado tiempo a procesar lo que estaba por acontecer, Gandalf dirigió a la Compañía por el bosque a paso acelerado, girándose de vez en cuando para cerciorarse de que nadie los siguiera. Bryssa y Bilbo caminaban manteniéndole el paso como podían, con los enanos por detrás entre leves cuchicheos. A sus espaldas, sonó un potente rugido, y fue entonces cuando empezaron a correr entre los árboles, siguiendo al mago apresurados. El alba se alzaba ya en el cielo y Bryssa se sentía desfallecer con cada segundo que pasaba. La actitud de Gandalf la estaba poniendo terriblemente nerviosa, y el mismo sentimiento que la había invadido en las cavernas de los trasgos empezaba a apoderarse de ella.

    —¿Es Alguien, quien nos persigue? —consiguió farfullar entre resoplidos. Gandalf volvió a girarse para mirar hacia atrás, y brevemente a la hobbit antes de asentir de forma rápida.

    —Mucho me temo que así es, Bryssa.

    —Pero, ¿cómo se llama? —inquirió Bilbo, tras saltar una roca en su camino. Delante de ellos, se desplegó una gran pradera cubierta de flores silvestres y, más adelante, la línea de otro bosque.

    —Si tanto necesitáis saberlo —repuso Gandalf—, se llama Beorn. Es muy fuerte, y un cambia pieles, además.

    —¡Qué! ¿Un peletero? ¿Un hombre que llama a los conejos roedores, cuando no puede hacer pasar las pieles de conejo por pieles de ardilla? —preguntó Bilbo de nuevo.

    —Yo conozco a uno que vende pieles así en Bree —arrugó la nariz Bryssa—, ¡y siempre hace eso, el muy embustero!

Corrían por la pradera a toda velocidad, y aunque sus respiraciones comenzaban a ser erráticas, seguían hablando.

    —¡Cielos, no, no, no, no! —dijo Gandalf—. No seas estúpido, señor Bolsón. Cuida esa lengua tuya, querida Brandigamo. Si puedes evitarlo, y en nombre de toda maravilla haz el favor de no mencionar la palabra peletero mientras te encuentras en un área de cien millas a la redonda de su casa; ¡ni alfombra, ni capa, ni estola, ni manguito, ni cualquier otra palabra tan fuenesta! Por ahora, es lo que debéis saber. Cuando estemos a salvo, os contaré a todos más sobre nuestro anfitrión. Ahora, ¡vamos, corred!

Entraron en el segundo bosque deprisa, y corrieron colina abajo intentando no tropezarse. A continuación, el suelo empezó a retumbar con fuerza y, espantados, supieron que probablemente, además de el desconocido Beorn, los orcos y sus huárgos los hubieran detectado. Otro rugido volvió a sonar y pararon en seco cuando Gandalf se detuvo abruptamente.

    —¡Aprisa! —exclamó el Istari—. ¡Por aquí, deprisa!

Volvieron a correr el doble de rápido y, detrás de la línea de árboles del bosque, vieron un campo de hierbas secas, y más allá, un pequeño bosque rodeado por una vaya de grandes setos; en su interior, una casa.

Bryssa | El Hobbit & ESDLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora