El Rapto De Perséfone (¿1?)

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— Papá, ¿Tú crees que a Ícaro le importó perder las alas? — preguntó la joven niña con los ojos soñolientos debido al cuento que su padre acababa de contarle.

El padre de la joven Perséfone la miró dubitativo.

— Yo creo que por un momento se quedó extasiado y olvidó su libertad con tal de ver algo tan hermoso.

Perséfone, un chica de aspecto delicado, casi efímero y quebradizo, mira su reflejo difuso y escurridizo en el estanque cercano a su casa. El viento levanta suaves ondas en el agua negra, moviendo algunos de los nenúfares que flotan sin perturbación, hasta ese instante, en su superficie.

Nadie podría pensar que alguien tan joven pudiera estar cansada de todo aquello que la rodea, pero ella pensaba que le había tocado vivir en una tragicomedia clásica que los dioses veían en sus tronos, debatiendo cuál sería la próxima odisea a la que la chica tendría que enfrentarse.

Démeter, la madre de la muchacha, había perdido de vista a su hija, no se dio cuenta hasta tiempo después, de que su progenitora había desaparecido entre los focos y las cámaras que habían irrumpido en su hogar.

¿Era eso de lo que estaba cansada Perséfone? ¿De que su familia tuviese una vida pública y no supiese si la gente que la rodeaba lo hacía por su personalidad? ¿A caso alguien estaba con ella por otra cosa que no fuese la fama de sus padres?

La muchacha deseó con todas sus fuerzas que un huracán la arrancará de aquella hierva que la acariciaba con delicadeza las rodillas, expuestas al haberse remangado el vestido floreado por la postura, como si fueran delicados besos.

Una lágrima solitaria y traicionera, dibujó un lánguido río por su mejilla rosada.

Notó al final de su mente un suave hilo quebradizo que la unía a algo que ella desconocía. Instintivamente mandó por ese canal todos sus sentimientos, la desesperación, la ira y el dolor.

Un estruendo la hizo levantar la vista. El ruido le llegó a sus oídos y tuvo que mirar al cielo para cerciorarse de que sus plegarias no habían sido escuchadas y que el cielo no se estuviese abriendo, para revelarle su esperado final.

El sonido le cosquilleó con más intensidad en el oído derecho, por el cual se abría un camino. Dobló el cuello con la gracia de un cisne y descubrió que aquel estrepitoso ruido no era más que una moto, que hacía retumbar el suelo.

El vehículo se paró al final del camino, que daba lugar al pequeño ecosistema en el que ella se encontraba.

El motor pareció detenerse y la bestia pareció sumirse en un plácido sueño. El conductor apartó las manos del manillar y se las dirigió al casco, con la intención de revelar su identidad.
La espalda de Perséfone se tensó con la expectativa.
El tiempo pareció ir más lento de lo normal con los movimientos de aquel muchacho.

Una vez el rostro del chico quedó expuesto, un suspiro se escapó de entre los labios de la muchacha. No lo conocía de mucho, tan sólo le había visto por los pasillos de la universidad, y siempre le había llamado la atención el aura que rodeaba a aquel muchacho, oscura y algo inquietante.

Lo que más le llamaba la atención a ella era que no parecía saber quién era, ¿Acaso fingía para que ella confiase en él?

Sus ojos conectaron con los de ella y pareció volver a la realidad y a sentir el suelo bajo sus pies. ¿Qué hacía allí? ¿Había escuchado de algún modo sus plegarias y había venido a salvarla?
El hizo un gesto, como si quisiera dar una respuesta afirmativa a su última pregunta.

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