Hallelujah {Ivar The Boneless}

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She tied you to a kitchen chair,
she broke your throne, she cut your hair,
and from your lips, she drew the Hallelujah.

~

— ¿Y bien? ¿Quién de vosotros lo hará? ¿Quién se casará con mi hija?

El silencio reinó en la sala y los hermanos se miraron entre ellos ante la pregunta del rey.

Los vikingos habían irrumpido de forma abrupta y violenta en las tierras de aquel monarca. Tras varios meses de confrontaciones ambas partes llegaron a un acuerdo. El rey cedería la mano de su única hija a uno de los dirigentes del Gran Ejército Pagano, con el fin de que dejaran sus tierras.

— ¿Por qué no podemos ver antes de quién se trata? ¿Es que tu hija es tan deforme que temes que ni si quiera un "pagano" quiera casarse con ella? —Dijo Hvitserk, uno de los líderes.

El rey cerró los ojos exasperado ante la insistencia de los vikingos para ver a su primogénita.

—Antes de verla, tenéis que decirme quién de vosotros desposará a mi hija. —dijo evitando la pregunta.

El silencio volvió a reinar en el palacio.

—Ivar, tú te casarás con ella — Sigurd habló, alzando la voz para que su hermano pequeño pudiera oírle — De todos nosotros eres el único que no podrá casarse en condiciones normales, eres un tullido, nadie querrá desposarte.

El aludido apretó la mandíbula y miró iracundo a su hermano, quien le observaba con una mueca divertida en el rostro.

—No soy yo el que quiere que las cosas terminen con un pacto de paz, sois vosotros los que os comportais como cristianos, por lo tanto debéis casaros con una cristiana. — Dijo Ivar, escupiendo con desprecio la última palabra.

— Vamos Ivar, tú la desposarás, eres el único que no tiene a alguien esperándole en casa.

El muchacho volvió a apretar la mandíbula. No quería casarse con una mujer cristiana. Quería a alguien que pudiera estar a su altura, pero pensó en lo que su hermano había dicho antes. Su condición no permitiría que ninguna mujer quisiera estar con él en condiciones normales.

Acabó asintiendo sin hablar y sin dirigirle la mirada a ninguno de los presentes.

El rey también asintió, conforme con la respuesta.

—Traedla. — Hizo un gesto con la mano a dos de los soldados que se encontraban en la sala. Ambos se pusieron rígidos y una mueca de desagrado se instaló en sus caras.

—Pero señor, la última vez...— Uno de ellos, aquel que tenía una marca de guerra en la cara, intentó excusarse.

—No hay peros que valgan, soy tu rey, obedece.

—Si, señor.

El silencio volvió a ocupar el espacio, todos espectantes a lo que estaba por venir.

Se escuchó un estruendo y varios quejidos. Las puertas de la estancia se abrieron de golpe, haciendo que todos los presentes se dieran la vuelta.

El sonido de algo siendo arrastrado inundó la sala.

Ante los ojos de los espectadores aparecieron los dos soldados que habían salido tiempo atrás, cargando cada uno con el brazo de una muchacha, a la que arrastraban con pesadumbre, ya que ésta se retorcía y clavaba los talones en el suelo, haciendo la tarea más difícil.

—Os lo ordeno, soltadme, soy vuestra princesa, debéis obedecerme o sufrireis las consecuencias.

Ambos hicieron caso omiso y plantaron a la muchacha al lado de su padre, sin soltarla aún.

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