Capítulo 11

2.3K 343 98
                                    

—Lo voy a matar —aseguró Bakugou mientras arrancaba con furia una de las plantas que había en la entrada de la cueva—. ¡Lo voy a matar!

—Tranquilízate, no es para tanto.

Bakugou le dirigió una mirada desesperada y furibunda a su amigo pelinegro. Llevaba más de una hora tratando de relajarse después de haberse enfadado con su hermano, quien ahora dormía tranquilamente en el fondo de la cueva sin enterarse de lo que estaba sucediendo con el pequeño rubio cenizo y el niño humano.

Nada más se había recuperado de su estado de inconsciencia, Mirio les había explicado que había visto a Tamaki a punto de ser atracado en un callejón de la ciudad. Había sido pura casualidad, y pudo defenderlo al costo de una puñalada en su hombro, un par de puñetazos en su rostro y una corta pero densa hemorragia nasal. A pesar de que había peleado con un motivo justo, Bakugou se había enfadado con él y le había reclamado hasta que Togata se excusó diciendo que estaba muy cansado.

Ahora, mientras descansaba y se recuperaba de la profunda herida que había en su hombro, los dos menores conversaban, o, más bien, gritaban de lo que debían hacer con el híbrido herido.

Por suerte, su gorro no se le había caído, y su verdadera identidad no había salido a la luz. Era la única parte positiva de todo el asunto, y Bakugou no podía dejar de pensar en qué hubiese pasado si, debido a la paliza o a los golpes, su hermano hubiese perdido la única cosa que cubría sus peludas orejas. Lo hubiesen llevado a comisaría, a un laboratorio o peor aún, lo hubiesen matado para evitar que provocase disturbios en el área urbana.

El simple pensamiento de perder a su hermano de esa forma hizo que una terrible acidez revolviese su estómago, y quiso golpear a quien fuera. Sin embargo, el único a su abasto era Kirishima, y no estaba dispuesto a hacerle daño de ninguna manera.

Quizás, si estuviese alguno de esos humanos que dañaron a su hermano, sí que pelearía contra ellos y les mostraría quién mandaba realmente ahí, pero se negaba a tocarle un solo pelo a Eijirou. Él, que únicamente le había mostrado amabilidad desde que se habían conocido, no merecía pasar por ningún daño físico o emocional.

—Podría haber muerto por eso —dijo Bakugou—. Pudo haber muerto por proteger a Tamaki, y él simplemente dice que se metió en una pelea.

—Tienes que comprender a tu hermano. Él solo quería proteger a Amajiki, no puedes enfadarte por eso.

—Pero si puedo enfadarme porque ha sido imprudente —gruñó Katsuki, dirigiendo una rápida mirada al rubio que descansaba sobre una roca.

—Bien, eso lo acepto. No tuvo que haber actuado de esa forma en una situación de peligro, y sí, pudo haber muerto, pero lo importante es que se encuentra bien.

—Y más le valía que no le sucediese nada —dijo con una mirada melancólica—. Si le pasara algo a él, mi único hermano con vida... Yo no sé si podría continuar con vida.

Bakugou mordió su labio inferior con fuerza, al borde del llanto. Al ver la herida de puñal en el cuerpo de su único hermano mayor, su corazón había dado un vuelco doloroso y un chillido de sorpresa había abandonado sus labios.

Si había aguantado tanto tiempo resistiendo tras la muerte de Izuku y todos los demás era porque aún tenía a Mirio. Él había buscado día y noche un refugio donde pudiesen vivir, comida con la cual alimentarlo cuando era mucho más joven y le había educado para convertirse en un híbrido hecho y derecho. Más que un simple hermano, él se había convertido en su mejor amigo, en una compañía inigualable. Perderle significaría el mayor dolor que pudiese experimentar jamás.

Kirishima, al ver la mirada herida de Bakugou, se le acercó con timidez y rodeó su hombro con su brazo, tratando de ofrecerle algo de apoyo.

—Puedes llorar. Está bien si lo haces —aconsejó el pelinegro suavizando la voz.

¡Hey, señor lobo! [Kiribaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora