XIII. El Bosque del Olvido

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En el capítulo anterior...

              La Compañía llegó hasta los terrenos de Beorn, el Señor de los Beornidas, quien puede esconderse bajo la piel de un terrible oso negro o de un hombre igual de imponente. Tras pasar allí la noche, y después de que Beorn les advirtiera sobre el Bosque Negro y los peligros que se ocultan en él, la Compañía partió hacia allí siguiendo el liderazgo de Gandalf. Este volvió a dejarlos a su suerte, y tras liberar los ponies de Beorn, Bryssa y el resto se internaron en el bosque, sin saber lo que allí les aguardaba.





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Caminaban en fila. El camino élfico era demasiado estrecho como para que dos enanos fueran juntos, o incluso los hobbits, que podrían haber caminado el uno junto al otro, se rehusaron a hacerlo. Las palabras de Gandalf habían sido claras, y temían que, si salían del camino, se perdieran para siempre.

La caminata no fue lo más agradable para Bryssa, precisamente. De hecho, nada lo había sido para ninguno desde que habían cruzado la entrada al bosque y este los había engullido por completo. La razón era simple: todo les recordaba a los desfiladeros de las Montañas Nubladas, a la batalla de rayos y las cuevas de los trasgos. Bryssa caminó esta vez entre Bofur y Glóin, no porque ella así lo hubiera querido, sino porque habían entrado justo detrás del otro. Su rostro denotaba su decepción al no poder caminar con Fíli o Kíli, pero en parte, lo agradecía. Ellos habían entrado después de Thorin y eran de los que encabezaban la marcha, con la espada y el arco preparados, respectivamente, atentos a la oscuridad que los rodeaba.

El bosque resultó estar sumido en una quietud desconcertante y silenciosamente peligrosa. Los árboles eran retorcidos y formaban sobre sus cabezas arcos siniestros, ahogados por el conjunto de hiedra y líquenes colgantes que, de vez en cuando, rozaban sus cuerpos en caricias repulsivas. El suelo de baldosas enmohecidas era frío y en algunas partes, resbaladizo, a pesar de que la humedad era más bien escasa.

Bryssa y cualquiera de los allí presentes hubiera mentido rotundamente de no admitir que aquel bosque era realmente terrorífico. El único sonido que escuchaban, además del viento, era el de sus propios pies chocando contra el suelo pesadamente. Los envolvía una extraña sensación de estar siendo vigilados, pero por más que miraron a su alrededor, no vieron nada.

Cuando se acostumbraron a la oscuridad, sin embargo, los hobbits empezaron a vislumbrar unos ojos penetrantes e inquisitivos que pertenecían a unas ardillas negras, y tanto uno como otro se preguntaron si el otro las vería también. Las únicas ardillas que Bryssa había visto jamás, tenían el pelaje rojizo otoñal y los ojos curiosos e inofensivos, a menudo correteando entre los jardines y huertos de Casa Brandi; sin duda, aquellas alimañas que atravesaban el camino élfico de un lado a otro para esconderse tras los árboles, no se les parecían en nada.

Bryssa | El Hobbit & ESDLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora