15. El míster

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No voy a contar cómo fue el proceso para recibir una nueva identidad porque eso implicaría hablar de lugares y nombrar personas peligrosas a las que no les gustará nada verse traicionadas. Donde quiera que estén, si llegan a leer esto, sepan que les debo la vida.

Me convertí en Daniel Williams, oriundo de San Francisco, USA. Mi esposa Donna me abandonó para huir con su profesor de canto cuando nuestro hijo Thomas tenía unos pocos años.

Vivimos seis meses en Estados Unidos. En ese tiempo, me dediqué a hacerte creer en la farsa que inventé. Me dediqué a explicarte que tu madre se fue y yo me quedé a tu lado.

Quien quiera que lea esto pensará que soy (o fui) un criminal de los más bajos, un hombre sin escrúpulos y malvado, egoísta.

Sí. Soy todo eso y más. Soy ese hombre que ha secado cada una de tus lágrimas, Tom. Soy ese tipo que se disfrazaba de Santa en Navidad. Soy el mismo que trabajó cada maldito día de su vida para que hoy seas el mejor abogado del maldito país y no un cajero de supermercado fracasado o un actor frustrado como lo fui yo.

Yo, Thomas, soy tu padre. Le pese a quien le pese, le duela a quien le duela, soy tu padre y prefiero morirme antes que pasar un sólo minuto lejos tuyo. Prefiero estar muerto antes que saber que llamas padre a otro.

Porque los hijos son lo más valioso, lo más sagrado que uno tiene. Mucho más importante que la vida, quizá. Y yo me juré protegerte ciegamente, como lo haría un animal salvaje con sus crías.

Amy y Kevin... Ustedes también son lo más importante que tengo y sepan que por cualquiera de ustedes hubiera hecho lo mismo. Pero el primer hijo siempre es el primer amor, siempre es la debilidad de uno y tú, Kevin, lo sabes mejor que nadie con esa cabrita que tienes de hija...

En fin. Retomando la historia de mi vida, en Estados Unidos comencé a interesarme por la informática. Vi desde el primer momento un negocio con las computadoras... En realidad, no sabía qué ni cómo sería ese negocio, pero supe que tenían mucho potencial. Hoy, a casi treinta años, no hago más que decir que sí, el potencial de una computadora es infinito y los negocios que puedes hacer con ellas son miles.

Fue así que me compré una máquina y me dediqué a estudiarla todas las noches mientras Thomas dormía. Durante el día, conseguí un trabajo de medio tiempo en una tienda (por supuesto, yo servía para atender cajas, parecía que había nacido para eso).

Logré infiltrarme en los archivos secretos de una empresa y transferir cincuenta centavos al día a una cuenta bancaria que abrí a nombre de mi pequeño Thomas Williams. Dicho así, no parece mucho dinero pero, diez pacientes años más tarde, logré obtener una buena suma en un momento en el que tener dinero era mucho muy complicado.

Dejamos Estados Unidos porque yo no dejaba de sentirme perseguido y acosado por entes imaginarios.

Nos instalamos en México, en las afueras de Oaxaca . Al principio todo era extraño y nuevo para mí en ese país que se me antojaba extraño. Veía a la gente por la calle comportarse con bastante alegría y fraternidad. Lo peor de todo era ese calor abrasador.

Conseguí trabajo en una tienda de ropas. El idioma no fue problema para mí porque yo había tomado clases por correo en Inglaterra. Lo que sí me costó fue adaptarme al dialecto y los modismos de los mexicanos.

Aunque Thomas no entendía mucho, disfrutaba jugando en la calle con los hijos de los vecinos. Esos niños fueron grandes maestros de español para mi hijo. La gente del barrio nos llamaba "los yanquis" y me saludaban como "El Míster".

Nos tenían respeto y cierto cariño, sobretodo porque Thomas no tenía mamá. Así que nos traían comidas típicas y nos invitaban a sus fiestas. Lo mejor de todo era que la vecina, Doña Elisa, se ofrecía siempre a quedarse cuidando de Tom a cambio de que yo le diera clases de inglés a su hija Sarita.

Amo México. Es un país muy amigable.

Yo fui Noseybonk [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora