Siete

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BRITTANY


Tengo que estar soñando. Sí, eso es. Me digo a mí misma mientras Santana sube mi camisola, revelando aún más de mí. Creo que mi corazón se va a salir de mi pecho. El calor está apoderándose de todo mi cuerpo, y abro sin vergüenza mis piernas. Quiero desnudarme para ella, quiero que me saboree ahí.
Dejo que todas las dudas y preocupaciones se desvanezcan. No quiero pensar en nada más que lo que ella le hace a mi cuerpo y las cosas que me está haciendo sentir.
Arrastra su nariz por mi vientre, y la escuche inhalar antes que empiece a saborearme. Cuando su cálida lengua toca mi piel, me arqueo de la cama. Sus manos agarraron mis caderas, sujetándome en mi sitio unos centímetros sobre el colchón. Sus ojos oscuros están sobre mí, y juro que veo la misma chispa de antes. La mirada me hace gemir su nombre mientras pierdo el control.
Ella gruñe contra mi piel mientras me agarra con sus dientes. No muerde, sino que me succiona dentro de su boca, todavía sujetándome firmemente.
—Dime que eres mi princesa.
—Soy tuya. —Sale de mi boca sin pensarlo, como si lo hubiera dicho miles de veces.
Gruñe de nuevo.
—No puedo esperar. —La escucho decir, y su boca está sobre mí de nuevo, excepto que esta vez aterriza en mi centro.
Mis manos vuelan al cabecero, necesitando algo para sujetarme. Me devora como si tuviera hambre. Me levanta más, como si intentara poner más de mí en su boca. Los sonidos que hace mientras su lengua entra y sale de mí son feroces. Está lamiendo mi centro y luego mi punto dulce. Es más de lo que puedo soportar, y no puedo contenerme.
Todo mi mundo explota a mí alrededor mientras grito por mi reina. Mi cuerpo tiembla, e intento aferrarme, pero no puedo. Ella sigue comiéndome, y la mitad de mi cuerpo sigue elevado de la cama. Luces ciegan mi visión, y es la sensación más maravillosa que he experimentado.
—Por favor, ten piedad, mi reina.
Todo es demasiado. Todo demasiado nuevo. Nunca sentí nada como esto en mi vida. Sé lo es que el sexo. Incluso he leído las novelas románticas de Quinn y hablado con otras princesas. Pero por lo que se me ha dicho, no creí que los reyes y reinas hicieran este acto con una mujer.
Siempre hubo rumores que el sexo no era tan genial. Era algo que era nuestro deber, y eso era todo. Espos@s de estatus real nunca daban lo que tenían, pero estaba bien.
—Tendré piedad con mi boca, pero no he terminado contigo.
Abro mis ojos, sin darme cuenta que estaban cerrados. Santana se cierne sobre mí, recordándome lo excitante que es. Asiento, sabiendo lo que viene. Es como ellos dijeron; una reina siempre toma placer de ti. Solo recuéstate y sopórtalo. Puede doler un poco, pero terminará pronto. Mas en la condición un poco peculiar de Santana, una reina con cuerpo mitad mujer con partes masculinas, raro de ver en este reino...
—Toma lo que quieras. Soy tuya, después de todo.
Dejo que mis ojos se cierren, pero nada sucede. Me recuesto ahí, y después de un segundo abro un ojo para mirarla. Su rostro es ilegible, así que lentamente abro el otro ojo
—. ¿Pasa algo malo?
—No me da placer si tú no recibes.
Sus palabras me confunden.
—P... pensé...
Su boca toma la mía, y me saboreo en ella. Algo en eso parece atrevido y sucio, pero solo lo beso con fuerza, queriendo saborear lo que acaba de hacerme para de alguna forma grabarlo en mi cerebro.
Mi cuerpo se sacude cuando siento su polla rozar mi clítoris.
—Mi reina —jadeo contra su boca.
—Debes saber algo. —Retrocede y me mira—. Nunca tomaré únicamente placer de ti. Siempre te vendrás más que yo. Me encanta ver esta piel de porcelana que tienes volverse roja debajo de mí, y me gusta saber qué puedo hacerte sentir de esta forma. —Se inclina cerca hasta que queda a suspiros de mí—. Guardas esta parte de ti para mí y solo para mí. Te adoraré y te atesoraré así como cada parte de ti. Ese es mi deber como tu reina.
Su boca vuelve a la mía. Su lengua empuja mis labios, y me encuentro envolviendo mis manos alrededor de su cuello. Deslizo mis dedos en su cabello mientras se arrastra sobre mí. Su polla me golpea en el punto perfecto, y gimo en nuestro beso.
—Está sucediendo de nuevo —digo, alejándome de su boca, nuestros ojos se fijan.
—Acostúmbrate. —Se apoya en sus rodillas y me sube parcialmente en su regazo. El movimiento me hace gritar y reírme un poco—. Quédate quieta, princesa. Voy a darle lo que tú y yo necesitamos.
Bajo la mirada y veo su grosor, y mi centro se tensa. Es más grande que cualquier cosa que me imaginara. Pero no es como si tuviera experiencia con una mujer intersexual desnuda. El miembro es largo, con venas recorriendo la dura longitud. La cabeza es ancha, y veo una gota perlada en la punta. Veo mientras la toma en su mano y la mueve a mi abertura. Siento la punta de ella entrar en mí, pero no empuja más.
Su otra mano va a mi dulce punto, y empieza a acariciarme. El placer aumenta, y abro mis piernas tan amplio como puedo, queriendo sentirla de nuevo. Sus ojos jamás abandonan los míos mientras me lleva más cerca del límite.
—Eso es princesa. Córrete para mí, luego voy a correrme dentro de ti.
Intento controlar mi deseo de tener más de ella en mi interior. Ella suelta su miembro y lleva su mano a mi acera, sosteniéndome en el lugar mientras frota mi centro. Tengo está abrumadora necesidad de ser llenada por ella, pero mi propio placer se acerca y toma el control.
—No tienes ni idea del poder que requiero para evitar que tomes más de mi polla. Princesa, por favor. Mi control se está resquebrajando. Ten piedad de mí y córrete para mí. Ahora.
La última palabra es espetada, con fuerza y dominante. Algo en eso me hace pasar el límite, y hago lo que dice. De nuevo, encuentro esa sensación de estallar en millones de pedazos. Olas de placer me inundan; nunca he sentido algo tan poderoso.
Gruñe mi nombre, y siento su calidez liberarse dentro de mí. Mi centro se contrae, intentando aferrarse a esta. Aferrarse a ella.
Me derrito en la cama mientras me llena de besos, por mi cuello, mi oreja.
—Eres mía ahora. No tomé tu virginidad, pero puede que te haya dado un bebé. Nuestro bebé.
—¿Mmmm? —Parece ser lo único que puedo decir, porque sus palabras se pierden en mi niebla paradisiaca.
—Odio dejarte tan pronto, pero debo hacerlo. Me sorprende que nadie nos escuchara.
Deja un par de besos más sobre mí y empieza a retirarse. Me aferro a ella, deteniéndola. Algo en mi cerebro hace clic, y abro mis ojos para mirarla.
—No puedo dejar a mi hermana. Por favor, puede...
—Sí —dice simplemente, dándome lo que quiero antes que siquiera termine de pedirlo.
—Pero mis padres, ellos...
Silencia mis palabras con un beso. Cuando retrocede, la mirada que me da derrite mi corazón un poco más. o tal vez es su frialdad la que empieza a derretirse, permitiéndome advertirle.
—No me detendré ante nada hasta consigas lo que quieres. Y siempre consigo lo que quiero.

Su PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora