- Michael...
Un baldazo de agua helada cayó sobre mí y me senté. Estaba en una sala con piso y paredes de concreto en la que hacía bastante calor así que el agua fría fue un poco relajante.
Un tipo gigante afroamericano trajo una silla y se sentó frente a mí, que seguía tirado en el suelo.
- ¿Dónde están? - preguntó con su voz grave y acento extraño.
- ¿Quién?
- Tú sabes bien... ¿Dónde están?
- No sé de qué hablas...
Una persona salió de entre las sombras, se acercó a mí con una picana eléctrica y me aplicó una descarga en la pierna que me hizo ver estrellas. Podría haberme defendido pero mis manos estaban atadas a mi espalda.
- Escucha bien, rata miserable, será mejor que me digas qué les hiciste y dónde están o tendremos que tomar otras medidas...
- ¡Pero si yo no sé nada!
- Michael... - se oyó una voz de anciana por parlantes y recién ahí comprendí que podían ver todo lo que sucedía - Trabajaste para nosotros. Si los policías hacen una investigación, lo descubrirán. ¿Crees que es lo que queremos: que hablen de nosotros? Dinos la verdad y te ayudaremos como lo hicimos antes.
Negué con la cabeza.
- Yo no hice nada...
Un pitido espantoso llenó la sala y grité de dolor porque mis oídos sufrieron, ni siquiera podía cubrirlos. Los demás en la sala permanecieron quietos, como si no les hubiera afectado.
- Dime - insistió el negro.
- Yo no fui.
Se fueron y cerraron la puerta. Me acosté en una parte donde no estaba mojado porque la temperatura comenzó a descender y me quedé acurrucado en un rincón tiritando de frío.
No sé cuánto tiempo estuve sumido en la oscuridad pero sí sé que la temperatura cambió muchas veces a lo largo de esas horas. Subía y bajaba todo el tiempo, causándome una sensación horrible de asfixia. Dormí bastante pero siempre en estado de alerta hasta que una luz cegadora invadió el lugar.
Se abrió una ventanita en la parte inferior de la puerta y una mano deslizó un plato con comida. Con los huesos entumecidos, llegué junto a la puerta y comencé a comer como un animal puesto que no podía usar mis manos. Cuando terminé y volví al otro lado de la sala, las luces se apagaron por otro rato y volvieron a encenderse más tarde.
Escuché el ruido de unos tacones por el pasillo. Se abrió la puerta y ahí entró mi psicóloga.
- Hola, Michael.
- Hola, doctora Rivas.
Se sentó en la silla que el negro dejó ahí el día anterior.
- ¿Quieres acercarte así hablamos?
- No... Estoy bien aquí.
- No te ves bien, Mike. ¿Por qué me mentiste? - me miró con sus ojillos tristes.
- ¿Cuándo?
- Cuando te pregunté el lunes en la consulta si te sentías bien.
- No le mentí. Yo estaba bien el lunes.
- ¿Qué pasó cuando llegaste a casa luego de la consulta? Cuéntame todo.
- Mi hermano... Estaba armando un bolso y se fue, se llevó sus cosas... Dejó la casa.
- ¿Por qué?
- Porque yo sabía que él y mi esposa me engañaban.
La mujer se levantó y dio una vuelta por el lugar mirando todo.
- Me fallaste... ¡Casi te doy el alta! - gritó en tono de reproche - ¡Éramos amigos!
- Oh, doctora... Púdrase.
Sacó un tubo negro del bolsillo de su bata y apretó el botón rojo que había en un extremo. Acto seguido, recibí una descarga eléctrica en el cuello.
- Tienes este dispositivo instalado desde que llegaste pero no queríamos usarlo porque sabemos que es más doloroso que las descargas en el resto del cuerpo. Pensamos que eras inteligente y nos ayudarías a ayudarte pero parece que sigues siendo un idiota.
- Yo no hice nada.
- ¡La prótesis! ¡Los pedazos de camisón roto debajo de la cama! ¡La valija de Christopher en el armario de tu casa! ¡El golpe en el auto! ¡La ropa de Chris en el lavadero! ¿Qué les hiciste?
La miré y cerré los ojos. Recibí otra descarga al tiempo que me insultaba a mi mismo mentalmente.
- ¿¡DÓNDE ESTÁN!? ¡VAMOS A PROTEGERTE! ¡SÓLO DÍMELO!
Me quedé de costado en el piso y abracé mis rodillas llorando.
- Ellos se fueron juntos... Ellos están juntos ahora, están haciendo el amor... ¡Ellos están bien! ¡Ellos huyeron juntos!
Se abrió la puerta y me mojaron con el chorro de una manguera a presión.- Se fueron juntos, están bien...
Repetí esas palabras todo el día, noche o ambos como un mantra sagrado mientras me llovían descargas, chorros de agua helada y jugaban con la temperatura de mi celda. Estuve algunos días sin comer.
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Yo fui Noseybonk [Completa]
RandomMíster Noseybonk no fue una historia tonta. Fue real. No fue Adrian Hedley. Fui yo.