Capitulo 20: Estoy Aquí

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Ya en la noche, gran parte de los miembros de la guardia estaban de vuelta, se organizaron para hacer patrullaje y Miiko volvió a su labor con algo de cansancio, pero al menos estaba mejor. A los jefes de guardia, por su parte, se les permitió ir a descansar por aquella noche.

En la sala del cristal, estaba todo en tranquilidad, la kitsune no llevaba más de una hora retomando sus deberes en el lugar. Ya era de noche, y se encontraba estudiando el estado del cristal y tratar de averiguar qué había ocurrido. Estaba reluciente. Pero comenzaba a tornarse de un color un poco más vivo, y cuando sintió un cosquilleo en el cuerpo, supo que algo estaba a punto de ocurrir.


Gardienne se sentía revitalizada, como si hubiera tenido el mejor y más largo sueño de su vida, pero ya estaba despertando. Se encontraba en un bosque, era de noche y pequeñas luces de colores bailaban alrededor de ella. El Oráculo la acompañaba, se veía serena y con la templanza adornándole el rostro completo. La chica sabía que le había quitado un peso de encima. Cuando entró a la sala del cristal aquél día el mismo Oráculo le pidió ayuda, y le dijo que pronunciara los nombres de los familiares de aquella pelinegra lunática.

Cuando entró en el cristal, primero había sentido un gran dolor pero pronto eso desapareció y pudo sentir todo el poder del cristal en su cuerpo, sirviéndole así como un conductor para hacer lo que fuera que hubiera hecho en el exterior. Ella aun no tenía claro qué fue lo que pasó ni porqué, de lo único que estaba segura es que ya todo estaba en calma.

Estando ahí en el bosque, el Oráculo le dijo algo en aquel idioma inentendible para ella y simplemente le sonrió al ver su rostro tranquilo. Luego este apuntó a un lugar concreto y volvió a hablar. Entonces, cuando la chica miro se encontró con una gran puerta de plata, y entendió que ya era momento de volver.


La kitsune dio varios pasos hacia atrás, esperando a ver qué ocurriría, al ver que el cristal se iluminaba quiso ponerse de rodillas esperando a que explotara o que un terremoto lo estremeciera todo. Pero no ocurrió nada de eso. Una vez que aquella luz se atenuó pudo ver a alguien hace mucho no veía.

Gardienne.



 Ezarel había tenido un día agotador, hace casi tres días que no dormía, pero al fin podría descansar, al menos hasta el amanecer, por lo que se largó a su habitación sin decir nada y sin comer.

Se sentó en la cama y puso su frente sobre sus manos dando un suspiro. Volvió a pensar en lo mismo que lo atormentaba cada noche desde que se había marchado del lado de la chica. Culpa y añoranza era todo lo que surgía cada vez que se encontraba solo en esas paredes. Ella dio todo de sí para dejar de ser una carga, él no pudo hacer más que solo evitar que la chica tuviera enfrentamientos. Al final, la perdió de todas formas.

Se recostó con los brazos extendidos y recordó cuando apenas la conoció, era una inútil pero siempre resultaba estimulante encontrarse con ella; recordó lo mal que se portó tantas veces, en especial cuando sentía que ella se alejaba de él; recordó la primera vez que fue capaz de ser sincero y la primera vez que la besó y la primera vez que hicieron el amor. Ella siempre fue un mar de incertidumbre, que al mismo tiempo no tenía límites.

Comenzó a sentir sus ojos cansados, comenzaba a quedarse dormido. En ese instante, sintió que la cama cedía ante el peso de alguien que se tumbaba a su lado. Abrió los ojos y se encontró de cerca con un par ojos serenos, una sonrisa dulce y la silueta más misteriosa y sensual que tenía guardada en su memoria. Dejó de respirar por un momento, sintiendo el irrefrenable deseo de abrazar a quien tenía en frente.

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