C13 - Las penas de un Lord amante de la poesía

3.1K 704 82
                                    

◦✤✤✤◦

❝La deuda de coquetear todos esos años, está destinada a volver a morderte un día❞

◦ ◦ ◦

48

Una vez terminada la guerra con Ansai, nuestra posición como hegemón del Continente de Finanse quedó firmemente establecida. Nuestra historia se convirtió en materia de leyendas, y quedamos registrados como figuras prominentes en los libros de historia.

Ya no había potencias capaces de amenazarme en todo el Continente.

Sin embargo, la premonición de que algo iba a ocurrir me hizo sentir una ligera inquietud en el fondo de mi corazón.

Era una noche cualquiera, y estaba sentado junto a mi cama mientras esperaba que Fruys viniera a ayudarme a ponerme el pijama.

Un abrazo y un beso íntimo después, como era habitual, me metió bajo las mantas, apoyó su frente en la mía y luego susurró suavemente: ―Adam, tengo que irme. Tengo que ocuparme de unos asuntos en casa, y cuando todo esté resuelto volveré a por ti.

Siempre había sabido con perfecta claridad que Fruys tenía su propio pasado e historia. Que eligiera este momento para partir era porque ya no había nada que fuera capaz de perjudicarme tan fácilmente. Él ya había ido más allá y me había ayudado hasta este punto.

Presa de una terrible ansiedad, alargué la mano y me agarré fuertemente a él como un niño pequeño que no conocía otra cosa en el mundo.

―Fruys, por favor, no te vayas. No quiero que te vayas ―, le supliqué mientras enterraba mi cara en su pecho, con la voz temblorosa y casi llorosa. No era un llorón débil, en absoluto; era sólo que había pasado demasiado tiempo desde la última vez que Fruys me había leído los poemas de Haider.

―Pórtate bien. ―Su voz seguía siendo tranquila y sosegada, y utilizó sus labios para besarme suavemente y reconfortarme. Murmuró: ―Volveré, espérame.

◦ ◦ ◦

49

Acompañé a Fruys a la orilla del mar donde lo encontré por primera vez.

Era donde todo había empezado, y donde todo iba a terminar.

Me había negado obstinadamente a que nadie más me acompañara, salvo mi corcel Anthony, ya que se podía confiar en este viejo amigo para llevar a un Lord ciego como yo de vuelta a la fortaleza.

Cuando llegamos, solté a Anthony y dependí de mi sentido del tacto para ponerme cara a cara con Fruys. No dijo nada, y sólo bajó la cabeza para besarme.

Fue un poco embarazoso, ya que este tipo de cosas sólo habían ocurrido antes en nuestra habitación o en el cielo, pero mi dolor por la marcha de Fruys surgió rápidamente y enterró todas mis inhibiciones. En el momento en que más me dolía...

Fruys utilizó su lengua para introducir algo duro en mi boca y luego me obligó a tragarlo.

―Fruu... ―Antes de que pudiera abrir la boca para preguntarle qué era, Fruys volvió a abrazarme y bajó la cabeza para mordisquear mi nuca con sus afilados colmillos. Al mismo tiempo, unas vagas palabras salieron de su garganta: ―... ¿podemos probarlo con la forma original? 

En ese momento me dieron ganas de darle un puñetazo. Estaba más claro que el agua que se aprovechaba descaradamente del momento, como si fuera una de esas personas que no tienen reservas con sus peticiones en el lecho de muerte.

Pero no le golpeé. Mi voz aún estaba entrecortada por la emoción cuando pregunté en voz baja: ―¿La forma original que no es pequeña? 

―Mm. ―Murmuró Fruys mientras me abrazaba.

Pensé en cómo se iba, y acabé aceptando a pesar de sentirme agraviado y herido.

◦ ◦ ◦

50

Creo que mi dolor debe haberme dado fuerzas, porque esta vez no fue nada malo. No tuve heridas ni dolores físicos y, lo más importante, pude permanecer consciente todo el tiempo. Incluso sentí que aún me quedaba algo de energía cuando terminó.

Por supuesto, puede que fuera porque Fruys se estaba conteniendo.

Volvió a su forma humana y me ayudó a montar en mi caballo. ―Me iré después de ver cómo te vas ―, dijo.

Acepté e insté a Anthony a que me llevara de vuelta.

Cuando consideré que nos habíamos alejado lo suficiente de la vista de Fruys, tiré de las riendas e hice que Anthony se detuviera.

Me senté allí, esperando, hasta que pude oír el familiar sonido de las alas batiendo en el cielo. El lejano rugido de un dragón resonó débilmente a través del océano y, finalmente, ya no pude contener las lágrimas que había mantenido dentro todo el tiempo.

En ese momento, me alegré un poco de que mi oído hubiera mejorado tanto después de quedarme ciego.

Pensé que estaba así porque hacía demasiado tiempo que no leía los poemas de Haider.

Pero entonces me di cuenta de que, a partir de ahora, ya no había ningún hombre o dragón que se los leyera a un ciego como yo.

Boca de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora