—¡Eijirou, te hemos dicho miles de veces que no puedes alimentar los perros callejeros!
Kirishima bajó la mirada, entristecido e intentando reprimir las lágrimas que poco a poco iban acumulándose en sus ojos, provocando un algo familiar escozor en sus párpados.
—Pero... Tamaki-senpai siempre los alimenta, ¿por qué yo no puedo? —preguntó intentando defenderse ante sus padres.
—¡Él es responsable y se asegura de que los animales no tienen enfermedades que puedan afectarle! ¡Tú solamente te acercas a todos los seres que ves y les alimentas! —reclamó su madre, dando un fuerte golpe en la mesa que hizo retumbar todo lo que había sobre esta.
—Pero ellos son quienes necesitan comer... Yo quiero ayudar a los animales callejeros, mamá... —pidió con tristeza, haciendo un infantil puchero con sus labios.
Ya era la tercera vez que intentaba alimentar a un perro callejero a espaldas de sus padres. Era un perro gigante, de morro alargado y brillante pelaje dorado que solía lamer su rostro con insistencia cuando lo alimentaba. Lo que le había cautivado de aquel majestuoso animal, eran sus ojos celestes, hermosos y puros.
Tamaki también solía alimentarlo, aunque él no debía hacerlo a las espaldas de sus padres, además de que, por como parecía, el perro le prefería a él antes que a Kirishima.
Como si sus esfuerzos para congeniar con el canino fueran inútiles. Como si él fuera un inútil.
—¡Ya está bien! ¡Tu madre dijo que no, y es que no! —voceó su padre repentinamente, asustando al pequeño pelinegro.
Este asintió con la cabeza, apretando sus puños mientras salía corriendo hacia la puerta principal, tomando apresuradamente una chaqueta lo suficientemente cálida como para evitar morir congelado.
Si sus padres no le dejaban vivir en paz y como él deseaba, entonces huiría de casa por un par de horas.
No tenía la intención de marcharse por mucho tiempo, solo por el suficiente en el que pudiera jugar con la nieve y despejar sus pensamientos.
Podría parecer tonto, pero sabía que lo mejor sería esperar hasta que sus padres estuvieran un poco calmados. Sino, corría el riesgo de acabar bastante herido emocionalmente. Siempre sucedía lo mismo cuando peleaba con sus padres.
—¡Eijirou, vuelve aquí ahora mismo! —gritó la señora Kirishima con furia al ver cómo su hijo se escapaba.
Pero ninguno de los dos hizo nada para detenerlo, por lo que el pequeño pelinegro tuvo el tiempo suficiente para poder dirigirse a las calles nevadas de la ciudad, soltando pequeños y casi inaudibles sollozos, sintiendo una profunda y dolorosa opresión en su pecho.
—Tontos —renegó en voz baja, entrecerrando los ojos con tristeza—, tontos padres...
No le importaba el frío, no le importaba que sus extremidades a duras penas lograban moverse, solamente quería sentirse feliz durante un par de minutos, vaciar su mente y alejarse de los malos pensamientos.
Poco a poco, fue dirigiéndose hacia el bosque. No tenía planeado entrar ahí, sino solamente disfrutar de la paz que había en las afueras de la ciudad durante unas horas.
Tal vez, si conseguía la paz deseada, podría llegar a enfrentar a sus padres, decirles los argumentos que tenía a su favor para alimentar a ese animal, aun si sabía que no conseguiría ningún resultado positivo.
Así eran sus padres, impulsivos, cabezotas e incapaces de reconocer sus propios errores. Todo lo contrario a Kirishima Eijirou.
Kirishima Eijirou era descrito por sus cercanos como alguien demasiado ingenuo que entraba en confianza demasiado rápido. Eso siempre daba de qué hablar, y sabían perfectamente que en el futuro, el pequeño pelinegro sería herido por no controlar las amistades que realizaba.
ESTÁS LEYENDO
¡Hey, señor lobo! [Kiribaku]
FanfictionKirishima Eijirou deseaba conservar su orgullo, y eso conllevó a que cumpliera todos los retos que sus amigos le hacían, y en la noche de Halloween, debe adentrarse en las entrañas del bosque, encontrándose con la presencia que más pesadillas y sueñ...