29. Cada vez más abajo

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Mi psicóloga era muy amable y atenta. Escuchó todos mis problemas y, en menos de un mes, me derivó a un psiquiatra que me recetó medicamentos. Entre ambos me explicaron porqué debía tomarlos y cómo me ayudarían. Me dijeron que estaría medicado de por vida.

Durante ese tiempo mejoré bastante y logré sentirme mucho más relajado y tranquilo. Volví a ser el esposo ideal y padre ejemplar, sobre todo para Ammy.

Una noche me dio insomnio. Alicia dormía plácidamente a mi lado y por más que yo giraba y giraba no podía conciliar el sueño. Me levanté decidido a buscar un somnífero. Llegué a la cocina y tomé la caja de medicamentos. Apenas levanté la tapa, mi cóctel de pastillas asomó. Caí en la cuenta de que sólo las tomaba y que nunca leí los prospectos.

Me encogí de hombros...

Me pasé la madrugada entera leyéndolos. Debía dejar de tomar todas esas mierdas porque reventarían mi cerebro. En varias decía que se desaconsejaba el uso prolongado... ¡Y yo tenía receta de por vida! Noté que algunos de los efectos adversos ya estaban actuando en mí, como la pérdida de la memoria.

Ese mismo día lo decidí: no más pastillas... Nadie debía saberlo. Me di cuenta de que las pastillas eran bastantes similares a ciertas mentas que vendían en los kioscos así que vacié el frasco y volví a llenarlo de mentitas. Para no levantar sospechas, sólo debía seguir mostrándome como en los últimos meses.

Al reemplazar mi cóctel diario por mentas, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no reaccionar ante los sutiles ataques de Chris. Muchas veces me sentía superado pero no podía hacer más que morderme la lengua y tragarme todo el odio. Ahora no podía matarlo con venenos ni con nada puesto que ya sabría el FBI quién sería el responsable.

Una noche salí a comprar cigarrillos a última hora de la noche. Estuve soportando a Chris todo el día y necesitaba fumarme un atado completo o mi cabeza explotaría de nervios. Llevaba prisa porque el negocio cerraba en cinco minutos así que fui y volví lo más rápido que pude. Noté que ya no necesitaba fumarme el atado completo porque esa energía descargada había hecho latir mi corazón con vigor quitándome las tensiones.

Y así fue como comencé a hacer ejercicios. Al principio sólo caminaba pequeñas distancias hasta que fui capaz de correr varios kilómetros al día.

Mientras yo mejoraba gracias al ejercicio, Alicia parecía estar cada vez más triste, cabizbaja. Su clásica sonrisa fresca era ahora forzada, falsa, como si la estuviese pasando mal realmente. A la par de eso, los ataques de Chris disminuyeron, tanto que comencé a creer que la psicóloga tenía razón y él no quería arruinar mi vida, ni presionarme constantemente para hacerme pagar por lo que vivió, sino que buscaba paz y una familia que le acobijara. Todo estaba en mi imaginación.

A día de hoy me doy cuenta que he sido un estúpido toda mi vida y que debí matarlo cuando se presentó por primera vez en la puerta de casa.

Le pregunté muchísimas veces a mi esposa qué le pasaba, por qué se sentía tan triste pero ella me respondía que sólo estaba cansada. Yo sabía que había mucho más detrás de sus gestos y sus palabras.

Una tarde, harto de todo, decidí que comenzaría a seguirla. Algo me decía que ella era infiel.

Me bastaron dos aburridas semanas para desechar esa idea. La vida de Alicia era simple y aburrida: iba al colegio a la mañana, volvía al mediodía a casa, salía a la tarde a practicar con sus compañeros de orquestas. Todos los días iguales. Todos los malditos días iguales.

Quizá era eso lo que estaba afectandola, la rutina. Decidí ayudarla a estar mejor.

Estábamos en la habitación. Ella miraba el techo, fría como el mármol, mientras yo acariciaba sus mejillas.

- He notado que hace mucho que no... Que no sales con tus amigas - murmuré con ternura.

- ¿Ya olvidaste lo que sucedió la última vez que tuve una amiga? - preguntó sarcástica

Esa vez, me enojé mucho, estaba celoso y desconfiaba que en realidad estuviese con su amiga así que fui hasta la cafetería en que se citaron. Encontré a Alicia sola en una mesa sobre la que había dos tazas. Armé un escándalo y, por detrás mío, apareció su amiga. Sólo había ido al baño.

- ¡Pero eso fue hace mucho tiempo! ¿Cuánto pasó, 6 años? ¿Diez? Ya no soy igual.

- Déjalo ya... - se giró a mirar la pared.

- ¡No lo dejaré! No quiero que estés triste ni que pienses en mi como si fuese un monstruo.

- No estoy triste.

Se levantó y fue al cuarto de música. Fui tras ella y cerró la puerta con llave. Esa noche y las siguientes dormí solo.

Yo fui Noseybonk [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora